El 12 de enero del 2010, un devastador terremoto de magnitud de 7,0 en la escala Richter se registró en Haití con epicentro a 15 kilómetro de Puerto Príncipe, la capital haitiana, pero los datos definitivos de los afectados fueron ofrecidos en el primer aniversario del sismo, el 12 de enero de 2011, cuando se conoció que habían fallecido 316,000 personas, 350,000 más habían quedado heridas, y más de 1,5 millones se habían quedado sin hogar, con lo cual, es una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia.
Sentí esa tarde el temblor mientras compartía unos tragos con unos colegas en la avenida España del municipio Santo Domingo Este. En esos instantes, pensamos que el fenómeno se había producido en la República Dominicana. Luego nos enteramos que la estruendosa sacudida sucedió en Haití y en esos instantes me pasó por la mente la mala calidad de las infraestructuras habitacionales y la posibilidad de que se reportaran muchas muertes, como en efecto ocurrió.
Diez años después, la historia se repite con el terremoto del sábado 14 de agosto de 2021, esta vez de una magnitud 7,3 grados.
Cabe destacar que este acontecimiento surge un mes después que un comando armado mató a balazos al presidente Jovenel Moises en su residencia de Puerto Príncipe, causando heridas a la primera dama Martine Moises. Se podría decir que Haití es un pueblo que está condenado a vivir en tragedias.
Siempre he pensado que una catástrofe de ese nivel podría darse en el territorio dominicano y la razón obedece a que es sismológicamente activo, que ha experimentado temblores significativos en el pasado.
Tenemos en las principales ciudades enormes edificios y residenciales modernos que van desde cinco plantas hasta más de veinte. Por igual, hemos construido túneles para el desplazamiento de vehículos de motor, así como trenes y teleféricos. Además, agregamos los elevados sobre las principales avenidas urbanas y los puentes.
Sin embargo, existe una preocupación colectiva respecto a la calidad y garantías de esas infraestructuras, de si podrían resistir un sismo de alta intensidad. Esa reflexión siempre invade mi mente (y creo que también la de muchos dominicanos) cuando me toca desplazarme por los túneles y los elevados, sobre todo por los vicios de construcción que se les atribuyen a determinadas obras públicas o privadas.
En los últimos años, Santo Domingo ha tenido un enorme crecimiento vertical y horizontal, propio de las ciudades de los países desarrollados, con el levantamiento de grandes edificios, torres y los proyectos residenciales, lo que evidencia un crecimiento de nuestra economía; pero también invaden las dudas en la población respecto a si se están adoptando las normas anti sísmicas. ¿Son seguras esas construcciones?.
Reflexionando sobre la situación de Haití, me motivé a investigar la cronología de los temblores acontecidos en la isla La Española, que comparten Haití y la República Dominicana, una formación geológica que ha sido una cantera de acontecimientos de este tipo, que exponen al riesgo de desastres bienes económicos, como son los edificios residenciales y no residenciales en zonas urbanas, rurales y la capital del país.
La isla cuenta con un sistema de fallas geológicas activas que atraviesan casi todo el territorio firme y algunas zonas marinas, lo que evidencia una alta sismicidad con probabilidades de ocurrencia de terremotos y maremotos. Desde 2003 hasta septiembre de 2011 se habían registrado un total de 3,586 movimientos telúricos, de los cuales 1,979 tuvieron magnitudes entre 2.4 y 5.4 en la escala de Richter.
¿Cuántos terremotos han ocurrido en la isla de Santo Domingo?
Dignos de mención son los del 1562, 1673, 1751, 1842 y 1946, por lo que es de esperarse que en un futuro relativamente cercano el país sea impactado por una fuerte sacudida sísmica, ya que desde 1946 hasta el presente han transcurrido 75 años reportándose sismos casi a diario.
El de 1562, que sucedió el el 2 de diciembre, destruyó las ciudades de la Concepción de la Vega y Santiago de los Caballeros. Ambos poblados perdieron luego la mayoría de sus habitantes cuando las minas de oro se agotaron y luego que la población aborigen desapareció bajo el impacto de las encomiendas.
La ciudad de Cabo Haitiano, así como otras del norte de Haití y la República Dominicana, fueron destruidas por el terremoto del 7 de mayo de 1842. En 1887 y 1904 se produjeron dos, uno por año, en el norte del país, causando daños mayores.
El 4 de agosto de 1946, poco después del medio día, surgió un temblor de magnitud 8.0 que originó un maremoto matando 1,790 personas y arrasó las comunidades de Nagua y Matanzas, y varias aldeas de pescadores entre la costa norte y la península de Samaná. Este dañó varias viviendas y edificios en la ciudad de Puerto Plata.
El 21 de abril de 1948, en Santo Domingo hubo una convulsión de ese género que causó grietas en diferentes estructuras y averías. El 31 de mayo de 1953, en la región Norte, un sismo provocó daños eléctricos y grietas en edificios. La intensidad de este fue de 6.7 grados. En ambas naciones se reportaron 1,257 sismos en 2019. En el 2020, se habían analizado 270 en el terreno local, aunque esta cifra no necesariamente evidencia que sea el total registrado.
En varios lugares ocurrieron 385. Este indicador es tomado en cuenta por el Centro Nacional de Sismología para analizar también la presencia de esas catástrofes que surgen a 100 kilómetros del país. Ese año, la entidad reportó 109 para marzo, 108 para julio, 105 para noviembre, 104 para enero y 101 para abril. (Fuente: “Aspectos de Sismología Dominicana”).
Para suerte nuestra, por así decirlo, esos desastres registrados en el país del 2019 al 2021 han sido de baja intensidad. Lo cierto es que estamos advertidos y sentenciados ante una eventualidad que nos pone en alerta por lo que pudiera ocurrir en determinados momentos. Tomemos a Haití como referente.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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