«¡Tiene un ángel en el cielo! ¡el hombre enamorao! ¡y a nada le tiene miedo!» así cantaba Juan De Dios Ventura Soriano mejor conocido en el mundo como Johnny Ventura.
Escuchar este merengue produce en mi un éxtasis interno que me hace soltar todo lo que esté haciendo para bailarlo así sea entre «mí mismo».
Toda mi dominicanidad, mis raíces, mi esencia o cualquier otra cosa que usted quiera llamarle, brota apurada queriendo brindarse en una euforia alegre, descargada, despojada en todos los apelativos de libertad posible.
No es que sea un hombre «enamorao», bueno, eso lo debatiremos en otro momento…
La voz de Johnny, su sonrisa, su carisma, su forma de bailar, su gestualidad. Marcaron un sello en la que; notado o no, todos los que vivimos esos años, en su furor, fuimos contagiados del mismo.
Cualquier nación o pueblo, goza de ciertas características propias que son el reflejo de «alguien» que marcó una pauta. Un país está compuesto de «detalles» que identifican a sus habitantes de manera automática y que guardan una complicidad implícita.
Cuando Johnny decía; «yo, soy el merengue» lo que en verdad comunicaba era que, él, era la esencia del dominicano. Y lo era sin la menor duda.
Y no es que él se haya inventado el merengue ni mucho más, el solo le agregó lo que «éramos», ¡sacó al tigre a despojarse y nos lo mostró frente a frente…y suéltate!.
A partir de ahí, todas las nuevas agrupaciones musicales venían con el patrón del merenguero mayor.
Nos demostró que se puede tener doble sentido y mantener la elegancia.
Sin decir una mala palabra, escribió más del 70% de lo que cantó, se hizo merecedor del cariño de toda América Latina recibiendo más de 4 mil placas y reconocimientos.
Varios Grammy, docenas de discos de oro, platinos, calles con su nombre, congós de oro en Colombia, antorcha de plata en Chile y un sinnúmero de homenajes de gobiernos nacionales y extranjeros.
Fue merecedor de muchos reconocimientos que «banalizarían» a cualquier ser humano común y corriente sin embargo a Johnny, nada de esto le hizo perder la simplicidad.
Venía desde abajo y a pesar de haber escalado hasta la gloria nunca miró desde arriba a nadie. Conocerle era conocer la alegría.
Hay seres que se ausentan y sin embargo nunca nos dejan porque están insertados en nosotros.
Seres que definen una nación, que se hacen la raíz de donde brotamos todos.
Seres alegres y discretos que, aunque humanos también y llenos de yerros, nos invitan a vivir mejor pues mantienen el optimismo ante las tormentas.
¿Qué decir de Johnny Ventura?. Más que tanto decir yo diría mejor que agradecer. Agradecerle a este hombre que tantas alegrías nos dio, que nos hizo volar en las noches cálidas de humo y ron caribe.
Nos embriagó con su voz varonil, incitándonos a buscar a la hembra que también caía rendida ante el movimiento cadencioso de su cintura.
Nos puso a bailar a todos y a sacar esa timidez escondida que no le corresponde a ningún caribeño, sea descendiente monárquico o de piratas, como yo…
«!Soy un hombre enamorao, de la vida y los placeres, y me encanta parrandear, y ver los amaneceres. La mujer que a mí me gusta yo se lo digo de frente».
El hombre enamorao tiene un ángel en el cielo y hoy los tiene a los dos allá arriba. Pero tranquilo Johnny, te prometo continuar con la tradición ya que, también como tú, ¡soy un hombre enamorao!… ¡y también de ñapa tengo suerte!. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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