La desaparición de un ser querido desata una aureola de inquietudes en los familiares. En esas circunstancias se han ausentado niños y adultos. Es una situación caótica y dolorosa, sobre todo cuando nunca se sabe de su destino. Las desapariciones no son de ahora. Son acontecimientos que se remontan a los años antiguos y han ido evolucionando de manera ascendente en la era moderna.
Los parientes y amistades de las personas que han partido misteriosamente del hogar sufren una lenta angustia psíquica. Es natural que se produzcan esos efectos porque no saben si su ser querido volverá alguna vez, situación que crea absoluta incertidumbre.
En principio, un individuo se reputa como desaparecido cuando pasan las 48 horas de denunciarse la ausencia. Es finalmente declarado muerto in absentia, de acuerdo con nuestras normas jurídicas. Rara veces, algunos aparecen vivos, pero otros nunca retornan. Es como si se los tragara la tierra. En la mayoría de los casos, aparecen muertos.
Se han dado situaciones de muchos desaparecidos que son detectados tiesos en las morgues de los hospitales después de ser atropellados por los vehículos, mientras deambulan por las calles sin rumbo fijo, fruto de alguna enfermedad mental o una extrema depresión. Otros son descubiertos sin vida y en estado de descomposición en lugares ocultos presentando heridas de arma blanca, de fuego o una soga al cuello.
Si usted vio la serie Blacklist (lista negra) o cualquier película de temas ligados al violento mundo del crimen, observó cómo desaparecen a las personas que son asesinadas por encargo. Los capos del bajo mundo tienen a su servicio compañías conocidas como “limpiadoras” que se encargan de borrar las evidencias en los sitios donde matan a los adversarios. Esas empresas utilizan sustancias químicas que arrojan sobre los cuerpos de las víctimas.
El trabajo, que es muy bien pagado, consiste en colocar el cuerpo en una bañera, arrojan encima la sustancia química y a pocos minutos ese cuerpo es devorado hasta convertirse en un líquido rojo que se despliega rápido por las cañerías del inodoro. Otros son arrojados al fondo de los ríos y los océanos, atados con cadenas a bloques de cemento o son sepultados en los montes desiertos. Jamás se sabrá de las víctimas, a menos que alguien delate esas acciones criminales.
También surgen desapariciones forzadas. Es el caso de las personas que se esfuman de entre sus seres queridos y de su comunidad cuando agentes estatales (o con el consentimiento del Estado) las detienen por la calle o en su casa y después lo niegan o rehúsan decir dónde se encuentran. En algunas circunstancias, quienes realizan esa tarea son actores no estatales armados, como grupos armados de oposición. Sea como sea, la desaparición forzada es siempre un delito de derecho internacional.
En el caso de los regímenes totalitarios, estas personas son encarceladas y nunca son puestas de nuevo en libertad, no llega a conocerse su suerte. Con frecuencia las víctimas sufren tortura, y muchas son objeto de homicidio o viven con el temor constante de que las maten. Saben que sus familias desconocen por completo su paradero y que es poco probable que alguien acuda en su ayuda. Incluso si escapan de la muerte y son liberadas, las cicatrices físicas y psicológicas permanecerán por siempre.
En el espectro político, la ida forzada se usa como una estrategia para sembrar el terror en la sociedad. La sensación de inseguridad y miedo que genera no se limita a los familiares cercanos de las personas desaparecidas, sino que afecta también a las comunidades y a la sociedad en su conjunto. Amnistía Internacional tiene un registro amplio de esas dolorosas eventualidades.
Ampliamente utilizadas por las dictaduras militares en su momento, ahora se producen ausencias extrañas en todas las regiones del mundo y en una gran diversidad de contextos. Se practican en los conflictos internos, especialmente a manos de gobiernos que intentan reprimir a los adversarios políticos o de grupos armados de oposición.
Las desapariciones parecen estar dirigidas específicamente contra defensores y defensoras de los derechos humanos, familiares de víctimas, testigos clave y profesionales del derecho.
Según Amnistía Internacional, la gran mayoría de las víctimas son varones. Sin embargo, las mujeres son quienes generalmente encabezan la lucha por averiguar lo ocurrido durante los minutos, días y años que transcurren desde la desaparición, exponiéndose ellas mismas a sufrir intimidación, persecución y violencia.
Las personas misteriosamente extraviadas de manera compulsiva también corren grave peligro de sufrir tortura, puesto que quedan completamente fuera del amparo de la ley. La falta de acceso de los afectados a recursos judiciales las deja en una situación aterradora de completa indefensión. Las víctimas de desaparición forzada también corren un mayor peligro de sufrir otras violaciones de derechos humanos, como violencia sexual o incluso asesinato.
En el 2010, entró en vigor la Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas. En un organismo financiado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuyo objetivo es evitar esos hechos, descubrir la verdad cuando ocurren y garantizar que los supervivientes y las familias de las víctimas obtengan justicia, verdad y reparación.
Las ausencias forzadas son un problema grave en muchos países de todas las regiones del mundo: de México a Siria, de Bangladesh a Laos y de Bosnia y Herzegovina a España. Para citar algunos ejemplos, en Siria, alrededor de 82.000 personas han sido sometidas a esa modalidad de desaparición desde 2011. Desde entonces, más de 2.000 personas están en paradero desconocido tras haber sido detenidas por grupos armados y por el grupo autodenominado Estado Islámico.
México, Colombia, Guatemala y Perú registran las cifras más altas de personas extraviadas sin regreso en Latinoamérica, una de las regiones más afectadas por este problema y por la falta de justicia y esclarecimiento de casos registrados hace más de 50 años.
Las causas de desapariciones en Latinoamérica se relacionan con regímenes dictatoriales, los conflictos armados internos o el narcotráfico, por lo que en muchos casos ha sido compleja la contabilización, a lo que se suma los efectos migratorios por ejemplo, en Centroamérica y México.
En Argentina, durante la dictadura militar instaurada en este país entre 1976 y 1983, las fuerzas de seguridad secuestraron a unas 30.000 personas, muchas de las cuales continúan en paradero desconocido.
En todo el mundo, desde Estados Unidos a Alemania o Reino Unido, hay cada año personas que deciden desaparecer sin dejar rastro, abandonando sus hogares, trabajos y familias para comenzar una segunda vida.
Sri Lanka tiene una de las cifras de desapariciones forzadas mayores del mundo, entre 60.000 y 100.000 personas desde finales de la década de 1980.
República Dominicana registra miles de esos hechos pendientes de resolver desde la dictadura de de Rafael Trujillo Molina (1930-1961) a los Gobiernos de Joaquín Balaguer (1966-1978 y 1986-1996). Periodistas, políticos, gremialistas, estudiantes revolucionarios y otros, fueron desaparecidos sin dejar rastros. Los activistas de derechos humanos cifran los casos entre 20.000 y 30.000 entre ambos regímenes Este tema continuará en las próximas entregas.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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