A Pleno Sol
Las lluvias e inundaciones de pasados días desgarraron la máscara de grandeza, oropel y transformaciones del Gran Santo Domingo, para presentar la faz normal y cotidiana de una ciudad sometida al descuido, la suciedad, la indolencia, y donde se mantienen los rasgos del conglomerado bananero.
Cuando no se sabe la cantidad exacta de habitantes de la Capital dominicana, y se prepara el censo para determinarlo, la sorpresa de unas lluvias que no pudieron ser seguidas en forma preventiva por la falta de un radar, nos trajo a la realidad.
Se eleva la ciudad en forma de mini-rascacielos, pero no logra dar un salto por encima de la podredumbre. En las zonas más exclusivas, el agua y el lodo penetraron hasta el primer piso y los parqueos soterrados. Una muestra de lujo y miseria que muchos quisieron borrar.
En la riqueza de las torres se piensa siempre que las inundaciones son parte de la vida cotidiana de los barrios marginados, pero no, la irresponsabilidad de los ayuntamientos y el descuido de los ciudadanos, está arrabalizando todas las áreas.
Ya no se puede pensar en salir con los carros con vidrios entintados, o espejuelos oscuros, para no percatarse de que la miseria ronda y que es nauseeabundo el olor que sale de cada calle. No lo pueden ocultar los finos perfumes franceses, que son vencidos por las emanaciones de los basurales.
Es una fina lección de que la ciudad es de todos, que cada ciudadano debe cuidarla, o vendrá el desastre. Los indiferentes de ayer, siguen siendo los indiferentes de hoy. Cuando sale el sol, y hay una nueva edición del periódico, los efectos de las lluvias son fábulas para una tarde de tragos, de café o de té.
Pero la ciudad necesita que se le rescate. La falta de desagües naturales causa serios problemas en días de lluvias. El drenaje pluvial está tapado, inservible y a nadie le interesa. Dolor de pecho por los estragos de un aguacero de tres horas, y después el olvido, voltear la página y entrar en el nuevo tema de actualidad.
Es el palpitar de una ciudad donde se pisotea al que se cae. Es la estampida de los que tratan de llegar al bote salvavidas de un barco que naufraga, mientras los de camarotes de primera clase miran desde arriba, pensando que el desastre no los alcanzará a ellos..
La ciudad está agonizante desde hace mucho tiempo. Presenta las dos caras de la vida y la muerte, del desarrollo y el subdesarrollo, de las grandes torres y de la miseria de las cañadas.
Cuando desaparezca la vanidad de vanidades, por la riqueza perdida, por los cambios sociales, o por el trueno de la muchedumbre sin rostro, se recordará que todo va a un mismo lugar, todo es hecho de polvo. y todo volverá al mismo polvo. ¡Ay!, se me acabó la tinta.
manuel25f@yahoo.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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