«el dinero solo puede comprar «cosas», ni el amor, ni la amistad».
Cierto es que vivir en esta vida bajo el yugo de sus «atributos» es un asunto que se me escapa de las cualidades ideales a la que suelo acompañar mis sueños.
Pasar de héroe a villano es algo tan sublime que bastaría ver cualquier juego del mundial de fútbol para alcanzar a ver esta verdad tan desquiciante. Los jugadores dan lo mejor de sí en un juego que mezcla habilidades y azares.
Fortuitos momentos en donde las casualidades y causalidades dan la corona o el desprecio. Anotar un gol para dar la ventaja les hace héroes al afortunado, sin embargo, si se llega a los penales y «ese» héroe… Falla, en un momento vital para la victoria, podría arrancarle de todas las portadas de los periódicos, arrastrándolo al más profundo abismo de la insidia.
Así actuamos infinitamente en nuestra vida diaria con los amigos que suelen merodear constantemente nuestras vidas. Solemos tenerlos en nuestros altares siempre y cuando sean un beneficio para nosotros.
Beneficios que no necesariamente son económicos, sino más bien de bienestar. Sus diálogos, sus humores, sus energías, sus paciencias y hermetismo aunado a una complicidad que nos regala lo mejor de lo mejor «permitirnos ser».
Cuando un amigo cae en desgracia, bien sea económica o de salud, solemos apartarnos cuál si este cargara un virus mortal capaz de alcanzarnos o afectarnos. En otras palabras, no estamos dispuestos a morir por el.
Esta despiadada cualidad humana suele estar ausente en un escenario de guerra. Así vemos como jóvenes rusos y ucranianos se baten a muerte por una guerra que nunca debió de ser y más si tomamos en cuenta que ambos pueblos son raíz de un mismo árbol.
Los campos de batalla, filmados desde drones modernos, nos acercan a esos momentos en que el hombre mata a otro hombre, o lo salva, o lo intenta salvar y muere con él.
Todavía merodeamos en las cavernas. Y aun en las ciudades, solemos apandillarnos en grupos mafiosos en busca de controlar los puntos o los negocios que nos aporten beneficios económicos.
Volviendo al principio, el dinero solo compra lo material. Nunca podrá comprar una real amistad o un sincero amor. Cualquier relación que suela tener un precio perderá la calidad humana que la cimentó.
La realidad, la verdadera y única realidad, es que somos seres más allá que este momento humano. No somos lo que pensamos y ni siquiera todo lo material que podamos acumular nos servirá de nada.
Ayer, un homeless me llevó un plato de comida. No sé cómo descubrió que tenía hambre o si el universo cuida de mí, pero hoy, otro homeless entró sin pedir permiso a mi estudio y sutilmente me dejó un dólar sobre la mesa. No dijo nada y se fue.
Las ofrendas me llegan constantemente y me enseñan, que estos hombres que no tienen nada, son capaces de dar lo poco que tienen y además sonreír ante su sacrificio. Uno, dejará de comer al siguiente día y el otro no podrá tomarse su cerveza.
Las veces que he podido dar, lo he hecho en silencio, tal y como estos dos seres hicieron. También he dejado de comer por alimentar a otros que nunca supieron de mi abstinencia. También he tenido que recibir y a veces de quien recibo he notado su soberbia.
He pasado de héroe a villano y en ambas ocasiones la lección es sanadora. En la primera he sentido el gozo de sentir la gratitud de quien recibe el bien. En la segunda, la frágil línea del amor de quien «insinuaba» quererme.
El precio de la amistad o del amor es incondicional. Así lo creo y así lo siento. Lo demás es un precio que nos coloca a la altura de las cosas materiales. Para vivir se necesita más que lo perenne. Hace falta un valor equitativo a su propia presencia.
Muchas veces, cuando uno pasa de héroe a villano, también puede pasar de villano a héroe. El juego de la vida es muy parecido al fútbol. Lo importante es jugar lo mejor que uno pueda y entender que el azar y lo fortuito es algo que le suele pasar a cualquiera. ¡Feliz navidad!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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