Por Marina Aybar Gómez
Al despertar, como a las 7:00 de la mañana, mi padre ya había encendido su radio, al aire, una emisora oculta los programas habituales para dar paso a música sacra prolongada, de esa que es propia de la programación del Viernes Santo dominicano de esa década; pero era julio, no era abril, algo raro e inesperado pasaba.
Apenas desperté y no entendía esa programación. Algo extremadamente imprevisto acontecía. Esa no era programación de las emisoras cotidianas que se escuchaban en la casa: Comercial, Mil, Clarín, Pueblo, Onda Musical o Radio Santo Domingo: Un locutor, de esos clásicos y muy reconocido, expresa que era una cadena de emisoras que estaba en programación unificada: y el locutor lo deja claro: “estamos en programación especial por el fallecimiento del excelentísimo señor presidente de la República don Antonio Guzmán Fernández”.
A mis 12 años, con agudeza en la escucha y lectura de los medios de comunicación disponibles, radio, revistas y periódicos, esa información me sacudió bruscamente; cada vez que llega esta fecha, lo recuerdo todo como aquel día, que amaneció en extrema quietud, que era un día claro, donde la tristeza colectiva se convirtió en aire, todos respiraban profundo dolor, las almas estaban inquietas y rebozadas de lágrimas por el inexplicable acontecimiento que envolvía al número uno del país, a un hombre de capital presencia en los acontecimientos nacionales de las últimas siete décadas, hasta ese momento trágico, en el ámbito de la política, agricultura y el empresariado.
La música celestial envolvía a los dominicanos que quedaron huérfanos pero acompañados eternamente con la imborrable imagen de doña René Klang llorando sin posibilidad de consuelo alguno, porque ella y el presidente formaban una imagen representativa, fuerte y admirable como símbolo familiar que de pronto se desplomó de forma inesperada para partir el corazón de cada dominicano en mil pedazos. Todavía se observa en ella a los pequeños y adorados nietecitos en el área de las honras fúnebres, en un ir y venir constante sin tener idea alguna de lo que había pasado. Eso creo.
A 38 años de su fatal desaparición, hay que recordar cómo llegó al solio presidencial para hermanar a los estudiantes (mal llamados tira piedras) con la Policía agresora que les lanzaba lacrimógenas y tiros. Cuenta mi madre que Antonio Guzmán desapareció esas diferencias. Y eso lo comprobé en el 1979, cuando uniformados y universitarios se convirtieron en un solo ser para auxiliar a los afectados por el ciclón David y la tormenta Federico en la zona norte de Haina, específicamente en El Carril.
El presidente Guzmán Fernández se hizo inmortal porque fue en su gobierno que esos fenómenos naturales destruyeron el país y en breve tiempo, su gobierno (como él decía: “Mi gobierno”) hizo tanto que al dominicano no le faltó comida durante esas crisis, aceleró la producción, y en tiempo récord, restauró el sistema eléctrico nacional. Y en breve tiempo, llegaron los materiales para restaurar las casas destruidas y se les repartió a los que tampoco tenían viviendas propias; y concedió mucha tierra para que las construyan.
Lo recuerdo profundamente y con derroche de cariño, porque estuvo en Haina, no recuerdo el año, en compañía del entonces presidente de Venezuela, Luis Herrera Campins. Ese día, ¡cuánto movimiento!, mi municipio era noticia nacional.
Lo recuerdo porque nunca asumía poses para ocultar esa identidad propia del campesino inteligente e indoblegable que poseía, que lo convertía en el mejor embajador de la cultura cibaeña y nacional, seguro, persistente y admirable. Su contagiosa, dulce y firme forma de hablar la recuerdo en aquel discurso esperado y todavía disfrutado por mi papá quien lo aplaudía delirantemente cada vez que refería los sectores y los montos del aumento de sueldos a guardias, policías, maestros, etc.
Guzmán Fernández es inolvidable, porque fue el único político que se atrevió a decirle al país que “en Charco Largo ya hay petróleo”, aunque lo obligaran después a decir que no. La verdad se impuso. Todos sabemos que ese día dijo la verdad y quedó demostrado que muchos querían hacerle daño a su gestión, al obligarlo a retractarse.
Distribuyó juguetes en las escuelas públicas durante su gestión. Eso no se puede olvidar. Y comparado al día de hoy, aquel sistema era más efectivo y humano que el actual.
Antonio Guzmán Fernández, el presidente que se suicidó, así dicen, a 43 días de finalizar su mandato, sembró raíces para que República Dominicana viva en democracia, para que el país tenga libertad económica, apoyó la producción agroindustrial, era un próspero empresario vinculado con el café, el cacao, las frutas y otros rubros. No fue a servirse de la política, fue a la Presidencia a servirle al país…y el país vio bruscamente el fin de su vida. Todavía hoy, el país está en deuda con él.
De Antonio Guzmán Fernández se necesita un museo, para que todas las generaciones sepan evaluarlo en su justa dimensión, como hombre que sirvió tanto al país que fue capaz de darle hasta su propia vida para que permaneciéramos mejor. Honor a quien honor merece, reconocerlo eternamente por su entrega, por su práctica, es el imperativo inmediato.
maybarg@gmail.com
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