Alguien dijo, alguna vez, que el primero en «guindar los tenis» llegaría a «inaugurar» el cementerio, y seria considerado como «el barón», con «poderes» fuera de este mundo… lógico…
Esta tradición, muy arraigada en pueblos atrasados, llegó y sigue siendo muy popular, ya que se le atribuye «nigromancia» o magia al «barón» o baronesa.
«Ese alguien», Siguió diciendo, que para obtener «resultados favorables», del barón, había que ir a las doce de la noche, al cementerio, e invocar las «salimañas» y demás conjuros… bueno!…
Corría el año 1981, me tocaba visitar a una noviecita, que vivía en un barrio al que para llegar, había que atravesar primero, justo por el medio, de un cementerio recientemente construido al que le llamaron «Cristo redentor».
Quedaba aislado de la capital dominicana por unos 15 kilómetros al sur de la autopista Duarte. Los carros públicos no llegaban al barrio de la susodicha, sino que había que «tirarse» otros dos kilómetros caminando… lo que hacen las ganas…
Con apenas 19 años, las hormonas brotaban inquietas y se derramaban en cada pisada que me acercaba a la desesperada dulcinea que aguardaba.
Pasé como todo un campeón entre las tumbas del atravesado cementerio. Cómo? Pensé, se les ocurre venir a poner un campo santo en la entrada de un barrio, pero bueno, a la una de la tarde se veían dolientes que servían «de compañía»…
Arribé sudoroso, por el trajín, a la casa de mi noviecita y aprovechando que estaba sola, nos introducimos en las profundidades de la casa…
Cuando uno está en calor, el tiempo se detiene y solo corren los corazones que desesperados buscan «apaciguar» los tambores que tocan intensos sus adentros a riesgo de explotar.
Estábamos vestidos como en el paraíso cuando, la puerta frontal anunció la llegada de su madre y ante el susto recibido, opto por ocultarme debajo de su cama hasta encontrar ocasión en que pudiera salir sin ser descubierto.
La doña se plantó en medio de la sala, justo al frente de la habitación. Hasta las once de la noche!.
Demás está decir, que me tiré todas las novelas y noticieros que con tanto interés veía la dama, hubo momentos en que pensé salir disparado a toda prisa y pasarle como una brisa por la espalda, pero mi novia me lo impedía ante el riesgo de la pela que le darían.
Cuando me dijo, que de ser descubiertos nos casarían!. Ahí fue que mi corazón terminó de salirse, lo que no sabía era que, eso no era na’ para lo que me esperaba…
Por fin!, la doña se fue a dormir y pude salir «ileso» y soltero! de la casa. Apresuré mis pasos ante lo tarde… de la noche y encima, tenía que atravesar… el cementerio!…
Un gustazo un trancazo, pensé para darme ánimos cuando posaba los primeros pasos de un camino oscuro bordeado de difusas tumbas blancas. El silencio se calló y solo oía el «tableteo» de un corazón sofocado, primero por el amor y ahora por el terror.
Ya iba por la mitad del cementerio en medio de la soledad más ingrata, cuando escucho un llamado, atrás, en la distancia. Huey!. Miré asustado y veo aquel fantasma que viene volando hacia mi, vestido de blanco, a una velocidad de espanto!.
No hubo más palabras que decir ni que escuchar, encendí los motores que traía ajustados a mis pies y salí volando, tan rápido, que el mismo barón del cementerio alcanzó a gritar desesperado. Espérame muchacho del diablo!.
Solo para duplicar mi potencia sirvieron aquellas palabras. Recorrí, aquellos dos kilómetros, tan rápido que yo mismo me sorprendí cuando alcancé la avenida.
Aún sofocado y sudando a montones, juraba, dándome golpes en el pecho, que sería la última vez que por ahí me verían la cara, cuando siento una mano fría que me toca la espalda…
Coño tigre y por qué te mandaste!?. Me dijo este muchacho que llegó de la nada. Yo taba cruzando el cementerio y te vi y pa’ no pasarlo solo, te llamé, pero parece que viste un fantasma y saliste corriendo, por lo que yo me asusté también y corrí detrás de ti…
Yo no sabía si llorar o reír, solo recuerdo haber pensado, por un momento fugaz de locura, ya que el miedo se había disipado, aprovechar la ocasión y pedirle a mi improvisado compañero, que volviéramos para visitar la tumba del barón…
Hasta el día de hoy sigo con la duda por saber, si ese era un muchacho de verdad o el barón del cementerio, ya que así como llegó, así desapareció y me quedé hablando solo…
Por supuesto! A mí jamás me volvieron a ver por esos lares! Ni siquiera las ganas fueron capaces de convencerme. Salud!. Mínimo Baronero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).