Acostumbro sacar ventaja a la red de Internet usando mi celular, la televisión y otros dispositivos electrónicos de alta tecnología. De igual modo, disfruto explorando en la biblioteca virtual en busca de documentos históricos y obras literarias.
En la televisión veo deportes, sobre todo el béisbol de las Grandes Ligas, fútbol de cualquier tendencia o país y partidas de billar. Disfruto mucho esos entretenimientos.
Me confieso un adicto seguidor de los documentales que ofrecen datos históricos y para esos fines instalé en mi televisor el dispositivo MXq pro 4 k, en el que puedo descargar aplicaciones gratuitas para ver películas, series, dramas, comedias y otras atracciones, sin la odiosa publicidad.
En uno de esos documentales, aprendí algo nuevo. Se trata de la conocida “fibra óptica” que promueven las empresas de telecomunicaciones a nivel mundial, una sofisticada infraestructura para hacer posible que un mensaje viaje en segundos de tu teléfono a un servidor.
Si hay una característica esencial en Internet es su universalidad y su conexión con cualquier destino universal, algo que no sería posible si no existiesen enlaces entre los cinco continentes por mediación de un cable submarino, que es un soporte físico de transmisión (en sus inicios, cables de cobre y, actualmente, cables de fibra óptica) que cruzan el lecho del mar y permiten la comunicación entre dos puntos bastante alejados entre sí.
Para muchos científicos, la Internet es una sustancia invisible que flota por el aire o en las nubes. Para la mayoría es tan natural acceder a la red, que olvidamos qué hay detrás o qué lo hace posible.
Lo que consideramos como Internet no se limita a correos electrónicos, vídeos en YouTube o mensajes en Facebook o Twitter. Para hacerlo posible es necesario conocer una infraestructura física, empezando por la fibra óptica o el cable de cobre que conecta nuestro hogar con las sucesivas centralitas de un proveedor y terminando por los servidores que almacenan las páginas que visitamos o que ejecutan los servicios que utilizamos online (en línea).
Para entender más sobre esta herramienta de comunicación, recurrí a una acuciosa revisión de la biblioteca virtual y encontré datos interesantes.
La primera adaptación de cables submarinos entre naciones fue posible en 1858, cientos de ellos envueltos en tres capas de aislante, que unía Irlanda y la isla de Terranova en Canadá.
Ese primer cable se conectó utilizando dos barcos que se encontraron a medio camino y su propósito era hacer posible la comunicación por telegrafía. En 1866 se sustituyó por otro alambre mejorado.
Con los años, el sistema fue mejorando y la telegrafía dio paso a la telefonía, con aislantes plásticos, más eficaces, repetidores amplificadores sumergidos con suministro de energía que agilizaban el envío y recepción de la información a través de los cables, y posteriormente los pares coaxiales, que aumentaron el número de canales disponibles para las llamadas transcontinentales.
En la segunda mitad del siglo XX, la fibra óptica fue ganándole terreno al cable de cobre, hasta que en 1988 se instaló TAT-8, el pionero de los sistemas submarinos de fibra óptica que utilizamos hoy en día, que contenía a su vez tres de fibra óptica y ofrecía una velocidad de 20 Megabits por segundo.
En cuanto a su composición, las redes actuales se encuentran bajo tierra en la profundidad de los océanos y cuentan con varias capas de aislante y protección, como polietileno, acero trenzado, cobre o aluminio, además de la propia fibra óptica que hay en su interior.
Y algo que no sabía es que los cables submarinos de telecomunicaciones por fibra óptica pueden ayudar a los científicos a estudiar los terremotos en alta mar que se producen en estructuras geológicas ocultas en las profundidades del océano.
Es decir, en lo más remoto de los océanos existe una autopista de la información que nos comunica. Sin embargo, puede colapsar a causa de un terremoto submarino. Esa eventualidad ya ocurrió una vez y dejó desconectada la red de Internet desde el sur de Asia hasta los Estados Unidos. ¿Maldades de la naturaleza?.
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
mvolquez@gmail.com
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