«En el carnaval baile en la calle de noche, baile en la calle de día»
Aquella noche, Luis «el terror» Díaz, se apareció en mi estudio de Miami junto a un amigo en común que no recuerdo. Agarro su guitarra y partió en tonalidades ácidas que en nada recordaban aquellas estrofas con olor a tierra que el solo sabía extraer, como esas primeras líneas que acompañan este latido.
Se mostraba excitado y muy por encima de la dimensión «normal» a la que estamos todos habituados. Luego de dos canciones dramáticas y ruinosas, se fueron… yo sentí un alivio vacío, un «sinsentir» pausado en el tiempo. Pensé, perdí la oportunidad de hablar con un genio, pero que podía hacer yo para detenerlo…
Esto me trae a otro momento similar. La Habana, bajo un silente sótano que abrigaba un paladar llamado «el gringo loco» de mi amigo Omar González o Rodríguez, esto de envejecer va enturbiando la memoria, se abrió lentamente una puerta secreta y allí, relajadamente sentados, me esperaba Silvio Rodríguez y dos acompañantes.
La noche pasó nula porque no recuerdo absolutamente nada de lo hablado en más de dos horas, con uno de mis maestros espirituales desde que era un niño de 12 años. Me invitó a compartir en los próximos días con él, sin embargo, un extraño presentimiento que me había invadido horas antes, me hizo cambiar el vuelo para el día siguiente.
Fueron aquellos años en los que mi vida andaba de salto en salto. Una queja ahogada que amenazaba estallar en cualquier momento. Una vida «loca» en la que, el alma vibra «desvalanceadamente» intentando parir «un ser distinto».
Fui parte de ese concierto de locos que andan por ahí intentando «encontrarse». De ese montón de gente perdida tratando de darle un sentido a su existencia. Los yaguasos no fueron en vano para este servidor de ustedes que hoy comparte constantemente y hasta «repetidamente» sus reflexiones sufridas a través de mis días.
Recibo esporádicamente personas que me llegan de la nada o debería decir, asignadas a mí y a su destino, quienes muestran esa «típica» ansiedad que tanto Luis Díaz como yo padecimos en su momento. No dejo de asombrarme ante tanta gente perdida.
Gente que intenta vivir a su manera y que aún no reúne el coraje de lanzarse al abismo como en algún momento Luis y yo hicimos. Los dos padecimos los estragos del arte y sus consecuencias inciertas. Nos tomamos el riesgo de «navegar» en caminos de tormentas y soledades en donde, periódicamente nos tientan los cantos de las sirenas.
Algunos caerán de rodillas antes los placeres que invitan a abrir puertas que conducen a otras dimensiones en donde el amor se funde en una verdad no aceptada en esta. Los vuelos están al lado de la mente que a la vez incita a desplegar las alas.
Así se va perdiendo la gente. En éxtasis momentáneos que empujan, día a día, a «ese ser» pesado atrapado en nuestro cuerpo, a salirse y dejarnos volar libremente hacia las estrellas…
No están aquí, podemos ver sus cuerpos, pero sus mentes se van debatiendo en lo que «soy o no soy». Una respuesta que anda dando vueltas y que no termina de aterrizar en el más encumbrado filosofo de la historia. La brevedad del ser y sus dilemas de «lo que será»…
No piense que estoy hablando de drogadictas y viciosos. Estoy hablando de usted y de mí y de todos. Andamos perdidos como moscas al azar en recorridos de fragancias disueltas por todas partes y que nos hacen «intentar» tocarlas a todas por las mismas ambiciones arraigadas y ese afán de poseerlo todo.
Estamos perdidos porque indiferente nos pasamos por el culo lo que sucede a miles de kilómetros de nuestro entorno, permitiendo insensiblemente que el hombre y sus miserias absurdas consiga estar cada vez más dividido en espacios exclusivos.
Perdidos porque nos agrupamos en pandillas que defienden lo indefendible solo por un «sentido de pertenencia» sin tomar en cuenta lo malo de donde se está parado.
Sí, hay mucha perdida, no solo por las drogas, los dramas o las pasiones, sino por las ambigüedades y su falta de tocar y abrazar el pecho de cualquier ser humano o animal para compartir latidos que nos aterricen a este plano breve y no concluyente.
Encontrar la luz, la razón o el propósito del «por qué» la vida, es algo que buscan pocos. Ojalá se logre visualizar pronto esa luz, ya que nos estamos quedando a obscuras ante tanta gente perdida. ¡Salud! Mínimo Perdido.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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