Por Claudio Matos
Te fuiste de este mundo terrenal con la satisfacción, para mí, y naturalmente la tuya, de haber vivido extensos años en paz, primero con Dios, contigo, tus hermanos (as), hijos y verdaderos amigos.
Te conocí «de cerca» y «de lejos», a principios de los años 80, cuando creo que apenas pesabas poco menos de 120 libras, cuando nos presentó «La Pipigua» (Leo Hernández- e. p. d) en el periódico El Campesino, ubicado entonces en la calle 17 esquina o casi esquina Josefa Brea.
Nuestra amistad, que luego se convirtió en hermandad, la depositaste poco después cuando La Pipigua me pidió que interviniera con Nelson Marrero, subdirector de Radio Mil, donde laborábamos, para colocar a Simón en una plaza disponible como reportero. Muchos lo rechazaban porque alegaban que era un «chivato» de la Policía Nacional (PN). Para entonces, desconocía si Simón era raso, cabo o sargento, eso era uno de sus secretos.
Finalmente Simón, que además laboró como periodista en el periódico Hoy, comenzó a trabajar en Radio Mil, y luego se trasladó a vivir junto a su familia a Puerto Rico, donde nos reencontramos varios años hasta que una noche recibí una llamada a mi casa de un coronel de la PN (no recuerdo su nombre) expresando que el jefe de la Policía deseaba comunicarse con Simón y le informaron que podían hacerlo a través de mí. Le dije que él me llamaba a diario y se lo comunicaría cuando lo hiciera. Simón ya se había trasladado a residir a Lawrence, Massachusetts.
Lo llamé de inmediato y le pasé la información y me dijo «ah, ese es «La Soga», como apodaban al entonces jefe policial José Antonio Núñez Guzmán. Al día siguiente Simón me llamó y me informó que Núñez Guzmán le pidió que se trasladara a Santo Domingo. Entonces muchos comenzaron a ver a Simón uniformado, como teniente, capitán, mayor, coronel y finalmente general. El general que se detenía en un esquina a jugar dominó, en un colmado, sin guardaespaldas, en una cafetería, en un restaurant, aunque como a mí, no era dado a ello; sin chofer, sin altanería, el hombre sencillo, de barrio.
Pese a los grados de oficiales que ostentó, mantuvo lo que yo le llamaba «charlatanería» y solicitaba que la dejara, dado su alto rango, le pedí que abandonara el alcohol, lo que hizo .
Cuantas andanzas, cuantos recuerdos. Aún conservo, y así lo haré, tus confidencias.
Muchos tendrán diversas opiniones de Simón.
Simón fue amigo del amigo, solidario, desprendido, al extremo de que no acumuló riqueza, pese a las posiciones que desempeñó.
Simón, gracias por tu amistad, por tu honradez. No me defraudaste.
Un abrazo, hermano, espero que nos encontremos cuando Dios también disponga de mi partida. Saludos a Papito Moreta (e. p. d).