Por Emilia Santos Frias
santosemili@gmail.com
«La corona del anciano son sus nietos …», nos dice en La Biblia, el libro de los proverbios, 17 versículo 6, mientras que, el Salmo 127, en su versículo 3, se refiere a los “frutos del vientre”, como “una recompensa”. Esto nos permite discernir que ser abuela, abuelo, es un enorme honor, pero ser nieta o nieto, es un tremendo privilegio.
Justo en estos días que nuestros corazones han sido lacerados por la enorme pérdida y tristeza que vive el mundo, mi clamor va a favor del cuidado de la población envejeciente.
El drama se apoderó recientemente de un asilo de ancianos, ubicado en la provincia San Francisco de Macorís, y cada día sucumbimos ante la terrible pérdida de vidas en otros lugares de nuestro país. Muertes ocurridas fruto del nefasto paso de la pandemia denominada: coronavirus, SARS-CoV-2 o COVID-19; un síndrome respiratorio agudo grave.
Sin dudas, hoy más que nunca el mundo está de rodillas, pero orando a Dios para que los científicos encuentren pronto la cura. Ya hemos perdido demasiado y nuestros envejecientes son los más vulnerables.
“Las abuelas y los abuelos tienen plata en sus cabellos y oro en sus corazones”. Refrán anónimo.
Es momento para priorizar dentro de nuestras limitaciones financieras, de suministro y de personal médico, la protección de las personas de la tercera edad, adultos mayores, envejecientes y ancianos, de las cuales son parte nuestros abuelos y abuelas.
Esta importante fracción poblacional está salvaguardada por normativas nacionales e internacionales, entre ellas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Constitución de la República Dominicana de 2015, entre otras.
Es vital, exhibir en estos momentos cuidados delicados hacia nuestros abuelos y abuelas, sobre todo de personas quienes aún lo tienen con ellas; los que hace años despedimos a una abuela, sabemos la profunda pena que cargamos a rastras.
Honremos ahora el artículo 57 de la Carta Magna cuando nos habla del rol de la familia, la sociedad y el Estado, responsables del amparo y asistencia de este segmento poblacional, quienes además deben promover su integración a la vida activa y comunitaria, a servicios de la seguridad social integral y al subsidio alimentario en caso de indigencia.
Las imágenes que vemos diariamente en las redes sociales, sobre todo de adultos mayores que viven en nuestros pueblos en condiciones de pobreza extremas, con falta de alimentos y desprovistos de todo tipo de servicios, parte el alma!.
“El amor perfecto a veces no llega hasta el primer nieto”, dice un proverbio Galés.
Existen muchas leyes que en nuestro país, además de la General de Salud, 42-01 y la de Seguridad Social 87-01, que consagran la defensa de nuestros abuelos y abuelas, como la Ley 352-98, que trata la protección a los envejecientes. Por lo que es oportuno hoy, como ella nos indica, garantizar que él y la envejeciente permanezcan en su núcleo familiar, donde la familia le brinde los cuidados necesarios y procure que su estadía sea lo más placentera posible. Pero, estamos cumpliendo con amor, sensibilidad, oportunidad, y compromiso este rol?.
Es en el hogar donde nuestros envejecientes deben estar protegidos, siendo amados por sus seres queridos, ya sea que estén en perfecto estado de salud o posean alguna discapacidad física, o mental. Créanme cuando fallecen se nos va la mitad de nuestras vidas. Cuidémoslo!.
Los derechos humanos así lo prevén, pero está en ti y en mí su verdadera protección. Recordemos a Víctor Hugo cuando decía que hay padres y madres que no aman a sus hijos e hijas, pero las abuelas y los abuelos adoran a sus nietos y nietas. Ese amor es incondicional, filial. Además, constituyen un verdadero pozo de sabiduría.
Amemos a nuestros envejecientes, preservémosle. Lo merecen, ellos nos privilegiaron con sus enseñanzas, su cuido, su amor y su hermoso legado. Qué Dios nos guíe en el camino del bien hacer.
(La autora es educadora, periodista, abogada y locutora, residente en Santo Domingo).
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