No fue suficiente la invasión «gringa» al país ocurrida entre los años 1916-1924. Como si faltara algo más, dos años después, en medio del tráfago de la ocupación política-militar, comienzan a sentirse los efectos de la pandemia que en ese entonces azotaba al mundo y que se conoció como la Influenza o «la gripe española». Los enfermos comenzaron a aparecer por doquier y la gente acudía a los «brebajes de las abuelas» para paliar la crítica situación de salubridad que afectaba la media isla.
Los pobladores comenzaron a sentir y deplorar la situación. Se vivía un panorama como si se hubiera retrocedido a la época de «la España Boba», aquellos momentos en que España abandonó su colonia a la peor suerte. Fue cuando Juan Sánchez Ramírez lideró una revuelta, convirtiéndose en el nuevo gobernador de Santo Domingo en 1809, y que culminó el 1 de diciembre de 1821 con la Independencia Efímera de José Núñez de Cáceres. En ese período esta parte de la isla sufrió serias calamidades, incluyendo la falta de circulante, ya que la «Madre Patria» se interesó más en sus territorios de ultramar mayores (Cuba, por ejemplo) y apenas enviaba fondos para los empleados de la corona».
Los desalientos, lamentos y pesares latían entre los pobladores: –»Creo que nosotros estamos pagando algo», decían mientras organizaban procesiones –aferrados a su fe católica-para pedir a Dios que les perdone sus culpas.
Los conatos de resistencia de grupos de patriotas no se hicieron esperar para hacer frente a aquel fatídico «13 de mayo de 1916 (cuando) el contralmirante William Banks Caperton obligó al secretario de Guerra de la República Dominicana Desiderio Arias, quien había ocupado el cargo durante el gobierno de Juan Isidro Jimenes Pereyra, a abandonar Santo Domingo bajo la amenaza de realizar un bombardeo naval a la ciudad».
En medio del apremiante escenario, surgieron algunos espíritus de rebeldía que comenzaron a resistir la presencia militar norteamericana y sus actos de imposición y atropellos. Aparecieron los llamados «gavilleros» o grupos guerrilleros débilmente armados que las tropas invasoras persiguieron hasta doblegar a algunos, y aniquilar a otros, acabando con todos los focos de resistencia.
Se impuso la superioridad militar. Las armas de las tropas extranjeras eran superiores y más modernas que las que pudieron usar el «ejército dominicano» y «los alzaos».
Empero, la estirpe patriótica sacó la cara por la Patria, aunque con notables desventajas frente al ejército invasor. Uno de esos patriotas fue el declarado héroe nacional y «héroe de dos pueblos» Gregorio Urbano Gilbert, quien enfrentó las tropas norteamericanas aquí y en Nicaragua. Gilbert, oriundo de Puerto Plata, sirvió como cuarto ayudante del General César Augusto Sandino, siendo capitán del Comando Supremo del Ejército Sandinista.
Antes de marchar a Nicaragua, Gilbert, de profesión tipógrafo, armado de un revolver «mató en el muelle de San Pedro de Macorís al capitán CH Button, jefe de las tropas invasoras norteamericanas de 1916». Por esta acción, fue perseguido y apresado, cuando fue liberado marchó al extranjero y se enroló en la guerra nicaragüense donde se ganó la confianza del General Sandino.
Dado estos excelsos méritos patrios, el poeta le hizo loas a la nobleza de este gran hombre:
-«Gregorio Urbano Gilbert,
la Patria está en peligro
¡salvadla!
Gregorio Urbano Gilbert,
la bandera está cayendo
¡levantadla!».
…
A la par que transcurría la penosa situación, la naturaleza se ocupó también de golpear a la «patria herida», atacándola con una solapada sequía que asola a comunidades de la zona Sur del país. Cuentan los antepasados que en Galindo de Azua se produjo una intensa calamidad a tal nivel que, según nos narraban, los perros llegaron a un extremo de tal languidez que se recostaban de árboles para ladrar.
Señalan estas leyendas que cuando los labriegos de Galindo labraban la tierra entonaban cantos lastimeros salidos de las almas de los pobladores, a causa de las precariedades que atravesaban. La tierra apenas producía los alimentos para el sostén de la gente, pese a los ingentes esfuerzos de los productores de la comunidad:
-«Galindo adentro
Galindo afuera
mucho trabajo
poca comía…»
Ocurrió igualmente en el Sur Profundo, en la comunidad de «Guanarate» donde la sequía era implacable y azotaba a los escasos cultivos agrícolas. Las gentes, animales y hasta las especies acuáticas sufrían los embates de esta furia silenciosa de la naturaleza. La tierra se «fragmentaba» con surcos profundos y los vientos levantaban polvaredas que cubrían los ranchos y los pueblerinos, vestidos con ropas raídas por efectos de la inclemente miseria, apenas podían transitar. Los cultivos de plátanos, guineos y frutas escasamente retoñaban y se secaban por la carencia de agua. Andresito, un agricultor que se había ganado el respeto de los pobladores, realizó una siembra de batatas o boniatos que esperaba sea su salvación y la de su familia.
Pero este cultivo se secó en el corazón de la tierra, aunque milagrosamente se salvó una batata que, además, fue parcialmente atacada por la enfermedad que los pueblerinos llaman «piogán». Cuentan los lugareños que decepcionado, frustrado y sin ninguna esperanza Andresito se fue al bosque cercano con la única batata que le quedaba en la vida, se puso a asarla y luego se dispuso a comérsela.
-«Que hago vivo, ya no tengo nada, solo me queda esta batata y no puedo recurrir a nadie», razonó mientras se cobijaba debajo de un famélico árbol de escasas hojas y ramas diezmadas por el estiaje. Había decidido poner fin a sus horas de sufrimiento.
Andresito tomó la batata asada y una soga, trepó al árbol y ya en lo alto comenzó a pelar el tubérculo. La idea era comerse la única y última batata que le quedaba, y luego despedirse del mundo amarrándose la soga al cuello para suicidarse.
Durante el proceso de pelar la batata, Andresito escuchó que mientras él tiraba las cáscaras hacia el suelo, una persona que estaba debajo de la mata no dejaba caer a tierra los desperdicios, ya que en gestos desesperados los atrapaba en el aire, comiéndoselos exasperadamente.
La inusitada situación puso a meditar a Andresito, quien en un gesto de razonamiento lógico expresó:
-«¿Por qué me tengo que ahorcar?. Que se mate ese que está peor que yo, él no tiene ni siquiera una batatica y no se quiere matar ¿Por qué debo hacerlo yo?».
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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