Lo primero que vio al despertar fue humo. Se levantó apresurado y a tientas alcanzó a salir de la casa solo para ver como esta se consumía entre las llamas voraces.
No lo vio el camión de bomberos que llegaba y de un solo golpe lo mandó volando hasta la casa del vecino. Tuvo «la suerte» de caer en la piscina…
El cocodrilo que la noche anterior se había colado hasta esta, lo arrastró hasta el borde en donde pudo aferrarse y salir a medio pie pues el cocodrilo se había quedado con una de sus piernas.
Se amarró una «pata» de palo que le quitó a una silla y como todo un pirata, medio desnudo, mojado, rasguñado, «amoretoneado» saltó la verja para regresar a su casa.
Tan irreconocible estaba que lo confundieron con un ladrón y la turba curiosa, que hasta allí había llegado, le entró a palos.
Cuando logró recobrar la conciencia, estaba esposado en una cama de hospital y cuando quiso preguntarle a la enfermera, esta no lo dejó hablar colocándole una mascarilla de la que salía un vapor «anesteciante»…
Cuando volvió a medio despertar, entre sueños, escuchó unas voces que discutían; pero, ¿quién confundió al paciente? Le hemos sacado un riñón a este pobre hombre y trasplantado un corazón nuevo y ahora resulta que nada tenía que ver con eso.
A este punto, ya no sabía si estaba soñando, si estaba muerto, si era parte de una obra de teatro. Ya no sentía nada y quizás, ese nuevo corazón, tendría un sentimiento más duro, más frio, más…indiferente.
¡Bueno llévenselo! Escuchó la voz frustrada del doctor.
A los cuatro días recuperó las fuerzas y la voz. Le dieron de alta sin explicaciones y se apuraron en sacarlo del hospital. Nadie fue a buscarlo. Vivía solo y sus familias cercanas hacía tiempo que lo habían olvidado.
Arrastrando una silla de ruedas se aventuró a intentar llegar a «su casa». No vio la bajada larga de la calle y cuando la vio…ya no podía frenar el viejo andamiaje que le habían dado.
Bajó hecho un cohete, tan rápido iba que ni el gato negro que se le cruzó logró esquivarlo. De un brinco alcanzó a aferrarse a los cabellos ajados del pobre hombre clavándole con fuerzas sus uñas y una de ellas en un ojo dejándolo tuerto al instante.
Cuando alcanzaron la parte baja de la cuesta se encontraron de frente con un tren que los enganchó como cuchillo. No hubo gritos ni maullidos que alertaran al piloto. Así se desaparecieron de la bulliciosa ciudad en un bullicioso trotar de hierros.
Cuando el tren se detuvo, ya la noche era señora del día.
A duras penalidades lograron zafarse del garabato que dibujó la silla ante el «roce» avasallador del tren.
No había maquinista, ni auxiliar de cabina, ni fogonero, ni pasajeros. Solo la mole gigante detenida en medio de una selva solitaria y negra.
Se sentaron a contemplar la noche. El gato no se atrevió a apartarse de su lado, él también estaba anonadado de ver «como» en un segundo la vida le cambiaba a cualquiera. Ya no volvería a ver a sus amigos callejeros.
Una estrella iluminó el cielo y ¡zazz!! Una bola de fuego se les vino encima derritiendo como agua al tren ante sus ojos, bueno, medio ojo para él. El asteroide que cayó los hizo saltar varios metros provocándole varias costillas rotas a ambos.
Quedaron inmóviles boca arriba. No podía este hombre moverse ni media pulgada ante el dolor tan absurdo. En cambio, el gato, apenas daba uso a tres de sus siete vidas.
El vapor provocado del asteroide desató las tormentas y el diluvio de Noé no fue nada comparado con las lluvias que cayeron en apenas un minuto. Sintió como esta levantaba su cuerpo y lo hacía flotar a la vez que el gato lo usaba de canoa.
Fueron arrastrados hasta el borde de unas impresionantes cataratas cayendo hasta el fondo de sus profundas aguas…
Despertó en la sala de otro hospital. Tuerto, cojo, descorazonado, desriñonado, descostillado y con un gato negro de tres vidas a su lado.
¿Cómo se siente? Preguntó una bella enfermera. Este miro al gato que le dio una cómplice sonrisa, se puso la mano en el pecho como queriendo alcanzar su corazón, que no era suyo, pero que ya no importaba, y esforzando la voz ante el dolor del intento alcanzó a decir; ¡qué bonita es esta vida!. ¡Coño!. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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