Las incomodidades que ha vivido, y sigue viviendo, la República Dominicana, a propósito de su vecindad con Haití no parece que sean conocidas por voceros y ejecutivos de organismos internacionales. Conviene que esos señores y señoras, expertos en soluciones fantasiosas, conozcan un poco de la historia de ambas naciones.
Quizá no se hayan preguntado por qué en una isla de 76,192 kilómetros cuadrados habitan dos pueblos con marcadas diferencias culturales. Se trata de uno de los jalones más profundos en la historia dominicana y una de las consecuencias más perceptibles de la incidencia maléfica de las potencias marítimas europeas en el Nuevo Mundo.
Lo que vemos ahora es consecuencia de las acciones de España, Inglaterra, Portugal y sobre todo Francia, a partir del azaroso descubrimiento, ocurrido al final del siglo XV, y durante los siglos XVI, XVII y parte del siglo XVIII, cuando se producen las guerras de independencia en la mayoría de las colonias.
Las desbordadas ambiciones de riqueza y de poder que corroían a los gobernantes europeos originaron múltiples conflictos bélicos cuyos finales afectaron en muchos casos territorios americanos, repartidos como botines de guerra. Por ejemplo, la guerra denominada de los Nueve Años involucró enfrentamientos de Francia contra España, Inglaterra y otros países.
La solución de este conflicto, particularizando entre Francia y España, determinó que esta última nación cediera a la primera la tercera parte o lado occidental de la isla Española, que para entonces ya era llamada Santo Domingo. Eso fue pactado en un tratado suscrito entre ambos Estados, en Ryswiick, ciudad holandesa, en 1697.
Otros convenios suscritos ente potencias europeas y que incidieron en nuestro territorio han sido el tratado de Aranjuez y el de Basilea. Con este último, firmado el 22 de julio de 1795 en la localidad suiza de Basilea, España resolvió un conflicto con los franceses cediendo a cambio la parte oriental de La Española en el mar Caribe.
Al relatar este hecho en su Compendio de historia de Santo Domingo, don José Gabriel García, casi llora: “… quedando condenada en él la parte española de la isla, hija fiel y sufrida hasta entonces, a verse brutalmente arrancada de los brazos de la madre ingrata con cuya memoria deliberaba, para caer en las garras de los adustos representantes de una madrastra, que a pesar de su buena intención y de sus sanos deseos, no podía ofrecerle en aquellos momentos sino la miseria y el desconcierto de que era presa la compañera que pretendía darle por hermana”. (pág. 261).
Quien conoce la historia habla con más mesura.
rafaelperaltar@gmail.com
(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).