La muerte, pese a su inexorabilidad, no deja de causar espanto, dolor, inconformidad y sorpresa. La realidad de la muerte se acepta cotidianamente, pero se torna difícil admitirla cuando, de repente, se presenta ante nuestros ojos y el cuerpo yerto te lo restriega. Entonces brota el llanto.
La gente común lo expresa con gritos en los que acude a su vínculo con el fallecido y las cosas que solía hacer y cómo será la vida con su ausencia. Un poeta lo proclama de este modo: “No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la vida desatenta, / no perdono a la tierra ni a la nada”.
Ese testimonio perpetuo dejó Miguel Hernández, poeta español, ante la muerte de su amigo Ramón Sijé. Quizá no hay que llorar en el mismo tono a todos los humanos. Los hay que con un “lo siento” es suficiente. El pasado martes 3 falleció el periodista Octavio Estrella en un fatal accidente en la autopista Duarte.
De acuerdo con informes de prensa, el vehículo en el que se desplazaba Estrella, junto a dos compañeros, fue impactado por un camión que corría a alta velocidad en el tramo conocido como La Cumbre. Se dirigía a Piedra Blanca a impartir una conferencia sobre comunicación y cooperativismo.
Tenia 75 años y no estaba muy bien de salud, aun así, no le fue dado sucumbir en su cama, tomando las manos de su esposa o alguno de sus hijos. La muerte lo arrebató con estrépito como para evidenciar que puede llevarse a los buenos, a los que viven pensando en el bien común. Es antojadiza la muerte.
Octavio Estrella estudió la carrera de comunicación social en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en el mismo tiempo en que lo hice yo. Compartimos mucho tiempo de aprendizaje y horas libres para bromear o para el diálogo político, con respeto a los puntos de vista divergentes.
Yo era de los “pacifistas” del FUSD y Octavio del “glorioso y combativo” grupo Fragua. Siempre me pareció un marxista puro, aun después de que los marxistas dominicanos pasaran a mejor vida, aquí en la tierra. Lo mismo puede decirse de su ejercicio profesional: era inconcebible que consiguiera fortuna con el periodismo.
Era miembro de Fuerza del Pueblo, pero me parece que su pensamiento iba más allá que los postulados de esa organización. Reitero mis condolencias a sus hijos, Atabeira, Laura y Pavel, como a su esposa, doña Carmen Santana. Octavio debe ser recordado como un periodista íntegro y como hombre de bien.
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(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).