Por Guillermo Sención Villalona
Leer, leer, leer todo, clásicos, desconocidos, buenos, malos, ver cómo escriben, leer y absorberlo. Luego escribes. Si es bueno lo conservas,si no, lo tiras por la ventana.
Wiliam Faulkner
Los verdaderos analfabetos son los que aprendieron a leer y no leen.
Mario Quintana
En los últimos años los que cultivan las letras han notado que se evidencia una caída vertiginosa en el número de lectores que ponen interés en las obras importantes, las creadas por autores notables, no importa el género o el tema.
Esa importantísima actividad, aunque antiquísima, ha ido cobrando cuerpo como elemento de análisis entre escritores, pensadores y, precisamente, lectores.
A propósito, en días recientes leí entusiasmado tres interesantes y motivadores textos sobre esa importantísima actividad. Los autores, literatos como son, centran su atención en esa disciplina.
De Lantigua es el opúsculo Buscando tiempo para leer, subtitulado Los diez derechos del posible lector [1] . El trabajo contiene un prólogo ilustrativo bajo la firma del escritor Alejandro Arvelo.
Es imperativo señalar las circunstancias que dieron origen al libro. Dice Lantigua en la breve parte introductoria:
Daniel Pennac estuvo enfrentando por años, como profesor de literatura en un instituto de París, la reticencia de sus alumnos, incluso la de su hija de ocho años, a la lectura.
En el quinto párrafo se lee:
El texto siguiente, que contiene el decálogo señalado, es una condensación del pensamiento de Pennac y, a su vez, una transcripción libre de las ideas a este respecto elaboradas por este reconocido educador y escritor francés en su famoso libro Como una novela.
Cuando me topé con las palabras profesor, lectura, pensamiento, francés…, dirigí la mirada al libro de ensayos Invitación a la lectura (Notas sobre apreciación literaria), de Camila Henríquez Ureña, ya que es notable la coincidencia en la temática. En una conferencia dictada en La Habana, la notable escritora e investigadora dijo:
Hace veinte años, el maestro Alain escribía que si él hubiera sido director general de Enseñanza se hubiera propuesto enseñar a todos los franceses a leer. “Saber leer” -dijo- es descuidar lo que se sobreentiende y fijarse en la dificultad principal, como hacen los buenos intérpretes de la música; es leer de manera que el espíritu se desprenda de la letra para ceñirse al sentido.
Considero oportuno colocar los “derechos” del lector potencial, apuntados en el índice de Buscando tiempo para leer:
- El Derecho a no leer.
- El Derecho a saltarse las páginas.
- El Derecho a no terminar un libro.
- E Derecho a releer.
- El Derecho a leer cualquier cosa.
- El Derecho al bovarismo.
- El Derecho a leer en cualquier lugar.
- El Derecho a hojear.
- El Derecho a leer en voz alta.
- El Derecho a callarnos.
En el libro figuran nombres de obras y autores en su gran mayoría conocidos universalmente, lo que induce a provocar satisfacción y/o perplejidad en cada lector, acaso haya leído o no esos textos imprescindibles, si cabe la palabra, si los conoce o forman parte de sus lecturas pendientes. En el último caso, puede ser que los considere parte de una deuda para con esos ilustres autores.
Señalo las obras mencionadas en el pequeño volumen:
La guerra y la paz, Moby Dick, Los miserables, Ulises, Bajo el volcán, La montaña mágica, Don Quijote, Madame Bovary, Doctor Zhivago, Veladas de Ucrania, Cuentos petersburgueses, Taras Bulba, Las almas muertas, Memorias de Saint-Simon, Epistolario de la familia Henríquez Ureña.
Añado a los autores que figuran en el texto:
León Tolstoi, Herman Melville, Víctor Hugo, James Joyce, Malcolm Lowry, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, Robert Musil, Boris Pasternak, Honoré de Balzac, Guy de Maupassant, Gustave Flaubert, Nicolás Gogol, Frank Kafka, Hector Hugh Munro (Saki), Marcel Proust, William Skakespeare, Dylan Thomas, Charles Dickens, André Gide, Fedor Dostoievski, Francois Rabelais, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Juan Bosch, Manuel del Cabral, Marcio Veloz Maggiolo.
A propósito de Tolstoi, García Márquez dijo en una entrevista:
Nunca guardo nada de él, pero sigo creyendo que la mejor novela que se ha escrito es La guerra y la paz.
El profesor Bosch, también citado, dijo en una ocasión que la literatura le hacía vivir más intensamente la vida.
Con apenas 49 páginas de contenido, ese ameno libro ofrece una fórmula diríamos que paternalista de invitar a la lectura, las formas posibles de hacerlo, el lugar, dejando al motivado lector la libertad de escoger las opciones que considere a su interés.
De Basilio Belliard son los artículos de prensa Leer y escribir [2] y Los libros y la lectura en cuarentena [3].
En ellos el autor muestra su devoción por el libro. De manera emotiva Belliard narra sus experiencias con la lectura, con las obras escritas en cualquier género literario. Se aprecia de inmediato al lector consumado que es, se deduce que su apego a la lectura es innegociable. El texto es muy estimulante para ese posible lector orientado por Lantigua.
Del primer trabajo transcribo los siguientes párrafos:
… De modo que el acontecimiento más trascendental, de la historia personal de un individuo, es el acto de aprender a leer. Y, este evento, casi siempre sucede en la infancia, en esa etapa de deslumbramiento y embeleso del mundo.
Leer me hizo una persona letrada y creó en mí una conciencia de las cosas del mundo, de la naturaleza, de las palabras y de la sociedad. Nada dejó un signo más indeleble en mi personalidad, en mi memoria, en mi imaginación y en mi sensibilidad, como el momento en que aprendí a leer y escribir mi nombre.
Leer me ha permitido definir los perfiles de mi personalidad, ejercitar mi memoria, afinar mi sensibilidad y potenciar mi imaginación. Gracias a la lectura he podido disipar ansiedades, entretenerme, divertirme, y aprender, con este vicio apasionado, pero maravilloso y exaltante, en el que me refugio para vivir una vida paralela.
Del segundo artículo presento estos comentarios iniciales:
Cada día que amanece, el dilema que nos asalta es por qué libro empezar o cuál seguir leyendo. De modo que leer ahora, hoy, sirve de alivio o consuelo ante las imágenes aterradoras y perturbadoras que vemos en la televisión, ante un virus que está haciendo estragos, creando un panorama dantesco y desafiando la medicina. A continuación, se presenta un elogio a la lectura y a la importancia del libro en nuestras vidas.
En este período forzado de cuarentena, me he dedicado —y supongo que todo lector habitual— a buscar y desempolvar en mi biblioteca libros olvidados que había dejado inconclusos, otros sin leer, y algunos que ahora releo y que releeré. O a descubrir libros y autores que volvemos a comprar porque olvidamos que los teníamos. ¡Volvieron a vivir y a revivir! Otros que solo en cuarentena podremos —o podré— leer. He buscado libros extensos que, por la prisa de la vida académica o familiar, ni leía ni revisaba. Descubro libros que creía perdidos o repetidos, o echo en falta algunos que regalé (y esto me ocurre con frecuencia, y me da rabia).
La razón la tiene mi caos-biblioteca. Alterno novela con poesía, ensayo con crítica literaria, artículos con biografía; filosofía con historia, y clásicos antiguos con clásicos modernos. Esta experiencia me satisface y también me perturba. Me estimula las ganas de leerlos todos a la vez. Me aturde el hecho de saber que no podré leerlos todos a un tiempo.
Es evidente que con el surgimiento de las llamadas redes sociales, ahora se lee más, pero no podríamos objetar lo dicho por Luis Eduardo Aute:
Tenemos sobredosis de información y cada vez menos conocimientos. Las redes son una patología colectiva.
Humberto Ecco fue más severo y enfático al referirse a ese fenómeno que nos ha legado la modernidad:
Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas.
La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad.
En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública.
Hace un tiempo se podía saber la fuente de las noticias: agencia Reuters, Tas…, igual que en los periódicos se puede saber su opción política. Con internet no sabes quién está hablando. Incluso Wikipedia, que está bien controlada. Usted es periodista, yo soy profesor de universidad, y si accedemos a una determinada página web podemos saber que está escrita por un loco, pero un chico no sabe si dice la verdad o si es mentira. Es un problema muy grave, que aún no está solucionado.
Dada la manifiesta aversión por la buena lectura que se nota entre la gente de estos complicados tiempos en que nos ha tocado vivir, muchas veces producto de las circunstancias señaladas por esos escritores, pero inocultable, adquieren mucho valor las disquisiciones de los que tienen la escritura por oficio. No se puede olvidar que los grandes escritores aprenden esa difícil labor leyendo a los maestros de la palabra.
La desidia mostrada por la gente hacia las obras interesantes, deriva en terribles deficiencias en su escritura. Por ejemplo, se evidencia que no hay un manejo adecuado de la gramática, tanto de los elementos básicos de la oración, como en lo que atañe a signos de puntuación, sintaxis, ortografía.
Además, se nota una falta de cuidado en la elaboración de los párrafos, con ideas mal hilvanadas y mal estructuradas, falta de claridad en lo expresado. Agréguese un léxico sumamente limitado.
Ojalá que en este aspecto también encuentren eco y una feliz solución esas palabras de Ecco:
Es un problema muy grave, que aún no está solucionado.
[1] Buscando tiempo para leer
Los 10 derechos del posible lector
José Rafael Lantigua
7ma. edición, octubre 2020
Edición al cuidado de Isael Pérez
Editorial SANTUARIO
Diagramación y diseño de portada:
Amado Santana
Impresión: Editora Búho
49 páginas
[2] https://hoy.com.do/leer-y-escribir/
[3] http://revista.global/los-libros-y-la-lectura-en-la-cuarentena/
Santo Domingo de Guzmán, D. N.
19 de noviembre de 2020
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