En el 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un interesante estudio en el que señalaba que nueve de cada diez personas, es decir el 90 por ciento, respiran aire contaminado todos los días.
En esa ocasión, la entidad consideraba que la contaminación del aire es el mayor riesgo ambiental para la salud, pues los contaminantes microscópicos en el espacio pueden penetrar los sistemas respiratorios y circulatorios, dañando los pulmones, el corazón y el cerebro, matando a 7 millones de personas en forma prematura cada año por enfermedades como el cáncer, los accidentes cerebrovasculares, las enfermedades cardíacas y pulmonares.
Precisaba que alrededor del 90% de estas muertes se producen en países de ingresos bajos y medios, con altos volúmenes de emisiones de la industria, el transporte y la agricultura, pero también por artefactos hogareños y combustibles.
En otra investigación también advertía que el mundo se enfrenta a múltiples retos en salud, que van desde brotes de enfermedades previsibles por vacunación como el sarampión y la difteria, el aumento de los reportes de patógenos resistentes a los medicamentos, el incremento de las tasas de obesidad y de sedentarismo hasta los efectos en la salud de la contaminación ambiental y el cambio climático y las múltiples crisis humanitarias.
Desde entonces, existe el mismo panorama mundial y los mismos riesgos. Los llamados gases de efecto invernaderos, las emisiones de dióxido de carbono y el cambio climático como conjunto, siguen estando en la mira de los científicos internacionales, en razón de que cada vez sus efectos se hacen más notorios en el planeta y podrían llegar a un punto de no retorno, según los pronósticos de esos genios.
Es por esta razón que la Organización de Naciones Unidas (ONU), un organismo que considero inútil y servil a los peores intereses de las naciones ricas, a través del reporte Especial sobre la Sequía 2021, alertó que la sequía, uno de los efectos del calentamiento global, podría convertirse en la próxima pandemia universal, para la cual, si no se toman acciones pertinentes, podría no existir una cura.
“La sequía está a punto de convertirse en la próxima pandemia y no existe una vacuna para curarla. La sequía ha afectado directamente a 1.500 millones de personas en lo que va de siglo y este número crecerá drásticamente a menos que el mundo mejore en la gestión de este riesgo y comprenda sus causas fundamentales y tome medidas para detenerlas”, dice el reporte.
Además, precisa que ese fenómeno derivará en problemas de seguridad alimentaria en los países, por lo que serán cientos de miles de personas las que sufran estrés hídrico en los siguientes años.
“La sequía se manifiesta durante meses, años, a veces décadas, y los resultados se sienten por el mismo tiempo. La sequía exhibe y exacerba las desigualdades sociales y económicas que están profundamente arraigadas en nuestros sistemas y golpea con más fuerza a los más vulnerables”, señala.
El llamado del organismo hemisférico es que los países se unan para retroceder a la humanidad en su gran esfuerzo por construir un futuro sostenible. Esto, destacando que la escasez de agua siempre han formado parte de la experiencia humana, pero se subestiman gravemente los daños y los costes derivados de ellas.
Según la ONU, los costos derivados de los impactos de la aridez entre 1998 y 2017 muestran que han provocado pérdidas económicas de al menos US$ 124.000 millones de dólares en todo el mundo. Las estimaciones de algunos de los costos directos incluyen pérdidas anuales en los Estados Unidos de aproximadamente US$6.400 millones de dólares estadounidenses por año y unos 9.000 millones de euros en la Unión Europea.
En su declaración, los miembros del organismo precisaron que es necesario tener un nuevo mecanismo mundial para ayudar a los países a abordar la naturaleza transfronteriza del riesgo de resecación. Y además, se destaca la necesidad de tener asociaciones nacionales de resiliencia a la sequía que movilizarían a los socios públicos, privados y de la sociedad civil y trabajarían para garantizar un vínculo fluido entre los niveles nacional y local.
El informe Especial recomienda a los países prevenir costos humanos, financieros y ambientales mucho más bajos que la reacción y la respuesta; evaluar una mayor comprensión de los riesgos sistémicos complejos y una mejor gobernanza que conduzca a una acción eficaz sobre la sequía.
Esas recomendaciones son viejas. Ninguna potencia hace caso, tampoco las naciones en vía de desarrollo.
La situación se nos agrava con la contaminación ambiental y el cambio climático, fenómenos provocados por la actitud arrogante, ambiciosa y depredadora del hombre, que todavía no tiene reparos respecto al daño que le está ocasionando al planeta tierra y las múltiples crisis humanitarias que se están registrando en el mundo.
El dispendio de agua potable reservada para el consumo humano es alarmante, comportamiento que está provocando sequías de los ríos.
Derrochamos a diario millones de litros de esta sustancia cuando la usamos sin límite de tiempo para regar los cultivos. Es un problema de conciencia, educación y disciplina que se registra en cada hogar, cuando nos aseamos, nos duchamos, usamos los lavaplatos o lavamos los automóviles. Es un derroche irresponsable del preciado líquido.
Sin agua, el hombre ni los demás seres terrestres pueden existir. Los productos agrícolas desaparecerán y la hambruna será catastrófica. Es una muerte segura.
En caso de la desaparición del agua potable, las naciones se verán en la obligación de buscar otra opción para combatir la sed: desalinizar las aguas de los océanos.
Actualmente Arabia Saudí, es uno de los países pioneros en desalinización de agua del mar. Allí, cuatro de cada cinco litros que se consumen provienen de ese proceso. Los siguientes países en la lista son Emiratos Árabes, Libia, Kuwait, Qatar, Estados Unidos, Japón y España.
Dos de las plantas desalinizadoras más grandes del mundo se encuentran en Israel, una nación donde los recursos hídricos son escasos, limitados y se encuentran en continuo descenso.
La tercera planta más grande la encontraremos en Port Stanvac, cerca de Adelaida, la ciudad con mayor población del estado de Australia Meridional, que tiene capacidad para suministrar agua potable al 50% de la región. Sus niveles de desalinización se sitúa en 300.000 metros cúbicos al día.
En territorio europeo, se encuentra en Torrevieja, Alicante, España. Dada su reciente apertura, se está trabajando para mejorar su funcionamiento. Se espera conseguir una producción diaria de 240.000 metros cúbicos de agua, la mitad de los cuales serán destinados al riego y la otra para el abastecimiento de agua potable en municipios de Murcia y de Alicante. También utiliza el proceso de ósmosis inversa.
En América Latina, Perú y Chile lideran la desalinización en la región. En Perú, el sistema se utiliza para la agricultura (más del 70% del uso del agua), la industria y el consumo municipal.
En Chile, el proceso se utiliza ampliamente para la minería y para el agua municipal, principalmente en el norte árido.
Igual fenómeno ocurre en algunas islas caribeñas, entre estas Curazao. Los lugares han dependido durante mucho tiempo del proceso para complementar los suministros de agua naturales
Más de 7,000 islas del archipiélago del Caribe se encuentran dispersas en un área de millones de millas cuadradas entre América del Norte y del Sur. Algunas más pequeñas son naturalmente secas, pero otras islas volcánicas, como Granada y Santa Lucía, son más boscosas y proporcionan una importante captación de agua para mantener el agua de manantial y la superficial.
Antes de que comenzara el uso de esa iniciativa en el Caribe, las fuentes de suministro de aguas típicas incluían la superficial, la de manantiales y las subterráneas, así como agua de lluvia.
Se trata de una estrategia dirigida a evitar el fin de la humanidad, de la extinción colectiva de la vida en el planeta Tierra, a falta de este líquido. Un método que pocos países están preparados para desarrollarlo.
Con la sequía, vendrá el verdadero Apocalipsis; no es como lo describe la Biblia. Lamentablemente, no habrá una vacuna salvadora para curarla. En lo que sí estoy seguro es que la próxima guerra que tendrán las naciones será por el agua.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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