Estoy conmovido por los recientes crímenes cometidos por delincuentes, unas inadaptadas basuras sociales, peligrosas estirpes endemoniadas, que rondan las calles, día y noche, en busca de armas de fuego, dinero y otras pertenencias humanas.
Fruto de esas malvadas acciones han muerto ciudadanos en las diversas demarcaciones del país, entre éstos dos jóvenes cristianos activos: José Manuel Gómez Jiménez, de 38 años de edad, y Javier Hernández Jesús, de 28. Recibieron impactos de balas de parte de sujetos desconocidos que son perseguidos por agentes policiales.
«Nos ha ganado la delincuencia, fueron dos muchachos buenos, cristianos que asesinó la delincuencia; la delincuencia nos ha ganado, el presidente (Luis Abinader) ha dejado que la delincuencia nos gane y que se esté llevando la juventud buena», fueron las palabras de impotencia proclamadas por los familiares que asistieron al sepelio.
Tienen razón de pensar así. Como ellos, otros ciudadanos son asaltados a diario en lo que parece ser el recrudecimiento de la delincuencia justo cuando nos estamos preparando para asistir a las urnas en la celebración de las elecciones generales y legislativas pautadas para el 19 de mayo del año en curso.
En ocasiones, pienso que mentes malvadas o despechadas estarían contratando los servicios de los malhechores con la intención de crear una crisis de inseguridad ciudadana. Esa estrategia se ha implementado en otros momentos y el propósito ha sido dañar la reputación de los adversarios políticos en el poder o tal vez perjudicar a la jefatura policial. Es cuestión de intereses. ¿Es que la delincuencia podría financiarse? Sí, se podría.
Se diría que ese es un razonamiento erróneo, pero hay que recordar que por los intereses políticos se mata, difama, desacredita y cometen muchas diabluras.
La delincuencia, es lo que observo, al parecer, ha elegido a los militares y policías como blancos favoritos para rearmarse y continuar la agenda delictual. Pero es un gran error.
En lo últimos meses han asesinado a militares de las distintas instituciones castrenses con diferentes rangos, incluyendo a un tenente coronel.
Citemos algunos casos.
El 12 de febrero, el sargento Bartolo Familia Solís fue herido de un disparo en el costado izquierdo con un revólver calibre 380 accionado por un desconocido de presunto origen haitiano para sustraer su arma de reglamento. Falleció horas después en un centro de salud de Santiago Rodríguez. Fue baleado en el puesto de chequeo “El Corozo”, de la provincia Dajabón.
Otros casos: Tras culminar sus labores en el Desfile Militar con motivo del 180 aniversario de la Independencia Nacional, y llegando a su casa en el sector el Almirante, el segundo teniente del Ejército, Fernando Pérez Berigüete, fue sorprendido por desconocidos quienes le quitaron la vida.
El 21 de febrero, asesinaron al teniente coronel Enrique Porte Díaz durante un asalto en el sector de Manoguayabo para quitarle el arma de reglamento.
Si revisamos los reportes periodísticos locales, veríamos decenas de soldados ultimados a manos de los delincuentes.
Dos días después, sujetos desconocidos mataron al abogado Alberto de Jesús (Moraíto) en un atraco ocurrido el municipio de Pedro Brand.
A esos acontecimientos, sumamos algunos ataques que se están ejecutando en hogares y residenciales de apartamentos en Santo Domingo y Santiago, eventualidades que, según se ha dicho, son dirigidas por malhechores desde la cárcel.
La situación no deja de ser preocupante y nos obliga a transitar las calles bajo el código de alerta máxima porque en cualquier espacio podríamos ser víctimas de esas fechorías.
Pudiera recomendarse que en el caso de los delincuentes peligrosos y asesinos se aplique el método de: «A quién hierro mata, a hierro muere», por encima de los criterios de aquellos que se oponen a la pena de muerte. Sería una forma de aplastar a las bestias asesinas, naturalmente, reconociendo que se trata de un mecanismo riesgoso, que debe implementarse con cautela en una sociedad como la nuestra en la que impera la doble moral. Hay que erradicar ese cáncer devastador.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).