La gran cantidad de información que recibimos diariamente, desde los distintos medios de comunicación: moderna, tradicionales y redes sociales, sin lugar a duda, nos sobrecarga, importuna y propicia aparición de problemáticas de salud mental. Esta infoxicación aumentada por las innovaciones tecnológicas, el advenimiento de la pandemia mundial del coronavirus, que arrodilló a la población, nos trastorna cada vez en mayor escala.
Infodemia, infoxicación o fake news: un cóctel perturbador que abraza antivalores y acciona de espalda a la norma. Transgrede el bien hacer periodístico. Crea caos, pavor o espanto en la población, que en ocasiones le es difícil identificar si toda la información que recibe es real o no. Si la fuente que la difunde es confiable o no, pero en la generalidad de los casos, pese a desconocimiento, ya sea por razones de carencias formativas, interés o inadvertencia, se convierte en multiplicadora de este contenido, que puede ser impostor, y más que edificador, es generado para desinformar.
Esto, gracias a que en la actualidad todos somos consumidores y generadores de contenido. El derecho al acceso a la información lo ha consagrado, y el mundo digital: la internet, redes de comunicaciones interconectadas, cambiaron el mundo, permitiendo que hoy, a través de las distintas plataformas, la población usuaria tenga facilidad de comunicación con acceso ilimitado a información. Tal como predijo, el visionario comunicólogo, Marshall McLuhan, vaticinó este impacto y alcance.
Lo que se lamenta es que, con la constante creatividad maliciosa y acciones de inseguridad cibernética, la infodemia mantiene a la población castrada, en el espectáculo de pan y circo, que se evidencia en manipulación, con la que se distrae la atención de las personas de temas nodales para desarrollo colectivo, y al mismo tiempo, se subyuga el pensamiento crítico. Por tanto, se busca emascular la participación y ciudadanía social.
La infodemia carece de investigación y veracidad, pero les fácil capturar audiencias; desinformarlas y utilizarlas para alcanzar sus fines. Teniendo como plataforma de acción principal a las redes sociales. Esta, también se nutre de errores en la difusión de información, de rumores que confunden a las personas; difamación, injuria, ataques al honor y buen nombre y ultraje a las buenas costumbres. Acciones que constituyen delito de prensa, y estos, no tienen espacio en el periodismo.
Como es sabido, hoy existen personas, empresas, que haciendo uso de herramientas tecnológicas, como bots o softwares automatizados que pueden imitar el comportamiento humano y realizar tareas repetitivas en una red, con estas aplicaciones se dedican a producir y propagar información errónea, intencionadamente. Un mal que es fruto de la Era de la Información, que, en antítesis, cuando utilizamos sus bondades, nos acerca y genera bienestar social. Sin embargo, al ser usada para generar dinero, a costa de vulnerar derechos, trae desazón a la población, además, la aliena.
Lo bueno de esta problemática es que compromete más al buen periodismo, a un ejercicio que tiene como esencia la protección de derechos humanos, fundamentales; exhibición de deberes y responsabilidades especiales. Siempre apegado a la verdad; al bien común y transmisión de conocimientos, nunca de engaño. Una práctica que se anticipa y ofrece información validada científicamente, con fuentes de sobrada credibilidad. Porque esta ciencia no es portadora de noticias falsas ni de teorías conspirativas; tan populares hoy.
Es la misma tecnología de la que dependemos para mantenernos conectados e informados, la que manos inescrupulosas utilizan para hacernos parte de un mundo sobreabundado de información, desinformación, noticias falsas, bulos y rumores que confunde a las personas entre verdad y mentira. Llegando incluso a comprometer su salud mental; las capacidades individuales y colectivas para decidir, una acción fundamental para el desarrollo.
Se afirma entonces, que la infodemia está generando trastornos mentales y discapacidades psicosociales, fruto de las emociones excesivas a las que la población está expuesta, entre ellas, las llamadas epidemias silenciosas: angustia, depresión, agobio, agotamiento emocional y incapacidad para satisfacer necesidades importantes. Por ello, el Hospital Universitario (HU) de Argentina, recomienda combatir la sobreabundancia informativa siendo responsables y conscientes del impacto que tiene la información en cada persona.
Por consiguiente, desde el buen periodismo debe frenar este flagelo, al utilizar siempre fuentes confiables, porque él, garantiza derechos fundamentales. Por tal razón, es perentorio tomar en cuenta que no hay salud física sin salud mental. En consecuencia, es preciso comunicar para la salud. !Comunicar es salud!
En tal caso, debemos protegernos para no caer en la posverdad, noticias falsas o fake news. No seamos promotores de ellas, ni permitamos ser presa de su manipulación, porque estas se apoderan de nuestras creencias y traen agitación. Sus productores mediante discursos de odio, solo buscan dañar la buena fama, valores morales, honor, honradez, decencia, rectitud y la honestidad…, tampoco seamos partícipes de funas digitales o ajusticiamientos mediáticos.
Solo la verdad que se esparce en la sociedad, en este caso desde el periodismo, resguarda libertades públicas. Imposible olvidar que el derecho a la libertad de expresión y difusión del pensamiento, está subordinado a la veracidad, respeto, dignidad y al buen nombre.
Hasta pronto.
santosemili@gmail.com
(La autora es educadora, periodista, abogada y locutora residente en Santo Domingo, República Dominicana).