Hay un país en el mundo -y muchos como él- con un pueblo empobrecido y una clase dominante-gobernante opulenta y dispendiosa, en un territorio bajo un dominio colonial súper modernizado arriba, repleto de torres bien lavadas, celulares inteligentes, softwares, cámaras espías, yipetas y resorts paradisiacos… solo para los ricos.
Ese país estuvo en la coronación de Carlos III y consorte penosamente representado por una pareja presidencial fascinada por el lujo de la Corte británica, vestida de costosos encajes y prendas de Oscar de la Renta; compitiendo en los primeros lugares con las excentricidades de la nobleza del capitalismo monarquizado y las elites del planeta.
Tal pareja estuvo representando de esa manera una hermosa isla caribeña, con lindas montañas y valles espectaculares, rodeada de playas blancas y mares verdi-azules, preñada de penurias humanas y amenazada de sucumbir por una dominación imperial ferozmente destructiva.
Procede sí reconocer la astucia de la nobleza británica: con esa invitación supo estimular la fatuidad del “primer damo” y la “primera dama” de un gobierno colocado por conveniencia colonialista en una burbuja mediática supuestamente inmune a la desgarradora crisis que azota la humanidad y el planeta.
Su participación tuvo, entre otras ventajas banales, el chance de vestir elegante y costosamente, fascinando a cronistas sociales especializados en alabar de fatuidades. Ambos reventaron de orgullo, exhibiendo el cobre previamente oculto en sus almas con un ligero baño de oro mezclado con simulaciones de modestia.
Tanto, que obnubilados no pudieron darse cuenta, que mientras paseaban sonrientes por la alfombra roja del palacio real con trajes de Oscar de la Renta, de las protestas del pueblo británico por el alto costo de la vida, diciéndole a Carlos III que ese no era su Rey, y demandándole introducirse en su ilustre trasero su indeseable coronación.
Tanto, que se le olvidaron los padecimientos de los dos pueblos que habitan esta isla a consecuencia del dominio imperialista y oligárquico que ellos y otros súbditos del Rey Capital aúpan sin dolor en sus corazones.
Tanto, que olvidaron los 100 millones de personas asesinadas en la India por el imperialismo británico y el reciente robo de las reservas de oro de Venezuela depositadas en la banca del Reino Unido.
Tanto, que la miseria de su pueblo no le pasó por la mente.
Magnífica revelación de lo que es capaz de engendrar, como producto de un poder decadente, esta mezcolanza degradante de capitalismo y medioevo, que no tiene otro destino que no sea colapsar, haciéndolo colapsar y creando lo nuevo.
narsoisa@gmail.com
(El autor es dirigente político residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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