En una ocasión, viviendo en Dallas, Texas, con apenas 20 años, regresaba una noche fría y mojada del trabajo, en una factoría de metales.
Manejaba un carro viejo y oxidado, sin aire acondicionado, por lo que los vidrios se tupieron de una frazada de rocío impertinente.
Apenas podía ver y fue tan mala mi suerte, que el carro se quedó sin gasolina dejándome varado en medio de la carretera de un suburbio solitario.
Un carro de policía arrimó a mi lado y un joven oficial me interpeló. Qué hacía allí parado? La conversación no fue muy clara, dado que mí dominio del inglés nunca fue de mi predilección.
Siempre abrigué un desánimo por los gringos, no sólo por sus abusos ante Latinoamérica, sino también por su cultura. Sin embargo, este joven oficial fue muy atento conmigo y más, cuando de alguna manera le comuniqué que era dominicano.
Él me dijo, o logré entenderle, que su padre había sido uno de los marines que ocupó la República Dominicana en el 1965. Sentí, cierta solidaridad para conmigo, cómo, si de alguna manera, esa nostalgia trágica, para nosotros, a él lo acercara a mí.
Gentilmente se ofreció llevarme a mi casa librándome de «otra» mala pasada en una época en que los celulares no existían y los teléfonos públicos eran escasos.
No fue el caso de aquel otro oficial, en la misma Texas, que otra noche me detuvo y al pedirme identificación se la negué, mostrándome las esposas en represalia.
Cuando le extendí mi residencia, este, al regresármela, la dejó caer a propósito mirándome fijamente con odio. Sin dudas, lo provoqué y bien merecido lo tuve por privar de listo y arrogante.
No son distintos los gringos de nosotros, son la misma vaina. La diferencia es que tienen el poder y lo usan, cosa que no dudaría haríamos si estuviéramos en su lugar.
Seguimos en una rueda de desaciertos que nadie logra romper por algún lado. Un juego de ajedrez geopolítico donde los contrarios suelen convertirse en nuestros aliados.
Los yankis no tan sólo han invadido la República Dominicana en diversas ocasiones y han impuesto dictaduras y golpes de estado a su antojo, sino que hoy en día nos visitan por millones al año estimulando la economía y el turismo, además de adquirir casas y terrenos por toda la geografía nacional.
Somos, nos guste o no, una familia «normal» donde existe de todo, pleitos, distanciamiento, incojonamientos, amor y odio.
Nada anormal que no suceda en todas partes. Tanto es así, que más de un millón de dominicanos son ciudadanos gringos, es decir Yankees!. Y para completar está «dicotomía» no es raro encontrar en las salas de las casas de «esos revolucionarios» de antaño, anti yanquis, hoy viviendo en Estados Unidos, fotos de sus hijos Marines, a quien exhiben «orgullosamente»…
La revolución de Abril, del 65, enterró lo mejor del fragor nacional dominicano. Hombres dignos y dispuestos a morir por una patria tan apabullada y remeneada desde su mismo principio.
Hoy apenas tomamos en cuenta a esos mártires, nombrados y sin nombres. Nada diferente a «esos otros» que hicieron posible nuestra doble independencia.
Los estragos del tiempo y de los tiempos, van enterrando todos esos pasados, justos e injustos. Ya nadie se recuerda dónde, por qué y para qué…
Pero es justo recordar, que sí esa bandera aún sigue engalanando nuestras calles, se debe a «esos» que por ahí andan mezclados en la tierra de nuestros campos.
Ya no es necesario mandar a los gringos a la chingada, pero sí recordarles, que a pesar de toda su influencia y su infiltración cultural y sanguínea que nos une, seguimos siendo tan dominicanos, que en cualquier momento serán ellos los que nos quieran sacar de los Estados Unidos al grito de. Go home dominicans!. Salud! Mínimo Yanquero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).