Me gusta la gente que sonríe a pesar de llevar una vida tan normal como la de todos, es decir, una vida llena de tropiezos y despedidas, de azares y sueños.
Me gusta la gente que camina, aunque el camino se ponga oscuro porque proyectan una luz que alcanzan los corazones temerosos.
Me gusta ver a la gente alegre, esa, que contagia con su mirada y va iluminando rostros. Que dobla tristezas echándolas al olvido.
Sí, me gusta la gente así. Esa que se hace inolvidable por una palabra, por un gesto noble, por un silencio ajeno que dejo escapar en una esquina.
Me gusta empaparme de esa gente, que solo rompe su vergüenza para enderezar especulaciones vertidas al aire y colocar una verdad sobre la mesa ignorante y atrevida.
Gente que disfruta de todo y de todos, porque sabe de la diversidad del mundo y que desde cualquier rincón callado sale una bella melodía que hace saltar al alma.
Me gusta mucho esa gente, porque, además de ser necesaria como dice Hamlet Lima Quintana, o «de vibrar» y no rendirse como recita Benedetti, son gente que están presentes a pesar de saber que no habrá un mañana.
Gente que se moja en la lluvia y no corre al ventarrón. Que salen descalzos a la tierra. Que saludan al sol por llegar cada día y saben agradecer al viento y a la noche y a las estrellas.
Así me gusta la gente, optimista y serena ante los cambios de la vida. Ante la edad ida y la que llega. Gente que sabe escuchar al tiempo y su día.
Esa es la gente que me gusta, pero también hay otra gente distinta que llora ante el más mínimo detalle, que necesitan aferrarse a la barandilla del puente y revisan constantemente el paracaídas.
Gente que mira dos veces al cruzar la calle y evita la soledad de los callejones oscuros. Son gente que miran hacia abajo para evitar tropiezos y son incapaces de bañarse en incertidumbre.
Me gusta la gente que me hace ver la diferencia de lo bueno y de lo malo. Gente que me enseña el camino a seguir y el que debo evitar.
Si, también me gusta esa gente perdida porque me ayuda a encontrar. Que odia porque descubro el amor, que pega porque aprendo acariciar.
La gente si, toda esa gente que habita el mundo. Que anda buscando vida día a día, noche a noche. Que se duerme en el desierto en techo de estrellas o se abriga en las sepulturas de los cementerios.
Toda esa gente que ha perdido la esperanza y la que no sabe qué hacer con ella.
Si, mucha gente, como las arenas. Infinitas miradas que se cruzan entre sí en un universo que se multiplica constante.
Gente que une y separa, que piensa y se entretiene. Sí, hay todo tipo de gente.
También extraterrestres, por ahí andan disimulados entre todos. Entre las nubes y las montañas. Entre los ríos y los niños, entre la voz de los ancianos.
Me gusta también la gente que viene de afuera, de otras galaxias y otros mundos. Esa otra que vive en el interior de la mente y más allá de los sueños. En todas las dimensiones conocidas y por conocer.
Me gusta toda la gente sí, hasta los hijos de puta, porque con ellos puedo ser lo que creo ser, lo que no soy y lo que en verdad soy. Un conjunto de cosas disueltas y tangibles. Una ilusión, un sueño, una verdad y una mentira… ¡y un montón de cosas más! Explicadas y por explicar. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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