José Francisco Peña Guaba
La situación creada con la pandemia del Covid-19 cambiará obligatoriamente el mundo y la forma en cómo se relacionan sus habitantes. Aterrorizados los ciudadanos vemos hoy la fragilidad de cómo se caen los muros y las fronteras que nos separan; que las enfermedades cuando llegan no discriminan a pobres de ricos, a blancos de negros, ni a humildes de poderosos. Nuestro único ropaje es la condición divina de seres humanos qué al reconocer hoy la trivialidad de la existencia, entendemos más cuando estamos tan cercanos a la pérdida de la vida, que constituye nuestro mayor tesoro.
Hoy confinados en nuestros hogares no nos queda de otra cuestión que matar el tiempo como podamos: ya sea leyendo un buen libro o varios artículos de interés, jugando a las cartas, a la playstation o algún juego de mesa con nuestros hijos y familiares; viendo televisión la más de las veces y verificando las informaciones que recibimos en nuestras redes sociales, expectantes ante las noticias del exterior que señalan la fragilidad de las grandes potencias ante este virus y la letalidad que produce a su población anciana mayormente.
Gracias a la magia del internet no nos sentimos tan solos y seguimos interactuando con todos sin el riesgo innecesario de saludarnos de manera presencial. La tecnología en nuestras manos ha empequeñecido el mundo y tenemos información vital para resguardarnos. Claro, no en las mismas condiciones, porque mientras unos tenemos nuestras despensas llenas de provisiones, la gran mayoría de nuestros hermanos de Patria NO!.
Simplemente porque los exiguos ingresos no se lo permiten y lo más porque por la informalidad de sus oficios no les permite llevar hoy el pan a sus familias a la mesa y ahí está la causa de nuestros grandes males: unos pocos tienen tanto y la mayoría tan poco, culpa de este maldito Capitalismo salvaje que no auspicia una mejor redistribución de nuestras riquezas.
El Gobierno por primera vez debe pensar en los más y no en los menos para así garantizar a cada dominicano el auxilio del estado, viendo que si en las estadísticas del PIB nacional lo que tenemos asignado nos da para bien vivir, porque hoy no se toman las medidas valientes de servir a los intereses de los que menos tienen. Los que si tienen que se protejan solos. El capital que acumulan les permitirá resolver casi todos sus asuntos. Al final “casi todo se compra con dinero” y son las injusticias sociales el caldo de las mayores insatisfacciones.
En la tranquilidad de nuestros hogares están también los infiernos de una crisis que acogota, cuando al no poder trabajar no puede alimentar a sus familias; cuando por falta de medicamentos no se les puede garantizar salud a los suyos y la cuarentena es una cárcel de la opresión económica que afecta más y somete a los que menos pueden, por eso es que al final los desheredados de fortuna, en esta selva de cemento en que se imponen los detentadores del gran capital, siempre son ellos, lo más vulnerables, los agraciados en la ruleta del infortunio.
Esta pandemia debe generar un efecto de Solidaridad, que abra los ojos a aquellos, que ciegos en el amor al dinero, caen en la codicia más extrema hasta convertir su avaricia en su existir; es por ello que este virus de la muerte puede convertirse en el Virus de la comprensión que defina el rol de una especie humana más noble y solidaria, permitiendo emerger una sociedad con más valores y menos taras.
En fin, estamos en cuarentena apreciando el valor de la familia y de nuestras mascotas, apreciando el valor de la vida más que el poder y la riqueza.
Todos estamos esperando que esto pase para poder abrazarnos, tomarnos de la mano y besarnos, cosas simples que hoy, por no tenerlas, sentimos maravillosas.
Pero hoy es tiempo de Dios. Es tiempo de agradecer su infinito amor y perdón, decirle que por olvidarnos de Él, pasan estas cosas. De igual forma es tiempo de entender que Él no se olvida jamás de nosotros. En fin, que este momento de recogimiento familiar sea y sirva para bien, aunque algunos hoy lo vean como una prisión domiciliaria.
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