Vivimos en un mundo al que nombramos «tierra», el sentido de la palabra «mundo» es muy amplio, se refiere al conjunto de «entidades» que componen «cierta cosa», por ejemplo, el mundo subconsciente, el mundo de la naturaleza, el mundo espiritual y por ahí sigue la cosa.
En nuestro léxico, solemos asociar esta palabra al planeta tierra y es muy común, así ya lo entendemos todos, si decimos «el mundo» ya todos sabemos de qué estamos hablando…
Se dice que Gaia, fue una diosa griega a quien se le atribuía ser «la madre de la tierra», más adelante o antes, eso tampoco se sabe, «alguien» decidió escribir «el origen de nuestra historia» y comenzó diciendo en la biblia; «Y llamo Dios a lo seco… tierra»… el punto es que no sabe «quien decidió llamar tierra a nuestro planeta tierra» el nombre «se coló» pues todos los idiomas suelen llamar tierra. ¡A la tierra! Fiuuuu…
El asunto tiene más lógica, si nos vamos al origen de las lenguas: terra, dünya, aarde, tienen el denominador común de «terreno» en portugués, turco y holandés, respectivamente. Todos coinciden en llamar «a este mundo» tierra. Caso único ya que a los demás planetas les han nombrado con nombres de dioses griegos y romanos.
Ya «medio aclarado el punto» vámonos a nuestro mundo, o sea, a la tierra. Aquí solemos habitar bajo leyes establecidas e impuestas, unas elaboradas por nosotros, «los humanos», los seres «pensantes» que solemos partirnos la cabeza nombrándolo todo en busca de darle un sentido a este sin sentido que es vivir. Y por el otro lado, las leyes de la naturaleza que son «impredecibles» y quienes nos acogen generosamente, permitiéndonos «vivir» en la materia que la contiene llámese tierra o mundo…
Una suerte de hogar, balanceándose «esquizofrénicamente estable» y suicidamente girando en un espacio oscuro e impredecible. Todo un baile de locura bailando al compás de estaciones puntuales y exactas en una monotonía a la que nos hemos acostumbrado entre el calor y el frío.
Tenemos la suerte de habitar un mundo «perfecto» que nos abriga, nos consiente y nos permite vivir de acuerdo a todo lo que nos otorga, milagrosamente, la tierra. Frutos, vegetales y demás acuíferos elementos que tras otro milagro «imperceptible» se transforman en carne, que es la «masa móvil» y también milagrosa, que nos contiene… a usted, a mí y demás gatos y perros entre muchos otros.
Un mundo fascinante de colores diversos que evitan el aburrimiento y que «colaboran» a que no terminemos locos y greñudos y hartos de una monotonía que seguramente causaría si todo fuese gris, o verde, o rojo. ¿Se imaginan? Vernos todos del mismo color, incluyendo los árboles, la tierra, los ríos, el mar, el cielo…
A partir de ese regalo otorgado por este fascinante mundo, nuestra primera misión debería ser la de agradecer todos los días al levantarnos de vivir en un mundo, que a pesar de su rumbo alborotado y desconocido, se mantiene en armonía, vibrante y variado en sus naturalezas y mundos diversos.
Un mundo del que no tenemos derecho de quejarnos y mucho menos intentar cambiarlo, ya que fuimos concebidos bajo «sus leyes» y, por lo tanto, somos su creación para andar «rebelándonos» contra este. Intentamos evitar la muerte, manipulamos sus compuestos elaborando todo tipo de medicinas, doblegamos sus metales haciendo autos, trenes, aviones.
Nos nutrimos de él construyendo casas, edificios, avenidas y hasta bombas capaces de destruirlo. Somos el temor de la inteligencia artificial en vivo. Lo creado destruye al creador.
Pienso que todo proceso de evolución debe tener un límite. No basta con saltarnos del mundo para alcanzar otros mundos. Ni estoy sugiriendo aquí el detener el bienestar de la ciencia, en el aprovechamiento de los recursos del planeta en bienestar a «las especies» todas, ni siquiera en la incursión más allá de nuestra consciencia y sus «posibles» mundos exotéricos.
Mi latido se enfoca en «descubrir lo sensato» en armarnos de objetividad y develarnos en lo cotidiano. En revelarnos de lo común y su grandeza, su regalo diario y mágico.
Somos un mundo habitando otro mundo. Nuestro mundo individual es más breve y efímero que el mundo que nos sostiene. Este continuará girando en el espacio del infinito porque es su naturaleza. La nuestra es la de agradecer el habérsenos permitido habitarlo. El habernos deleitado de su hermosura, su generosidad, su alimento.
Nosotros continuaremos hacia otros mundos porque es nuestra naturaleza. Hacernos conscientes de que «el mundo nuestro» está de paso, nos permitirá abandonar «este mundo» con menos lágrimas y nostalgias que las habituales y apegadas a las que estamos acostumbrados.
Dejaríamos que nuestros seres amados continúen sus sueños deleitándose en otros mundos tan mágicos como este llamado tierra y estaremos abiertos a evolucionar cuando sea nuestro momento. Las leyes humanas prescriben, son imperfectas y arcaicas. Adolecen de vicios y virtudes nada comparables a las de otros mundos elevados. Cuando nuestro mundo se termina, alcanzamos a verlo claro…
Ya me voy, otro mundo me está esperando, el mundo de los sueños que solemos alcanzar por las noches. Otro regalo de este mundo cuando la oscuridad nos revela las estrellas y otras «realidades» inalcanzables en «este mundo animal» donde solemos comernos unos a otros. ¡Salud! Mínimo Vagamundero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).
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