En mi artículo anterior expresaba que algunos de los grandes nombres de la ciencia han negado la existencia de dios, mientras a lo largo de la historia otros tantos han tratado de encontrar una manera de reconciliar la ciencia con su fe.
Ese contraste de opiniones viene dado por el misterio de la creación del universo, una obra que se atribuye a un Dios que nadie conoce físicamente, sino que existe en la fe de las personas que están convencidas de su existencia.
Cerebros privilegiados como Galileo, Maria Mitchell, Albert Einstein, Marie Curie, Stephen Hawking, negaron la existencia de Dios. En la actualidad, rigen los mismos conflictos entre la ciencia y la religión.
En el 1614, el astrónomo italiano Galileo Galilei fue acusado de herejía por apoyar la teoría de Copérnico de que el Sol estaba en el centro del sistema solar.
En 1616, la Iglesia le prohibió enseñar o defender estas teorías debido a que, como era de suponer, iba contra sus enseñanzas respecto a Creación, una obra que todavía se atribuye a un personaje omnipresente llamado Dios, que está presente en todos los lugares al mismo tiempo, cuyo rostro nadie conoce, a no ser por las imágenes que se divulgan a través de los textos religiosos o íconos colocados intencionalmente en los templos para que los ignorantes los acaricien y les oren. Este episodio se considera uno de los grandes choques entre ciencia y religión.
Por igual, está el caso de Maria Mitchell, astrónoma estadounidense que tenía una fe plena tanto en Dios como en la ciencia. «Las investigaciones científicas avanzan y revelarán nuevas formas en las que Dios trabaja y nos trae revelaciones más profundas de lo desconocido», escribió. Creía que las revelaciones de la biblia y la comprensión de la naturaleza a través de la ciencia no están en conflicto.
Para Albert Einstein la palabra Dios no es más que “la expresión y el producto de la debilidad humana». Calificaba a la religión judía de «encarnación supersticiosa» como lo son todas las religiones y acerca de la Biblia expresaba que era «una colección de leyendas venerables pero bastante primitivas». «Y el pueblo judío al que pertenezco gustosamente y en cuya forma de pensar me siento profundamente anclado, no tiene para mí ningún tipo de dignidad diferente a la del resto pueblos. Según mi experiencia, en realidad no son mejores que otros grupos humanos», dijo.
Otra postura conflictiva fue de la famosa física y química polaca Marie Curie, la primera en ganar el premio Nobel en esas dos disciplinas. Era cultivadora del agnosticismo, una postura filosófica que sostiene la imposibilidad del ser humano de conocer la naturaleza y la existencia de Dios.
La reconocida científica dijo en una ocasión: «Nada en la vida debe ser temido, solo debe ser entendido. Ahora es el momento de entender más, para que podamos temer menos».
Por último, tenemos al científico británico Stephen Hawking, fallecido en el 2018, quien trató de explicar el origen del universo en su libro «El gran diseño». Sus trabajos sobre la teoría del Big Bang lo llevaron a una conclusión clara: «No es necesario invocar a Dios para encender la mecha y darle inicio al Universo”.
Hawking reflexionaba que «el tiempo no existía antes del Big Bang, así que no había tiempo en el que Dios pudiera crear el universo».
Esa reflexión, que es atacada por los creyentes, da una explicación científica del origen del universo basada en una gran explosión hace 13.800 millones de años. Es un concepto diferente al que ha vendido siempre la Biblia sobre el origen de la existencia de los seres vivos y todas las cosas en el planeta Tierra.
En lo personal, creo en los planteamientos del notable científico (tengo derecho a discernir sobre este tema).
En fin, pienso que moriremos sin ver resuelto el misterio de la Creación del mundo. Solo sabemos que ese tema nos conlleva a pasar nuestra existencia divididos entre ateos y creyentes.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).