Los incendios forestales, los ruidos perturbadores, los feminicidios, entre otros, son temas que no salen de las portadas de los medios de comunicación. Es como si se tratara de episodios de las series de la televisión.
Llevo décadas leyendo sobre esas eventualidades que, al parecer, las estaremos viviendo en nuestra limitada existencia terrenal, que está a punto de extinguirse a causa de las enfermedades catastróficas y la dictadura de la vejez.
Las zonas boscosas son vulnerables al fuego. Bastaría con arrojar, por descuido o no, una cerilla o una colilla de cigarrillo encendidas sobre hojas secas para provocar un incendio, que en ocasiones pudiera ser intencional por mandato de terceros o de taladores negociadores de árboles de mucha utilidad en el sector construcción, a los fines de hacerle la gestión imposible a los funcionarios a cargo del Ministerio de Medio Ambiente, pues no hay que olvidar que nuestra sociedad está repleta de mentes malvadas.
Tal vez estoy equivocado, pero pienso que detrás de los incendios forestales pudieran estar manos siniestras, como son los casos de Valle Nuevo, Constanza, un botadero de basura improvisado próximo al vertedero de Duquesa y otros que ocurren en diferentes demarcaciones. Por suerte, los bomberos lograron apagar las llamas después de varios días.
Lo lamentable es que pocas veces son apresados los responsables, lo que hace sospechar que son fuegos inducidos.
Igual viacrucis estamos padeciendo con los ruidos ocasionados por ciudadanos que se pasan el tiempo escuchando música con altos volúmenes en los colmadones, avenidas, playas, ríos y otros lugares de masiva concentración. Son individuos irracionales, de cerebros desamueblados, mal educados, inadaptados, que se alimentan del desorden, que invierten cientos de miles de pesos en equipos de música (radio y bocinas) de buena marca para competir con otros perturbadores de la paz ciudadana, sobre todo en vehículos. Son bulteros que dejan de alimentarse bien, ahorrar, para hacer esas costosas inversiones.
Esa situación se observa, además, en algunos sujetos que no dejan dormir a sus vecinos con la música. Agregamos a esa lista a los vendedores ambulantes de las guagüitas plataneras, los compradores de objetos viejos y los predicadores cristianos. Todos incursionan en los barrios a tempranas horas de la mañana y tarde vociferando en alta voz lo que promocionan. ¡Qué joder!
De nada vale las incautaciones de bocinas en los centros de diversión de parte de las unidades anti ruido de la Policía Nacional. Los artefactos son recuperados de inmediato por los propietarios que se valen del tráfico de influencia.
Y si la bulla la promueve algún vecino, siempre aparecerá algún oficial que con una llamada evita que los agentes carguen con los equipos. Así nunca tendremos paz porque ya es una cultura que ha prevalecido durante larga data.
Por último, tenemos los preocupantes feminicidios. Son hechos que ocurren a diario, las mayorías por despecho o celos de los hombres que no aceptan la decisión de la mujer de no volver con ellos. Se han dado casos de que asesinan a la pareja, a los hijos, los suegros, y luego se suicidan.
No existen estadísticas exactas sobre las mujeres asesinadas por sus parejas, a pesar de existir una orden de alejamiento. Es una evidencia de que esos verdugos no le temen a las leyes que castigan ese tipo de delito.
La mejor manera de evitar que los apresen y condenen en la justicia, es suicidándose. Es que tampoco le temen a una sanción social o moral. De momento, no piensan en las consecuencias de esos actos, especialmente en el dolor, el duelo, que causarán a los hijos huérfanos y a los familiares de ambos.
No sé hasta cuando prevalecerán esas eventualidades sociales. Lo ideal es que esas cosas no continúen. Lo cierto es que estamos presenciando una sociedad con profundas heridas, muy afectada y en avanzado estado de descomposición.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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