El águila que me vio llegar, apenas hizo un gesto de sorpresa, apretó sus garras sobre la rama y acomodó las alas a su cuerpo.
Llegué ligero como el viento. Volé sobre nubes a la velocidad del pensamiento y heme aquí, sentado en el portal de mi casa. Las cosas suelen cambiar rápido pero aquí los cambios son lentos.
La misma sombra que inunda toda la entrada, el mismo perro gris recostado en la acera, la ventana rota que hace un mes rompimos con la pelota.
Me encanta esta brisa salobre que recorre los callejones de mi barrio, uno se acostumbra y ¡olvida. Sentado bajo esta sombra, junto a este perro que siempre me fue indiferente. ¡Qué gusto!. Hasta me siento… ¿vivo?.
No porque ande de incognito quiere decir lo contrario. Allá tampoco notarán mi ausencia y es que, aquello es otra onda, uno recorre el Universo en segundos y está en todas partes y todo el mundo te quiere, pero no ves a nadie ni nadie te ve…es raro.
Solo sientes una intensidad “adecuada” ni más pa’ lla ni más pa’ ca. Un balance perfecto, una armonía exquisita que te lleva en un vuelo constante de placer y amor… ¿amor?.
Sí, es un amor extraño. Es como algo que nace de ti, pero sientes que brota de todos, entonces está en ti y en todos y es como si no fuera tuyo, pero es de todos y tú eres parte de todos…si, es algo raro.
Aquí me siento como en casa, es decir, ¿ésta es mi casa?. Y la calle es mía también, y el perro y el árbol y todo este conjunto que forma mi barrio…los extraño.
Fue desde aquella otra calle que está más allá que emprendí mi ausencia. No sé cómo pasó, pero salí volando hacia ese otro lugar que reclamó mi presencia y se alegró de recibirme, yo, que no entendía nada me llené de una luz que todo lo sabía y supe y se y sin embargo…estoy aquí.
¡Me encanta este olor! Y las frituras de doña Jimena. Su sabor de yuca y anís es algo que disfruto tanto que haría cualquier cosa por comerlas, incluso retornaría a aquella otra calle, tres días antes, para quedarme inmóvil por un minuto, suficiente para posponer el cambio.
El tiempo se ha olvidado en aquel lugar. ¡Solo existir mata!.
Me aburro de bienestares y de cosas infinitas. De triángulos y geometrías que encajan perfectas en movimientos constantes cual soldados en marcha.
Saber lo que uno es, es algo raro, aclarado el misterio empieza el misterio.
El mundo de los pensamientos es frio. Prefiero el rosé frio de la lluvia, el calor noble del sol, el sendero emotivo de la incertidumbre.
Corriendo viene Lolita, ¡esa niña como ha crecido!. No me había fijado que ya tiene su pelo largo y ¡hasta habla!.
¡Caramba!. Cuantas cosas perdidas por distraído, ¡pero no!. Esta vez lo disfrutaré todo, el canto del pregonero de frutas, el humo del tabaco, el toque a madera del limpiabotas.
Dejaré constantemente abiertos mis sentidos.
Aquí llega mi madre, ¡que cambio ha dado!. Su tristeza amplia abriga toda la acera. Se alegrará ante mi presencia y volverá a sonreír…pasó a mi lado distraída y ni siquiera sintió mi abrazo…le ha dado duro mi ausencia.
Solo el águila parece verme. Su mirada escrutadora y callada no aporta nada en alertar mi presencia. Ni siquiera Doña Jimena o Lolita han volteado a saludarme. Ni este perro andrajoso que ocupa toda la acera.
Aquí también estoy solo, igual que allá. Soy ausente presencia de dos realidades difusas que se alimentan de sí mismas. Una que imagina y otra que niega. Una que es y otra que se piensa.
Soy presencia y ausencia de un sueño que se sueña. El sueño que despierta en otro sueño y que reniega del sueño soñado cuando aún no despierta del sueño que sueña.
Una llama apagada que alumbra con su ausencia la presencia de un alma. Algo así como… una ausente presencia. ¡Salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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