El albedrío es la voluntad «fuera» de razón, es decir, «algo caprichoso» que se hace sin pensarlo mucho, o nada. La Biblia lo llama «libre albedrío» y es «la estrategia» utilizada para «no echarle la culpa a Dios» de los desórdenes de la tierra.
Así se hace responsable al hombre y «este» se lava las manos. Por el otro lado, «el destino», que definimos como «esa cosa sobrenatural que nos guía a un fin no determinado por la razón», sería lo contrario al «libre albedrío»…
Para mí, ambas están enlazadas en un instante o varios instantes de nuestra vida. Creo en el destino porque a través de mi pasado he podido «comprender» el por qué he conocido a las personas que han interactuado conmigo.
Los lugares, los momentos precisos, los principios y finales, y luego los principios nuevamente. Los mensajes dados y utilizados en los tiempos convenientes. Así se tomen diez años o más o menos…
Pienso que cada uno de nosotros estamos programados como una computadora para «actuar» de determinada forma, y en esto influye su momento de nacimiento.
No llegamos al azar ni fortuitamente. Todo está planeado para que suceda o no. Formamos parte de una ecuación inmensa en donde todos estamos inmiscuidos en «realizar» una función.
Sin embargo, y aquí es donde interviene el albedrío, supongamos, para ilustrar «mi especulación», que antes de llegar aquí, nos paran en un amplio salón vacío en cuyo piso hay ocho líneas y nos dicen que todas son nuestro destino, solo que hay que andar «una a la vez»…
Usted nace y así va recorriendo esa línea que es su destino, pero en un momento del camino, usted no se siente a gusto y quiere saltarse a otra línea porque «el destino» por el que anda le parece aburrido o lo que sea.
En el instante que usted «brinca» a la línea paralela de al lado, usted está ejerciendo «su libre albedrío», que a veces se toma a consciencia, o el universo se encarga de «obligarlo» porque usted no está a gusto y está «desarmonizándolo todo».
Ese todo es la ecuación que ya le mencioné. ¡Sigamos! Usted ha cambiado de vida al saltarse al otro destino, que también era suyo. Recuérdese y no se me pierda. El lío es, que cada vez que uno de nosotros «brinca», esa ecuación tiene que modificarse y cambiar. ¡Todos los destinos de todo el mundo!
Es decir, algo así como el llamado «efecto mariposa». Usted está programado, usted cambia el programa y el programa tiene que «reprogramarse» por completo, porque antes era 2+3 y ahora es 2+4… ¿Entendió?
Que conste, que no me he fumado nada. El universo, dentro de su «aparente caos», no práctica «al azar» ni permite desorden que interfiera en el resultado «infinito» al que busca llegar, o está, o ya conoce.
La Biblia solo nos da dos opciones en cuanto al libre albedrío; nos dice: «somos libres de escoger entre el bien o el mal». Nos atemoriza y sugestiona a «mantenernos» fijos en «esa raya», así nos esté llevando el mismísimo diablo.
Usted, haga lo que haga, era lo que tenía que hacer, así que no se sienta cohibido de dejar a ese hombre o mujer, a ese trabajo o lugar donde le tienen la vida a cuadritos; salte sin miedo porque no cambiará su destino, pero sí «el escenario» en el que andaba.
Muchas veces para bien y muy pocas para mal, eso lo tengo claro; de hecho, ya me he saltado las ocho rayas que me pusieron y he descubierto que había más rayas en el salón, tantas, que no tendré tiempo en esta vida de vivir todos los destinos asignados.
Ya voy por el 444 y cada vez es más interesante la cosa. Lo único es que tengo loco al programa universal y temo que si brinco a la próxima raya, me parta en cuatro un rayo. El universo me está «motivando» a ello, pero mi albedrío se ha vuelto «juicioso» y mi destino lo terminaré en esta raya. ¡Salud! Mínimo Albedrestinero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).