Yo sé que este latido resultara extraño, pero «créanme» lo extraño convive en nosotros y ni cuenta nos damos.
Uno se pasea, se levanta, se sienta, se deleita, se distrae y dentro percibe «algo» que lo va llevando de la mano hacia «algún lugar». Conoce que perecerá, pero se resiste. Se mantiene incólume caminando hacia «la nada»…
Los hongos alucinógenos son un buen portal para «alcanzar» a ver el infinito. Son las herramientas que, según se especula, hicieron que el hombre de las cavernas, lograra desembarazarse, un poco, de su estado animal salvaje.
Cuando la cacería se hacía difícil, no le quedaba más remedio que ir «probando» una a una, todas las plantas que encontraba. Así fue como muchos quedaron en el camino más tiesos que una vaca, cosa que sirvió para ir descartando «lo bueno, de lo malo».
En esa «degustación» forzada, aprendieron que «unos honguitos» por ahí, daban «ciertos, viajes», en los que su cuerpo volaba libremente como pájaro… Pero también accedían a «otros mundos» en donde las cosas no eran como las que siempre veían…
La curiosidad hizo que todos la probaran y es allí, cuando el más avispado, tratando de darle una explicación a semejantes visiones, se hizo «curandero» de la tribu. La tradición siguió hasta nuestros días, aunque les hemos ido cambiando el nombre, gurú, brujas, chamán, entre veinte mil nombres más.
Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, aunque no estuvimos allí, que todas las religiones del planeta tienen una dosis alucinógena entre las piernas…
La «pseudo consciencia» se despertó y ahora el cavernícola pensó que la carne cruda sabía mejor si se «achicharraba» un poco, pero primero tenía que «traer el Sol a la tierra» y entonces creo el fuego. Se abrigó de la piel de los bisontes y hasta se hizo una casita en la cueva más cercana.
Dado que «las dosis» continuaron «periódicamente» se buscó reproducir «esos colores» que veían en el «más allá» y así se fueron haciendo los equipos de pelota, por decir, los de la cueva de allá y los de la cueva de acá…
Así se fue dando origen a «la pertenencia» y en consecuencia a las diferencias. Ahora ya existían los que se vestían de rojo y los que lo hacían de azul. Más adelante se hicieron llamar Tokischa y los otros Totunos. La división estaba garantizada por los siglos de los siglos.
No sirvieron esos hongos para unir, más bien «lo que vieron», solo les sirvió para «despertar» ante sí mismos como individuos «organizados». «Seres» que «podían» agenciarse una mejor vida si usaban «algo» de esa consciencia que estaba lejos y que no sabían. ¡Qué carajos era!
En el transcurso de miles de años, todavía no sabemos que es. Somos temerosos a indagar con más «certeza». ¿Qué carajos es eso? Efectivamente, hemos matado a miles de brujas en las inquisiciones pasadas y «los nuevos chamanes» están organizados en iglesias con las debidas religiones de sus respectivos «colores» para «evitar» que alguien ose pasarse de la raya…
Sin embargo, los estudios más avanzados en «micología», la ciencia que estudia los hongos, han ido descubriendo los beneficios «mentales» que estos aportan, especialmente a ciertos cavernícolas con problemas de bipolaridad y demás estados de naufragio.
Además de los miles de productos elaborados a base de procesos microbiológicos que también son parte de la familia de los «eucarióticos», otro nombre dado por la ciencia. Solo como referencia instructiva añadiré que, el hongo comestible más delicioso y caro es el «tuber magnatum» o trufa blanca y el más venenoso es la Amanita Phalloides. El cual es responsable de diezmar a la mitad de los cavernícolas…
Entre los alucinógenos están los «psilocibios». Ingeridos en dosis altas pueden causar pánico y delirio, además de alucinaciones que desvirtúan la realidad. Sin embargo, en dosis limitadas, uno podría ser el observador de «ese otro mundo» y descubrir el infinito del infinito.
Ante nuestros ojos se levantan finas columnas amarradas en lazos intercalados de blanco plateado y rojo. El movimiento es constante y en perfecta armonía. Van, estos millones de columnas, entrelazadas hacia una dirección que no tiene fin. Luego se presenta otro paisaje de perfectos fractales evocando un mundo totalmente distinto al anterior que puede adquirir distintas formas y direcciones.
Uno permanece absorto y comprende que es testigo de la inmensidad y variedad infinita de universos paralelos. Se logra ver lo pequeño que somos, por no decir «nada», y lo absurdo que somos en este mundo de «rojos y azules». Se alcanza a ver la inmensidad del alma, la verdadera esencia que nos compone y lo eterno que somos.
Todos estos pensamientos son los que «uno» logra discernir, tomando en cuenta los miles de «civilización» que les llevamos a los cavernícolas.
Me dijo «el gurú» que si consumía el doble de la dosis tomada, lograría ser parte de lo visto y de «bañarme» entre todas esas dimensiones. Yo la verdad que no estoy muy interesado en «añadirme» a esos «nudos» coloridos. Mi intención es alcanzar el verdadero sentido del alma, por lo que estos viajes «alucinógenos» no conducen a esa experiencia que ya viví, unos 30 años atrás.
No me interesa llegar al infinito, sino «al finito» que enmarca esta «realidad terrena». Tengo preguntas que igual temo que al ser contestadas solo abrirán las puertas a infinitos de infinitos. Una vaina loca con un sentido magistral que solo podría explicarse entre millones de nudos danzando hacia infinitas direcciones.
¡Salud! Mínimo Conguero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).