Redacción (Telesur).- El último de los artistas modernos de la generación emergida de “los años 50” en Colombia, famoso por sus figuras rotundas, ha fallecido a los 91 años. La universal figura fue el pintor, escultor y dibujante Fernando Botero.
Se recuerda, desde 1958, un óleo magistral: “Los obispos muertos”. Aquellos curas voluminosos, decadentes y mustios, en el éxtasis de la quietud, pero no de la tranquilidad. En la obra, Botero ironiza las jerarquías eclesiásticas en su pérdida de poder en el contexto colombiano, aunque no único para la humanidad. Incluso a través del fondo, como de una “montaña de cuerpos” de colores azul, morado y púrpura en los vestidos, como en la piel de
los hombres, ofrece una sensación de muerte. Irónicamente, se clasifica como él lo quiso, Arte Naif.
Yo he pintado cosas dramáticas. Siempre he buscado coherencia, estética, pero he pintado la violencia, la tortura, la pasión de Cristo… Hay un placer distinto en la pintura dramática, la pintura misma. El gozo mayor de la pintura, la belleza, no pone a reñir lo dramático y lo placentero”, decía al tiempo que afirmaba: “El arte debe producir placer, cierta tendencia a un sentimiento positivo”.
Infinita presencia
Será larga su ausencia, pero infinita su presencia. El maestro Fernando Botero ha muerto tras haber sufrido recientemente una severa neumonía, de la cual intentaban recuperarlo en su hogar ubicado en el principado de Mónaco.
Nacido en Medellín en 1932, fue un artista de formación autodidacta, que dedicó más de 70 años a su obra en todo el sentido de la palabra. No abandonó su empeño, aunque se desarrolló en un difícil ambiente para un joven que quiso descubrir los misterios del arte, sin recibir estímulos creativos, con escasa información y ningún recurso económico.
Viajó tempranamente a Europa a develar esos secretos, partiendo solamente de un exiguo recurso monetario, proveniente de un concurso que había ganado. Por eso, su vida, “es la historia inspiradora de una persona que empezó de la nada y que lo único que tenía claro era su vocación artística, su capacidad de trabajo, su pasión por lo que estaba haciendo. Todo eso le permitió salir adelante y nadar muchas veces contra las corrientes predominantes en el mundo del arte”, calificó su hija a propósito del documental: “Botero: una mirada íntima a la vida y obra del maestro”.
Para los años 60, su búsqueda fue constante, aunque sus obras no tenían mucho éxito. En aquellos momentos del laboratorio de la vanguardia contemporánea en Estados Unidos, los acelerados cambios de gustos neoyorquinos, se imponía el arte abstracto, el expresionismo abstracto y el pop art.
En el documental de marras, se explica cómo llegó a Nueva York, con 200 dólares en el bolsillo, hasta que en un momento difícil sólo le quedaban 27 dólares en su cuenta de ahorros. Dos de sus hijos, Lina y Juan Carlos -un reconocido escritor-, abren un depósito en la Gran Manzana, que permaneció sellado por décadas. Con el descubrimiento de documentos, bocetos y cartas, dan cuenta de las búsquedas y luchas de ese artista treintañero, que nadaba
en contra de las corrientes de su tiempo.
Botero también fue un incomprendido, aun así, quedan como testimonios sus propias notas, dándose ánimo para depurar la maestría en su técnica, pero el incansable colombiano había escogido otro derrotero opuesto a las tendencias pictóricas del momento.
Dos años después, en 1962, recibió quizás las primeras críticas positivas. La exposición iniciática fue en el Milwaukee Art Center de Nueva York. Seguidamente comenzó una etapa de muestras sucesivas entre Europa, los Estados Unidos y Colombia.
Luego comienza otra búsqueda, después de que en 1969 expusiera en París; un peregrinaje por todo el mundo atiende a su necesidad de inspiración. La creatividad se incentiva y paralelamente, su fama mundial aumentaba cada vez más. Se convirtió en el escultor vivo más cotizado del planeta.
Las escalas de la vida
Un acto brutal transformó el antes y el después de su vida, con marcados y profundos cambios en su obra. En 1974, su hijo Pedrito Botero de apenas cuatro años, perdió la vida en un accidente de tráfico en España. Con profundo dolor y luto, más la pérdida de parte de su mano derecha, Botero estuvo sin pintar por largos meses, hasta que pudo rehabilitarse con terapia física, para el uso de su extremidad. “Esa serie incluye ‘Pedrito a caballo’, que se encuentra en el Museo de Antioquia, donde junto al pequeño se observa una casa de muñecas, con dos figuras vestidas de luto, asomadas por las diminutas ventanas. Son sus padres”, refiere la prensa colombiana a propósito del deceso del pintor.
Su enjundiosa trayectoria artística, llena de escalas, comenzó como ilustrador del periódico “El Colombiano”. Nunca de desligó de su país natal, a pesar de que vivió en México, Nueva York, Mónaco y París, con la convicción de que el arte local, es el más universal. Adquirió fama además, con sus pinturas de luminosos colores y para la década de 1990, irrumpió con las enormes esculturas de bronce en plazas e instituciones de muchos países del
mundo.
Sin embargo, nunca abandonó su estilo, ni siquiera cuando profundizó en las terribles torturas de la prisión de Abu Ghraib. «Mi ira, mi desconcierto con esta situación fue creciendo. (…) Se me volvió como una obsesión, durante nueve o diez meses no hice sino pensar, pintar, dibujar Abu Ghraib, soñar Abu Ghraib», dijo a la prensa.
A principios del 2003, las torturas, abusos y humillaciones a reclusos iraquíes por un grupo de soldados estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib en Irak, por el personal de la Compañía 372 de la Policía Militar de los Estados Unidos, agentes de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos) y contratistas militares involucrados en la ocupación de Irak, resultaron un escándalo mediático, que reveló el uso de estas inhumanas prácticas en
otros centros penitenciarios.
Pintó 79 estremecedores cuadros, inspirados en la crueldad del abuso contra los presos en la cárcel iraquí, comparados por su intensión con el ‘Guernica’ de Picasso, en defensa de la dignidad humana y por la necesidad de marcar en la memoria colectiva, un episodio denigrante para que no se repita jamás. Fernando Botero recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en Monterrey, México, donde presentó por primera vez su colección de pinturas sobre «Abu Ghraib»; y su enorme escultura en bronce titulada «Caballo», en 2008.
Botero por doquier
El Museo Botero, de Bogotá, ha honrado sus condiciones: óptimo mantenimiento y entrada gratis; es aqui donde se pueden apreciar obras del célebre antioqueño, que forman parte de su colección personal de esculturas y pinturas universales.
Por su parte, Medellín lugar donde nació Botero, está maravillosamente poblada por 23 esculturas en lugares comunitarios y jardines de antesala a los edificios, así como en el Museo de Antioquia, que atesora 189 piezas de su colección de arte, con esa manera única de ver el mundo y el uso tan especial de la proporción y el color.
“La Gorda Gertrudis” expuesta alegremente en su sensualidad, más conocida que por su nombre oficial: ‘Figura Reclinada 92’, está en la plaza de la Iglesia y Convento de Santo Domingo, de Cartagena de Indias. Desde allí, quizás, surgió una leyenda: ‘se augura suerte en el amor para quien toque los pechos de la gorda’, así es el imaginario popular a quien Botero se ofrece.
Cuentan que no hay que salir de Latinoamérica para verlo. Está presente en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, Venezuela, con 15 obras. Una escultura de silueta inconfundible, se ve en Argentina en el Parque Thays, de Buenos Aires. También está en Puerto Rico, en Panamá y Chile, donde el Caballo de Botero, evocador de los gauchos de la Patagonia, recibe a los visitantes a la entrada del Museo de Arte Contemporáneo de Santiago.
En España se le aprecia con la adquisición de la Fundación Telefónica de una edición de tres vaciados idénticos de la escultura «La Mano», cedida posteriormente a la ciudad de Madrid, para su exposición pública. El CentroCentro, un espacio cultural ubicado en Cibeles, de la capital española, ofreció la mayor retrospectiva dedicada a Botero.
En 1992, una muestra de sus esculturas se exhibió en el Paseo de Recoletos. Al finalizar la exposición, el autor donó al Ayuntamiento una obra ubicada actualmente en la plaza de Colón: la «Mujer con Espejo» y vendió su «Rapto de Europa»; a la compañía líder en el mundo en gestión de infraestructuras aeroportuarias por volumen de pasajeros, AENA, que lo instaló en el Aeropuerto de Barajas. Así se encuentran otras obras importantes, en Palma de
Mallorca, Oviedo y La Coruña.
En Lisboa, la “Maternidad», está en el jardín dedicado a la cantante de fados Amália Rodrigues. Brevemente cubierta por un manto, la Venus de Londres, muestra una particular suavidad para ser una escultura de bronce. Con sus cinco toneladas, el encargo de la ciudad en 1989, fue ubicada en Exchange Square, cerca de la estación de Liverpool Street y goza de gran popularidad.
El Principado de Liechtenstein, ubicado entre Suiza y Austria, tiene en Vaduz, su capital de 160 kilómetros cuadrados; una pieza XXL de Botero, expuesta en el Museum of Arts.
En Mónaco, lugar de una de sus residencias, Botero tuvo un estudio en la Quai Antoine Premier. En la pequeña ciudad-estado independiente, ubicada en la costa mediterránea de Francia, justo en los Jardines de Montecarlo -su distrito principal- se pueden ver a ‘Adán y Eva’, entre palmeras, naranjos, tulipanes y fuentes.
También “El Pájaro” luce muy bien en la entrada de la sede del United Overseas Bank, frente al río Singapur, y así por cualquier lado del mundo, donde pueda sorprendernos la maravilla de su obra.
Mi barrio
En particular, a su ciudad natal -Medellín- regresó en 2015. Aquella que sería su última visita pública, fue con motivo de la inauguración de su exposición “El circo de Botero”. Una década y media después de que los vagones del metro circularan con su firma, aquel vagón de la Cultura Metro, sirvió de plataforma de transporte para Botero y estaba dedicado al pasajero más cotizado del mercado del arte, que ahora volvía como un profeta a su tierra.
“Hacia allá queda mi barrio, Boston, aquella es la parte del Centro”, le señala a su esposa, la pintora griega Sophía Varí, segunda copa;era de su vida, después de la madre de sus hijos, Gloria Zea, ex directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Precisamente, Fernando Botero Angulo se fue de esta vida, apenas unos meses después de enterrar a su esposa Sophía Varí. Aquella mujer casada, que desde que se vieron por primera vez en una cena, le cambió la vida. El antioqueño que llenó de amor su alma, ahora tampoco supo vivir sin ella.
Por teleSUR – Rosa María Fernández
https://www.telesurtv.net/telesuragenda/botero-historia-amor-20231011-0044.html
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