No puedo más que reírme de todo este entramado humano. Vivimos en un juego vital que no es vitalicio. Que muere, se esfuma, desaparece y todavía se olvida cuando muere la memoria del último que nos recordaba…
Andamos por ahí «intentando» demostrar de todo lo que somos capaces de hacer y eso no es más que una ficción que también acabara como termina todo en esta vida.
Saber que lo único que tenemos será disfrutado por un tiempo limitado debería ser motivo más que suficiente para distribuirlo en pro de un bienestar generalizado para los que irán quedando.
No se trata de dejar «mejor» a nuestro entorno más cercano, sino a «esos» que uno vaya reconociendo como personas dignas de continuar ese legado de bienestar a los demás.
Uno ni es lo que cree ni será nunca lo que piensa.
Esta ilusión llamada vida consta de una multiplicidad de regalos que son suficientes para ponernos a pensar ¿qué somos?
Solo la complejidad de nuestro cuerpo debería de hacernos tirar de rodillas y agradecer con humildad, reconociendo que no somos capaces de hacer algo parecido.
No deberíamos andar por ahí pretendiendo de nuestra belleza porque es fortuita y al azar. No fue algo construido por nosotros, sino dado. Nuestra máquina humana podrá ser fea o bella, pero eso también son atributos que hemos creado.
¿Quién puede definir la belleza?, ¿de dónde sale ese concepto de lo bello? O ¿quién estableció esa «abstracción» a lo feo?
Dentro de toda esta locura en la que «hemos» intentado definir las cosas, si podemos deducir que es bueno y que es malo, ya que son acciones que implican daño o bienestar que repercute en todos, pero lo bello y feo son opiniones que no son determinantes en cuanto al bien y el mal.
Esas conceptualizaciones humanas son las que van creando en nosotros una forma de «juzgar» que inconscientemente hace pensar a «unos» que son «superiores» a otros.
En otras palabras, nos vamos creyendo diosecitos al humillar a aquellos que no reúnen estándares creados por nuestra cabecita limitada.
Si somos intelectuales o con «ciertos conocimientos» rechazamos a aquellos que no hayan tenido o el interés o la oportunidad de alcanzar esos empeños.
Si somos deportistas o fanáticos, solemos buscar a esos que compartan los atributos nuestros y así nos vamos apartando en grupos que coincidan con los mismos deseos.
Somos tribus distribuidas en países, en regiones, en barrios, en idiomas, costumbres, hábitos, religiones. Que a la vez se dividen en deseos, sueños, imágenes, gestos…
Y así vamos formando civilizaciones en busca de un bienestar que termina cada noche en la intimidad de la almohada.
Nuestros pensamientos nos acosan ante los dilemas que hemos creado en busca de la felicidad perdida.
Ante la consciente inminencia de un fin indefinido y truncado en miles de ideas y conceptos que no terminan de ser solo aquellas especulaciones elaboradas en cabezas intentando ser dioses de lo que nunca crearon…
Somos todo esto y un montón más de ideas y sueños. Una esperanza que no sabe lo que espera. Que quiere sin saber ¿qué quiere?
Anhelamos «vivir» eternamente, pero no tenemos el coraje de hacerlo y, de cierta manera, agradecemos que estos dramas incesantes tengan un final ante el misterio.
Somos un montón de idiotas que llegamos de repente aquí y nos pusieron a jugar en el juego y aun así nos creemos que somos lo que somos y al final ni puta idea sabemos que somos.
Marionetas que se atropellan unas a otras en un juego de egos sin sentidos, y ni siquiera hemos creado un dedo.
Si tan solo uno de nosotros fuera capaz de reconocerse y lograra saber «que se es» todos alcanzaríamos saber ¿qué somos? Y tal vez lo humano dejaría de tener sentido.
En lo que averigua usted, porque yo no pienso entretener la rumba en esas profundidades, continuemos disfrutando de lo desconocido que al fin y al cabo el no saber nada, nada da y en consecuencia nada quita ¡salud!. Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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