Se ha pretendido armar una crisis por la propuesta de los diputados Elías Wessin Chávez, Miguel Ángel de los Santos y Miguel Bogaert para la construcción de una cárcel en la Isla Beata como solución a la sobrepoblación que actualmente tienen los diferentes centros penitenciarios del país.
Los congresistas fundamentan la solicitud basándose en las estadísticas que indican que la población carcelaria asciende a 27 mil 202 internos distribuidos en tres Centros de Atención de Privados de Libertad (Caplip), 19 Centros de Privación de Libertad (CPL) y 24 Centros de Corrección y Rehabilitación (CCR).
No veo nada anormal en esa propuesta. La Isla Beata es un excelente lugar para un recinto penitenciario donde pudieran ser transferidos los reos peligrosos o de máxima vigilancia o los narcotraficantes, asesinos y los ladrones de fondos públicos.
El tema me recuerda una experiencia personal. En el 1982, formé parte de un grupo conformado por oficiales de policía, psicólogos, estudiantes de derecho y sociólogos enviados por el gobierno dominicano a San José, Costa Rica, a capacitarnos como técnicos penitenciarios para luego incorporarnos como empleados en las cárceles nacionales.
El entrenamiento, que duró más de un mes y al que asistieron representantes de algunos país de la región, estuvo a cargo de especialistas del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente (ILANUD), fundado el 11 de julio de 1975 en esa nación centroamericana, coordinado por Emilia González.
En una sesión de trabajo, el representante de México se puso de pie y nos manifestó que ellos tenían control absoluto de los reos comunes y de máxima seguridad porque los tenían ubicados en una prisión rodeada de agua marina, con pocos guardias de seguridad. Con orgullo decía que nadie se atrevía escapar de allí y la razón era que los presos, para evadirse, debían nadar un largo trecho hasta encontrar tierra firme. “Es una tarea muy difícil de realizar porque las aguas están infectadas de tiburones y nadie arriesgaría la vida”, dijo.
Pienso que las autoridades nuestras debieran ponderar la propuesta de los citados parlamentarios locales y construir dos prisiones, una en la Isla Beata y otra en Isla Saona. Es un planteamiento bien intencionado que no tiene desperdicio y no debe politizarse. Naturalmente, garantizándoles los derechos fundamentales a los privados de libertad ya condenados, como visitas familiares, alimentación y servicios sanitarios.
Eso no significa que se erradicaría de un porrazo la criminalidad, pero sí una forma de avanzar, endurecer las penas y sacar de la calle a los internos de acciones más letales.
Varios países latinoamericanos, como México, cuentan con ese tipo de estructura. Una de estas fue cimentada en las Islas Marías, en medio de un mar repleto de tiburones, que operó durante los últimos 113 años, cuya clausura fue anunciada por el presidente Andrés Manuel López Obrador para convertirla en un centro cultural y artístico. El proyecto incluirá el traslado o liberación por cumplimiento de penas de los 656 presos que permanecen retenidos en este lugar del pacífico, a 80 kilómetros del estado mexicano de Nayarit.
Es que las estadísticas reflejan que uno de cada tres delincuentes de Latinoamérica reincide en la comisión delictiva, la mayoría por crímenes más graves que aquel que los condujo a la cárcel por primera vez. Muchas de las prisiones más emblemáticas de los países de la región se han vuelto verdaderas escuelas de crimen. Escuelas en las que se desarrolla una sociedad paralela, sin control del Estado, y que son uno de los factores que contribuyen a la crisis de seguridad pública que se vive en varios rincones de América Latina.
Son interesantes las motivaciones que tuvieron las autoridades mexicanas para erigir ese edificio. Fue una réplica de la famosa cárcel implementada en la Isla Alcatraz, frente a la costa de San Francisco, California, Estados Unidos. Si bien fue concebida en sus principios como una fortificación de defensa naval, la correccional de Alcatraz se transformó en vivienda de criminales militares en el 1861. En sus primeros años cobijó una pintoresca compilación de presos, entre aquellos que se hallaban 19 indios hopi de Arizona, que resistieron pasivamente los intentos de asimilación del gobierno americano. Asimismo, pasaron una temporada a la sombra de Alcatraz los soldados americanos que lucharon en la guerra filipino-estadounidense y que se habían unido a la causa filipina en el 1900.
Unos años después, la famosa penitenciaría conocida con el apodo de La Roca se transformó en la sucursal del Pacífico de la Cárcel Militar de los USA y luego el moderno edificio de la cárcel terminó de construirse. En el 1933, el Ejército estadounidense trasfirió el control del presidio al Departamento de Justicia Civil y, desde 1934 hasta el 1963, el recinto sirvió como refugio federal para ciertos convictos más peligrosos del sistema penitenciario. Entre sus conocidos habitantes se hallaban Al Capone, George “Ametralladora” Kelly y Robert Stroud, conocido como el “Hombre Pájaro de Alcatraz”.
La prisión de Islas Marías tiene una interesante historia. Comenzó a existir en 1905, por un decreto presidencial de Porfirio Díaz. El principal motivo de su creación fue reclamar la soberanía sobre ese archipiélago, en disputa con Estados Unidos.
La segunda razón, fue la misma que la de cualquier prisión erigida en medio del mar: separar de la sociedad a una persona con un prontuario criminal y separarla de su familia. Es un castigo puro y duro.
Esa penalidad fue la que sufrieron durante este siglo personajes como Pancho Valentino, un famoso luchador mexicano de la década de 1950 quien fue condenado por matar a un sacerdote mientras le aplicaba una llave y que hasta su muerte en la isla fue conocido como el “Matacuras”.
También estuvo encerrado por sus ideas comunistas José Revueltas, considerado el preso más célebre de la prisión y cuya obra icónica está basada en sus dos experiencias como reo.
Según los reportes, a partir de 2013, tras un violento motín de los reclusos de Islas Marías reclamando mejores condiciones, comenzó a aplicarse allí el experimento de una especie de prisión en libertad, sin rejas, con facilidades de visitas familiares e incluso dos semanas de vacaciones al año.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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