Por Emiliano Reyes Espejo
La amenaza del inminente embate de los fuertes vientos del huracán David era preocupante, perturbadora. La población rogaba a Dios, a la Virgen de La Altagracia y a todos los santos para que este fenómeno se desviara y evitara su destructivo impacto en el territorio nacional.
Los ruegos no bastaron, no fueron suficientes. La naturaleza había marcado la ruta salvaje de la indomable tempestad que se le llamó David, sobre el que el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos explicó se había desarrollado como depresión tropical el 25 de agosto de 1979 al sureste de las Islas de Cabo Verde.
Cinco días después, el 30 de agosto, ya era un poderoso huracán de categoría 5 que enfiló hacia el oeste-noroeste del Mar Caribe, alcanzando una intensidad máxima con vientos máximos sostenidos de 175 mph (280 kilómetros por hora y una presión central mínima de 924 milibares.
«Hasta agosto de 2020, (David) sigue siendo el único huracán en tocar tierra en la República Dominicana con una intensidad de categoría 5», afirma Wikipedia. Apunta que «casi el 70% de los cultivos fueron destruidos por las inundaciones torrenciales. Las inundaciones extremas en los ríos resultaron en la mayoría de las 2,000 muertes del país».
«Y para completar, esta manifestación de la naturaleza fue seguida cuatro días después por la tormenta tropical Federico, la cual duró seis días consecutivos de intensas lluvias causando inundaciones que destruyeron gran parte de las plantaciones agrícolas…(cita del portal Puerto Plata Digital).
Las muertes de animales y aves fueron también incontables.
«El ojo pasó casi directamente sobre Santo Domingo, capital de la República Dominicana, con más de un millón de personas viviendo allí en ese momento. La tormenta cruzó la isla y surgió como un huracán débil después de empapar las islas».
En la redacción de prensa de Radio Televisión Dominicana (RTVD) teníamos la sensación de que el trágico impacto del huracán devastaría el país. La situación causó un mar de inquietudes y movimientos imprevistos e inusitados en el personal administrativo y entre los periodistas.
En tanto los reporteros nos manteníamos en vigilia, el equipo receptor del teletipo comenzó a repiquetear, no dejaba de sonar, no solo la campanita de aviso de emergencia, sino también los repetitivos e incesantes teclazos de este aparato que imprimía textos como si fuera una maquinilla de escribir, pero accionada a distancia por pulsaciones eléctricas.
El insistente sonido alertó sobre la llegada de una noticia en extremo importante.
Los teletipos se popularizaron después de la Segunda Guerra Mundial y se convirtieron en el principal medio, o uno de los principales, usados por las agencias de prensa para enviar las noticias a todos los rincones del mundo.
En RTVD (ahora CERTV) operaba teletipos de AP y UPI, los cuales suplían mayormente noticias internacionales que se difunden en los noticieros de la radio televisora estatal.
El técnico teletipista Ramón Amparo operaba la oficina del teletipo de RTVD y era el más eficiente y quizá el más cumplidor de los empleados del departamento. En ese rol solo competía con él solo Chichimeca, de tamaño menudo, pero muy eficiente y que otro, no solo excelente trabajador que laboraba en el horario vespertino, ocupándose de la mensajería interna y recortar noticias que llegaban a través de los teletipos, sino que tenía dotes personales extraordinarias.
En la mañana del 31 agosto de 1979, con apenas un año de instalarse el gobierno del presidente Antonio Guzmán, el cielo se mantuvo encapotado, abrigado por este ambiente siniestro que, aunque silente, se mostró en aquella triste atmósfera forrada de gris.
Por alguna razón Amparo se ausentó un momento del pequeño espacio donde operaban los teletipos. En ese instante estos dispositivos comenzaron a repiquetear la campana de alerta, no cesaba y no detenía su sonar ni un instante.
El director de Prensa entonces, el periodista vegano Miguel Ángel Reinoso Solís, estaba en su despacho cuando nos solicitó que chequeáramos lo que llegaba por el teletipo. Encontramos un alerta emitido por el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos que nos llenó a todos de pavor:
¡Urgente! ¡Urgente! ¡Urgente! ¡Noticia urgente! El piloto del avión cazahuracanes entró al ojo de la tormenta David y exclamó: -«El ojo de este huracán se ve oscuro, temible». Y agregaba: «Es horroroso, es algo tenebroso lo que se observa en el ojo de esta tormenta, nunca había visto algo igual. Está muy oscuro aquí, el territorio que impacte los vientos de esta tormenta lo destruirá todo, no dejará nada de pie, arrasará con todo a su paso».
Esto es, «más o menos», lo que recuerdo de aquel despacho de prensa que repetían incesantemente los teletipos con sus campanillas de alarma.
La nota fue llevada al director de Prensa, quien al ver dicho texto, se puso de pie y exclamó con un dejo de preocupación:
-«¡Dios mío! ¡Dios mío! esto tiene que verlo el Director…».
Tomó el despacho emitido por la prensa extranjera a través del teletipo y la llevó raudo al director general de la planta televisora, don José Altagracia Bruno Pimentel, quien –después de leer el mensaje- lo puso en una carpeta y arrancó para el Palacio Nacional donde lo entregó al presidente Antonio Guzmán. Pimentel.
Poco después, la Presidencia de la República, que se mantenía vigilante, emitió un decreto declarando la emergencia nacional. Se puso en alerta a los organismos de socorro y de defensa. Se hizo a la vez un llamado encarecido a los ciudadanos para que adopten todas las medidas precautorias de lugar.
El director de Prensa pidió al personal retirarse y acudir a proteger a sus familiares. Opté por quedarme un rato más con él –pese a su insistencia de que me marche-para preparar algunos boletines. Las ráfagas de la tormenta ya se sentían con fuerzas destructoras. Y entonces me marché.
Cuando llegué a mi hogar, en la calle Luis Reyes Acosta (antigua 15) del barrio Villa María, ubicada a unas tres cuadras de la avenida Duarte, la casa donde vivía alquilado, con paredes de block, madera y techo de zinc, encontré que los vientos habían arrasado con una buena parte del techado. Mi esposa Luz Virginia y mis hijos se guarecían en la parte de la vivienda que todavía no había sido afectada.
Ante la preocupante situación y viendo que el fenómeno arreciaba de manera diabólica, optamos por trasladarnos con los niños en el frente, en la Iglesia San Gabriel Arcángel, donde ya estaban guarecidos muchos de nuestros vecinos.
Pese a que este templo está construido con una sólida estructura de cemento, la fuerza de la ráfaga de vientos a veces lo estremecía. Temíamos que allí ocurriese lo peor. Los presentes comenzamos a rezar y a pedir a Dios que nos proteja de la tormenta.
Pasaron los días y los habitantes del país se esforzaban para lograr la recuperación. La faena de los periodistas volvió a la cotidianidad ante la cruda realidad dejada por el huracán y entonces me enviaron a cubrir la fuente del Palacio Nacional en el horario vespertino.
Estando allí, siendo cerca de la siete de la noche, llegó al Palacio Nacional el entonces secretario de Agricultura, don Hipólito Mejía, quien nos mostró –estando en el antedespacho presidencial- el documento contentivo del programa que había diseñado su secretaría para la recuperación de la agropecuaria nacional, el cual presentaría al presidente Guzmán.
Los periodistas insistimos para que nos avanzara algo de dicho plan, pero nos dijo con su característica jocosidad, que no podía decirnos nada hasta tanto lo haya presentado al primer mandatario de la nación.
No valieron las insistencias de los colegas. Los periodistas retornamos a la oficina de Prensa del Palacio para esperar allí a que Mejía saliera del despacho y nos ofreciera declaraciones.
Pero al poco rato de esta promesa, a mí «se me prendió un bombillito» y regresé solo al antedespacho presidencial, con la excusa de que iría al baño. Allí dije al secretario Mejía que era periodista del canal oficial, que si podía adelantarme algo para el noticiario de las diez de la noche. Manifestó que sí, pero con una condición, que no le pase este resumen al periódico El Caribe.
-«No se la dé a El Caribe, ese periódico es de derecha», expresó. Y a seguidas, apuntó: -«Si le das esta información a El Caribe, no te vuelvo a dar noticia».
La inesperada respuesta de Hipólito Mejía me tomó de sorpresa. Pero no podía titubear ante la oportunidad de lograr una primicia noticiosa, un «palo periodístico», una práctica muy en boga entre los periodistas de la época.
Mejía me pasó el documento y copié las informaciones básicas del diagnóstico y programa de recuperación de la Secretaría de Agricultura sobre los daños causados por el huracán David. Salí de allí y me trasladé sigilosamente a una oficina del Secretariado Técnico de la Presidencia, donde me instalé, redacté mi noticia y la envié al encargado del noticiero, el veterano periodista Octavio Mata Vargas, quien era el encargado vespertino del departamento. Previamente, había hecho una transmisión en vivo.
Después llamé al colega Rafael Rodríguez Gómez, del Listín Diario, que permanecía en el área de prensa del Palacio, le expliqué que tenía el resumen del informe y sobre la advertencia que me había hecho el secretario de Agricultura.
El afable colega Rodríguez Gómez tomó los datos y como veterano al fin, me dijo que nos fuéramos directo a nuestras redacciones sin pasar por la oficina de Prensa porque los otros colegas sospecharan y nos pedirán las informaciones.
Así lo hicimos y el Listín Diario se destapó al otro día con un titular de primera página que describe cómo el «gobierno invertirá millones de pesos para recuperar la agropecuaria nacional». Los subtítulos detallaron las inversiones destinadas a recuperar los cultivos de arroz, habichuela, las plantaciones de coco, plátanos, guineos y otros cultivos afectados. «…el secretario de Estado de Agricultura de ese entonces, ingeniero agrónomo Hipólito Mejía, pues con éxitos se empleó muy a fondo para sembrar alimentos hasta en los jardines de las viviendas y así se pudo evitar que se produjera una gran hambruna en nuestra nación (Puerto Plata Digital)».
No cabe duda de que este ha sido el más grande programa de recuperación de la agropecuaria nacional jamás implementado en el país. Algunos analistas han señalado que el éxito de este programa sirvió para proyectar la imagen de funcionario eficiente que llevó al ingeniero agrónomo Hipólito Mejía a convertirse luego en el presidente de la República.
Al otro día volví a mi fuente del Palacio Nacional donde se comentaba el despliegue que dio el Listín Diario a esta noticia. El colega de El Caribe, el periodista José Báez Guerrero, sabía que yo había facilitado la información al prestigioso medio y reaccionó molesto, decía que mi actitud había puesto en peligro su trabajo.
Las cosas no pasaron de ahí, ya que Rodríguez Gómez intervino y asumió la responsabilidad, librándome así de toda culpa.
El tiempo lo puede todo. Hipólito Mejía cambió la visión ideológica que tenía de El Caribe, periódico al que después ha dado numerosas entrevistas. En cuanto al colega Báez Guerrero, he dispensado una discreta admiración por la profesionalidad y su capacidad de análisis. En aquel momento del «palo periodístico» era el único del grupo que cubrimos la fuente del Palacio que dominaba el idioma inglés, dado que sus estudios de periodismo en Estados Unidos le daban una sólida formación académica.
Llegó a ocurrir que por el dominio del inglés, éste nos puso en aprietos. No era dado a traducir declaraciones que ofrecían extranjeros que visitaban el Palacio Nacional.
Báez Guerrero nos daba, tal vez sin proponérselo, una lección de profesionalidad: ¡aprendan inglés, colega!.
ere.prensa@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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