Al otro lado del espejo estás tú, aunque te sientas aquí.
Desde aquel lado te miras sin pensarte. Observador que compadece del tiempo que habitas, que te carga y te estampa rostros distintos.
Desde allá se transforma contigo como un buen amigo ante la distancia. No te habla si no hablas y, si te quejas, se queja contigo.
Calmará tu locura ante el espanto que miras, disfrazando cotidianamente la máscara que dejaste. Pensará lo que piensas, consolando certeramente ambivalencias pensadas.
Y cargará cada momento tus quejas sin quejarse.
Al otro lado del espejo está lo que en verdad eres, es decir, lo que habitas. Una masa inquieta que intenta zafarse del reclusorio. Cárcel discreta y complaciente que engaña brindando placeres breves y triviales.
Al otro lado estás tú, pero no puedes verte porque todo es un engaño que invita a surcar auroras y ríos y puentes pintados en atractivos colores y drogados de nostalgias.
De este lado estás rodeado de escenarios y de abismos para el cuerpo y el alma. Todo un vendaval de sueños y virtudes y pasiones. Alma distraída en manjares que van vaciando gota a gota un corazón cansado.
¡Te miras y te asustas! Pero vuelve a engañarte porque todo cumple una función específica en esta dimensión en que estamos. No te dejará caer aun te pares frente a él como una momia irremediable a la que habrás de convertirte.
¡Qué desgraciado fue aquel que nos tendió una semilla y culminamos en fruta! Un néctar dulce entre amargos caminos y oscuros misterios. Una pesadilla noble que termina quitándonos todos los espejismos andados.
Intentas cruzar al otro lado como si intuyeras que aquel sí eres tú, el verdadero, el que te envió aquí con el propósito de salvarse mientras tú te hundes en los abismos de la mente.
Como si fueras la penitencia que él observa sin sentirla. Un alma desalmada, sin apegos ni compasiones. Un alma fría que ni intenta salvarte a costa de su eterno destierro.
¡Qué raro es el mundo!, sentencias mirándolo fijo. ¿Solo te salvas a través del dolor? Le preguntas. Él, sintiéndose descubierto, se desarma y se descompone, alejándose de los coordinados movimientos a los que estaba habituado.
Te mira desde una pena sincera mientras se acerca al límite del espejo y desde una callada voz te advierte guardar el secreto, a la vez que te revela en vedado silencio: «Ya pronto vendrás a este lado».
Y tú, inmóvil y helado, te quitas la máscara y ya no sabes si reír o si llorar. ¡Salud! Mínimo Espejero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).