Por Rafael Méndez
Es fundamental que los sectores progresistas y de izquierda de la República Dominicana no se dejen arrastrar por estas corrientes de exclusión y rechazo. Deben alzar la voz en defensa de los derechos humanos, la justicia social y la convivencia pacífica entre los pueblos.
El discurso anti-haitiano en República Dominicana ha sido una herramienta política recurrente utilizada por diversos líderes para generar apoyo popular, y en ese contexto, hay que reconocer que el presidente Luis Abinader ha sabido capitalizar esa narrativa, alineándose con sectores ultraconservadores y nacionalistas que priorizan la soberanía, ya que ha usado esta estrategia no solo para fortalecer su base política, sino también para desviar la atención de los problemas estructurales del país.
Sin embargo, hay que reconocer que el presidente Abinader ha sido reiterativo en su llamado a la comunidad internacional para que intervenga en la crisis haitiana, su discurso encubre una agenda política que busca mantener su popularidad, en tanto que no ofrece una verdadera solución al conflicto migratorio, mientras se alinea con una estrategia global de la derecha ultranacionalista y antiinmigrante que, en muchas partes del mundo, está ganando terreno.
La política migratoria de Abinader ha sido un fracaso evidente, en el que las deportaciones masivas no han resuelto el flujo migratorio, ni han mejorado la convivencia entre haitianos y dominicanos, más bien han contribuido a aumentar la tensión social, y a proyectar una imagen de represión en lugar de gobernanza efectiva, acciones estas que han atraído la atención de organizaciones de derechos humanos que han denunciado la violación sistemática de los derechos de los migrantes, generando críticas internacionales que afectan la imagen de la República Dominicana.
Un patrón histórico en la República Dominicana
Desde tiempos de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, el discurso anti-haitiano ha sido una herramienta útil para definir la identidad nacional en contraposición a la haitiana. A lo largo de la historia, diversos líderes dominicanos han utilizado este enfoque para unificar a la población en torno a un enemigo externo, desviando la atención de los problemas internos.
Las políticas de deportaciones masivas de haitianos, presentadas como necesarias para controlar la inmigración, han sido una respuesta populista, muy lejos de ser una solución efectiva, debido que estas deportaciones han demostrado que no resuelven los problemas estructurales ni mejoran la convivencia entre haitianos y dominicanos, más aun, exacerban las tensiones sociales y contribuyen a una mayor polarización.
Una estrategia global de la derecha ultranacionalista
Las políticas anti-inmigrantes de Abinader no son aisladas, sino que forman parte de un fenómeno global de resurgimiento del ultranacionalismo, que se alimenta del miedo al «otro» y la supuesta amenaza que representa la inmigración. Desde Europa hasta América del Norte, hemos visto cómo movimientos de derecha utilizan este tipo de discurso para movilizar apoyo, apelando a sectores que sienten que su identidad nacional está bajo ataque.
En Estados Unidos, el ex presidente Donald Trump utilizó la inmigración como uno de los ejes principales de su plataforma, mientras que en Europa, partidos de extrema derecha han crecido en popularidad al capitalizar la inseguridad social y económica, exacerbada por las crisis migratorias. El gobierno de Abinader se alinea con estas corrientes globales, insertándose en una tendencia donde el ultranacionalismo y la xenofobia se presentan como soluciones políticas.
Consecuencias y el peligro del precedente
Las políticas de Abinader no solo han fracasado en controlar la inmigración haitiana, sino que han afectado gravemente la imagen de la República Dominicana en el ámbito internacional. Organizaciones de derechos humanos han denunciado las condiciones en que se llevan a cabo las deportaciones, y han criticado el impacto negativo sobre la comunidad haitiana, que incluye la separación de familias y la deportación de personas nacidas en territorio dominicano.
Este enfoque, además, establece un peligroso precedente para futuras administraciones. Al normalizar el uso de la represión y la exclusión como respuestas válidas a los desafíos migratorios, se abre la puerta a políticas aún más draconianas y a un incremento de la violencia institucional. Las deportaciones masivas no solo no han resuelto los problemas estructurales, sino que han incrementado la percepción de inseguridad y la división social.
Llamado a los sectores progresistas
Es fundamental que los sectores progresistas de la República Dominicana no se dejen arrastrar por estas corrientes de exclusión y rechazo. La historia ha demostrado que las políticas basadas en el miedo y la represión no solo fracasan en resolver los problemas sociales, sino que también generan mayores conflictos y polarización. Los movimientos progresistas deben alzar la voz en defensa de los derechos humanos, la justicia social y la convivencia pacífica entre los pueblos.
En un momento en que el ultranacionalismo y el fascismo resurgen en muchas partes del mundo, es vital que los sectores democráticos y progresistas de la República Dominicana mantengan una postura firme contra la xenofobia y el racismo, ya que no podemos permitir que el país se arrastre hacia la agenda de la derecha mundial, que promueve la exclusión y el odio como herramientas políticas.
Asimismo, es esencial que los sectores progresistas y de izquierda en República Dominicana no solo denuncien estas políticas, sino que también propongan alternativas que aborden las causas estructurales del fenómeno migratorio. Esto incluye una visión de cooperación regional con Haití, centrada en el desarrollo, el respeto a la soberanía y los derechos humanos. Solo a través de una visión inclusiva y de justicia social, los progresistas pueden ofrecer una verdadera solución a los problemas que enfrenta la isla, promoviendo la paz y la estabilidad tanto para dominicanos como para haitianos.
(El autor es periodista y exdiputado residente en República Dominicana).