La ausencia es cada vez mayor cuando se nos van esos seres queridos de siempre. Esos que «están allí» en algún rincón del mundo y al que sabemos, podemos llegar sin avisar y seremos bien recibidos.
Esos seres, que sabes que te quieren, que lo puedes sentir, son ausencias, que en verdad te llegan al alma. Son esos oasis perdidos a los que ya no podrás regresar, pues se hundieron en el desierto.
Así nos va quitando la vida, la vida misma. Ayer fue Doña Beatriz en Cumbayá y hoy se va Iluminada en Moca. Dos madres menos, dos ángeles más.
Hoy, Iluminada, has alcanzado la gloria, esa a la que tanto rezaste y pediste por el bienestar de tus hijos y nietos. A la que tanto rogaste por tanta gente necesitada y desconsolada mientras tú apaciguabas, con tu fe y misericordia infinita.
Te has ido dejando recuerdos hermosos que siempre llevaré en mi memoria. Te vi luchar contra vientos y mareas, entre constantes olas a las que sorteaste sin caer de la tabla.
Tu amado Fello debe estar contento de verte. Para él, debieron ser meses de angustia. Hoy, de nuevo juntos, los imagino en la galería del cielo, sentados desde esas «mecedoras» en las que compartieron con sus nietos. Hoy ya hombres y mujeres que tanto extrañan su ausencia.
Iluminada, sé que te lo dije muchas veces y que te abracé otras tantas, más quiero que sepas que te quiero mucho y agradezco el trato amable y amoroso que siempre recibí de ti.
Si hubiese sabido que te irías, me hubiera quedado más tiempo contigo, aquella última vez que fui con mi hijo Joaquín. Te hubiera abrazado y mirado más. Y me sentaría a escucharte para recordar tu voz, esa voz que se ha perdido en el aire.
Que más podría decirte, Iluminada, que ya no sepas, ahora que eres parte del todo y que todo lo ves y lo entiendes. Ahora que hurgas corazones sinceros podrás ver el amor que siempre he tenido por ti.
Una madre que siempre rezó por mi bienestar. Día a día, en tus oraciones, mi nombre nombrabas pidiendo que se cumplieran mis sueños, unos sueños que hoy, sin ti, quedan lanzados a la incertidumbre y a la fe que me enseñaste.
Gracias de nuevo Iluminada, por tu amor, tus atenciones, tus afectos hacia mí, a quien decías. ¡Máximo es un bandido, pero un hombre bueno! Sí, soy un bandido que siempre te recordara y que ahora, desde estas lágrimas sentidas y este llanto repentino, siento profundamente el vacío de tu ausencia. Que Dios te tenga en su gloria.
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(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).