La Iglesia católica llamó la atención al liderazgo político y social, y a la sociedad en sentido global, a que actúen para erradicar los graves problemas que abaten a la República Dominicana, como la corrupción administrativa con la distracción de los fondos públicos, la vigencia del clientelismo y el enriquecimiento desbordante por medio de lavado de activos, los maltratos a las mujeres, el desempleo, la migración irregular, los feminicidios y contaminación ambiental, entre otros.
Al menos, ya se han dado inicios a procesos contra la corrupción y la impunidad a través de un Ministerio Público independiente que merece el apoyo del pueblo dominicano, pues es hora de recuperar los fondos sustraídos al erario de manera fraudulenta de parte los deshonestos servidores estatales y sus cómplices.
Faltaron otros asuntos por enunciar en el tradicional Sermón de las Siete Palabras del Viernes Santo, pero satisface ver el grado de preocupación del purpurado católico que de forma enérgica y responsable abordó la realidad económica, social, cultural, política y religiosa del país. Es una tarea que las entidades evangélicas debieran replicar.
Ese discurso canónico lo estaremos presenciando cada año en ese día tan especial. Son palabras solidarias con una sociedad que va en picada, en avanzado proceso de descomposición; palabras que, por lo visto, no conmueven al liderazgo nacional facultado para buscar solución a los problemas expuestos desde el púlpito.
Tampoco esos mensajes surten efectos en la mayoría de la población que aún no ha asimilado el eslabón de la democracia, que tanto nos ha costado establecer luego de 31 años de dictadura. Confunden democracia con el caos, el libertinaje, desobedeciendo a nuestras leyes para imponer la conducta del desorden, un perverso comportamiento que a diario se observa no solo en los civiles, sino también en militares y policías que se supone son entrenados bajo reglas disciplinarias y que deben hacer cumplir las leyes, respetando los derechos humanos.
Mientras los curas pronunciaban el Sermón, en esos instantes miles de personas salían de la capital hacia los diferentes destinos turísticos para dar riendas sueltas al placer desenfrenado en las playas, ríos y las piscinas de los atractivos hoteles turísticos. Otros, los más desafortunados, morían ahogados, intoxicados con alimentos y bebidas alcohólicas o en los tenebrosos e imprevisibles accidentes de tránsito. Es la misma historia de cada año. Ya no hay respeto para la Semana Santa.
He aquí los puntos criticados: La falta de honestidad de los políticos que compran la conciencia de muchas personas por unos cuantos pesos e incluso por un plato de comida; el rol actual de las mujeres en la sociedad y las dificultades a las que se enfrentan, entre estas la mortalidad por cesáreas; feminicidios y la contaminación ambiental; la unión sentimental entre un menor y un adulto.
Además, los delitos medioambiente tales como los premeditados incendios forestales y deforestación, la contaminación de cementerios de vehículos chatarra; la defensa de las mujeres, condenando la sexualización de estas en las redes sociales promoviendo el poder del cuerpo; la inseguridad ciudadana, los problemas en la educación; la falta de oportunidades que hay en República Dominicana la cual lleva a los jóvenes a emigrar.
«Los políticos no se dan cuenta o se hacen los indiferentes y no se percatan que por cada dominicano que emigran, al país entran al menos cinco extranjeros. A ese ritmo nuestro país seremos menos en nuestro propio suelo», dijo un sacerdote al leer la séptima palabra de Jesús cuando era crucificado: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Los asuntos comentados representan una turbulenta cronología de lo que padece la sociedad dominicana, un rudo escenario lleno de obstáculos por resolver que, al parecer, no es de la incumbencia de algunos de nuestros líderes. La indiferencia ha permeado profundamente entre nosotros. A nadie le importa el padecimiento del prójimo. El individualismo es lo que importa.
Es un esquema, esta realidad, que, además, amerita la voluntad y la participación de la sociedad en sentido global, donde los padres de familia asuman la responsabilidad de dirigir el comportamiento de los hijos que hoy están perdidos, descarriados, involucrados en peligrosas pandillas, en el trasiego de las drogas, en asaltos y otras acciones repugnantes que concluyen en violentas tragedias.
Ojalá cale el mensaje de los sacerdotes en la conciencia de nuestra población, en términos generales. Estamos viviendo en una sociedad enferma que podemos sanar, si nos proponemos a actuar en esa dirección. Lo cierto es que hace falta voluntad política y social.
mvolquez@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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