Por Pedro Corporán
Con aparente vehemencia dijo en los albores de su gobierno, en el discurso de juramentación en la Asamblea Nacional, el 16 de agosto, 2012, que la educación era el otro nombre de la libertad.
Pletórico de alegría como esperanza que se libera de su frustración histórica desempolvé un pensamiento propio que textualmente dice: “Educad al ser humano para alejarlo de la ignorancia y elevarlo a la libertad”.
Apremiado por el pensamiento doctrinal del preclaro hombre de América, Simón Bolívar cuando dijo: “Lo que necesitan nuestras sociedades es moral y luces”; esperábamos con ansiedad descontrolada que la misión educativa del gobierno del ex presidente Danilo Medina alcanzara real progenie de revolución.
Por alguna razón aquel expectante discurso, redujo mi escepticismo crónico sobre el modelo de estado nacional y prohijó la creencia desbordada en la posteriormente llamada Revolución Educativa.
Deslumbrado de ilusión ingenua, seis meses después, en alocución servida en una esplendorosa actividad de alfabetización realizada por el cooperativismo en la villa olímpica, la bauticé como la Revolución de la Luz, sin imaginar que alfabetizar sería la única real estrella de aquella malograda aspiración nacional.
Sabíamos que después de las grandes revoluciones del conocimiento, la ciencia, la tecnología y la interacción social universal, cultural y lingüística, aprender a leer y escribir a nadie liberan del analfabetismo en la sociedad moderna pero lo asoma a la puerta de salida de la caverna del obscurantismo.
Profunda animadversión me embargaba pensar en la moral y la sapiencia con la que serían administrados los magros recursos del 4 % del PIB que se invertirían por primera vez en la educación pública, a partir del 2013, desde que se aprobara la ley 66/97, para redención humana de la nación y gloria histórica del movimiento de las sombrillas amarillas.
El colapso del sueño dorado más sagrado de la nación, con la dramática obra de miopía que llamó revolución a la combinación de tres factores retrógrados que son planteles escolares arcaicos del siglo XIX, profesores del siglo XX y confundidos alumnos del siglo XXI, anegado de proselitistas planes de asistencia social, corrupción y parasitismo clientelar, fue el resultado de la funeraria concepción educativa del parasitista gobierno de Danilo Medina.
El Informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA) del 2019, ansiosos 7 años después, constituyó una sentencia lapidaria que evidenció el crimen de leso derecho fundamental de la falsa revolución educativa del presidente Danilo Medina, un gobernante sin cosmovisión que convirtió en un boato descomunal más de 936 mil millones de pesos.
ensando filosóficamente era imposible que un proceso fuere liberador y revolucionario sin impactar con luz de ciencia y de moral la conciencia existencial de la nación, dejando a oscuras las cinco características científicas por excelencia del ser humano: el ser histórico, el ser social, el ser político, el ser económico y el ser sicoespiritual.
El pasado 16 de agosto volvimos a escuchar expectantes el discurso del nuevo presidente constitucional de la república, Luís Abinader Corona. ¡Volvamos a soñar…, pero despiertos!
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