Ayer murió Vicente, alcance a escuchar su voz hace 15 días cuando me llamo desde el hospital. Lo habían operado de la espalda y para mí, ese fue el último sacudón que su cuerpo extremadamente debilitado recibiría.
Su voz, algo difusa, dejaba entrever el miedo y la esperanza de aquel que se sabe próximo a partir, pero se resiste.
Estoy pintando desde la cama, alcanzo a decirme, pero no puedes venir a visitarme. Bajo las nuevas regulaciones del COVID-19 los hospitales han bloqueado las visitas.
Tenía varios días pensando en Vicente y ayer, precisamente, le llame. Su teléfono sonó varias veces hasta que su voz, de mensajes, anunciaba su ausencia.
Alcance a dejarle un mensaje…por si lo escuchaba; “Vicente, es máximo, si aun estas vivo dame una llamadita, si ya te fuiste de este mundo ni se te ocurra …”
De esa forma jugábamos la vida y la muerte Vicente y yo. Especialmente en estos últimos meses donde ambos sabíamos que se venía.
Conocí a Vicente en el año de 1995, ambos rentábamos uno de los tantos espacios para artistas que aquel warehouse ofrecía.
Gentil, empresario, discreto, solidario y algo cuidadoso de las malas energías. Creía en los santos y las malas vibraciones que la gente emana.
Fueron estas malas energías que nos sacaron de aquel lugar y cuando me moví a Collins Ave. En Miami Beach, hasta allí se fue Vicente.
Gracias a él conocí a muchos intelectuales de la diáspora y de la isla de Cuba, de donde era originario. Viajaba con frecuencia a su patria ya que la amaba por encima de todo.
Este judío-cubano pintaba como sus raíces. Una mescla de Chagall y Portocarrero evocaban a Hemingway y a su “Viejo y el mar”, mucho mar y muchos peces. Incluso la barba blanca que siempre llevaba “afinidaba” a Ernest.
Vicente fue así, una mescla de pirata renegado, un humanista solitario y soñador antillano. Por esto recorría las Antillas con frecuencia Puerto Rico y Santo Domingo, donde llego a tener una casa frente al mar…
Amaba al dominicano, quizás por ello en nuestro primer encuentro se sintió bien a mi lado y más cuando percibió mi inclinación socialista con la que el coincidía.
Luego se fue a pintar a los cayos de la florida y la distancia hizo que nuestros encuentros se hicieran escasos. Sin embargo, siempre guardamos esa comunicación discreta y gozosa de esos amigos que se extrañan y aprecian con nostalgia.
Aquella última vez que vi a Vicente, hará unos dos meses, fue en su casa del Southwest de Miami. Estaba solo y en una silla de ruedas. Apenas podía circular ante la maraña de obstáculos que se habían creado por todas partes.
Los cuadros apilados junto a una descarga de medicinas que ocupaban varias mesas. Me pidió que le comprara un whisky Black Label, al parecer, los que “a penas” le atendían no podían complacerle en las últimas.
Caminero me estoy muriendo, me dijo, tráeme ese whisky y tomate un trago a mi lado. Yo salí presuroso a buscarlo y una vez de vuelta me senté en lo que sabía seria mi último brindis con mi amigo entrañable.
Brindamos y nos miramos atentos, “la vida, me dijo, es una mierda, mira cómo termina uno, solo y olvidado. Cada cual tiene su vida y se le hace difícil cargarla, imagínate con la de otro”.
Encendí un cigarro y el me pidió que le pusiera otro en la boca. Apenas alcanzo a decir; “tenía tiempo que ni bebía ni fumaba, me lo han prohibido todo y mira! Señalando las medicinas, todo el veneno que te da el imperio”.
Dejo escapar el humo y sonrió; “gracias Caminero, eres un gran amigo, este momento me hacía falta, me da vida”
Deje a Vicente en su soledad prometiéndole visitarlo con más frecuencia. No pude, a los pocos días lo internaron y solo recibí esa llamada que en verdad era despedida. Te quiero Caminero, alcanzo a decir y yo a decirle lo mismo.
Tus familiares han pedido a los artistas que lleven un pincel a tu funeral. Llevare el mío Vicente y lo posare en tu tumba, aunque tú y yo sabemos que, en el universo, donde estas ahora, no son necesarios los pintores y por eso dejamos nuestros sueños aquí, plasmados en las paredes. En donde otros, con miedo a volar, realicen que la vida es un sueño que algunos somos capaces de dibujar.
Dos tragos de whisky me estoy tomando a tu nombre Vicente, uno, por el extraordinario artista y ser humano que fuiste y el otro por el que quedo pendiente. El tercero nos lo tomaremos en las estrellas. ¡Salud! tu hermano Máximo Caminero.
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