Resumiendo sin pasión ni bandería ideológica los hechos cotidianos que nos rodean, sean políticos, sociales, económicos y de otras índoles, observamos que estamos estancados en un aberrante círculo vicioso de nunca acabar.
La irresponsabilidad y deshonestidad son fenómenos ya convertidos en una cultura que ha generado una descomposición gradual de nuestro país.
Cada minuto presenciamos hechos que involucran pérdidas de vidas humanas en accidentes de tránsito provocados por la falta de sentido común de conductores imprudentes y temerarios o aquellos asesinatos que consternan por la forma aterradora de cómo se cometen, como los homicidios contra mujeres de parte de sus parejas sentimentales o el secuestro y posterior despojo de vidas a personas, que luego son lanzadas en pozos sépticos o en los ríos con la idea de borrar evidencias del crimen.
En ese contexto, por otro lado, se ha traducido en una odiosa costumbre jugar con la inteligencia de las gentes, a las que consideran incautas y presas fáciles de convencer a base de mentiras mediáticas con fines electorales.
Así, en el escenario político, los políticos desplazados del poder arman estrategias para desde la oposición utilizar herramientas con propósitos malignos. Naturalmente, es un derecho que les concierne y al que nos tienen acostumbrados presenciar en el marco del espíritu de nuestra democracia. ¡Es una pena admitir esa realidad!
La idea es desacreditar las acciones de los adversarios empoderados en solio presidencial, no reconociéndoles las buenas obras de gobierno, porque no les conviene en términos electorales. Es que estar fuera de de las esferas del poder deprime y genera déficit financiero a causa del desempleo.
Entonces, hay que buscar la manera de volver al poder porque el poder endiosa y da estatus de superioridad. Para lograrlo, se valdrán de todo lo necesario que tienda a quitarle méritos a los que gobiernan. Aplican el viejo principio que dice: “Desacredita, que al final algo queda”. Es un mensaje codificado que se administra con cuidado, dirigido a las personas ignorantes (que son millones) para inducirlas a realizar demandas con protestas públicas sectorizadas que muchas veces, independiente de la justificación de los reclamos, a veces propician las violencias, saqueos y destrucción de la propiedad privada.
Obvio, la idea en esas circunstancias es que los manifestantes sean enfrentados por los agentes encargados de garantizar el orden público para después subir esas imágenes a las redes sociales y a los diferentes medios de comunicación bajo el argumento de que existe un régimen represivo. Es una antigua práctica de campaña que se replican constantemente, sin descanso, con la ayuda de determinados comunicadores inscritos en esos partidos y de aliados situados en empresas periodísticas que en términos globales simpatizan con ciertos núcleos del liderazgo político.
Para nadie es un secreto (no estoy diciendo nada que usted no sepa) que muchas protestas callejeras protagonizadas por los denominados “grupos populares” son financiadas por algunos partidos políticos opositores en confabulación con sectores comerciales o sociales.
Igual situación estaría sucediendo con los incendios de bosques y basureros registrados en varios puntos del país que por sus características, las autoridades y los ciudadanos sensatos presumen que son inducidos, financiados e intencionales de parte de sectores funestos a través de mentes criminales. Sin dudas, el objetivo es crear crisis, desestabilizar, para crear las condiciones de retornar al codiciado Poder Ejecutivo.
Lo más preocupante de ese panorama es que tradicionalmente los partidos han usado como fuerza de choque a organizaciones profesionales que se supone fueron creadas, por ejemplo, para garantizar la finalización del año escolar sin trabas. Al contrario, buscan cualquier excusa para paralizar la jornada en las escuelas públicas para luego salir con el manoseado dicho de que “el año escolar ha sido un fracaso” pretendiendo ocultar que son parte del problema debido a la probada deficiencia académica de parte de sus docentes. Los paros de las docencias en las escuelas públicas son una deliberada acción política que solo afectan a los estudiantes de hogares humildes cuyas familias no pueden inscribirlos en colegios privados.
También, observamos con indignación cómo nos perjudican con los tediosos paros de servicios en los hospitales estatales perjudicando a miles de ciudadanos que acuden a esos lugares en busca de mejorar la salud. En ambos casos, los protagonistas de esas jornadas tienen el tupé de decir que actúan en defensa de los mejores intereses del pueblo, cuando los que tenemos conciencia y no somos ignorantes sabemos que obedecen a propósitos políticos e intereses personales.
Además, desde la acera del frente existen otras instituciones puntuales, como los gremios de transportistas y algunas entidades profesionales aliadas a la oposición, que perjudican a la sociedad cuando se unen a esos propósitos.
Lo anterior no es más que una forma de aplicar el antaño concepto ideológico de que “el fin justifica los medios” para poner en apuros al enemigo, sin importar las consecuencias sociales posteriores. Son eventualidades que transcurren desde hace décadas en nuestra plataforma política con las mismas características y métodos.
Se trata de una ortodoxa forma de hacer política, un procedimiento que sigue fielmente los principios de una doctrina que cumple unas normas o prácticas tradicionales, generalizadas e impuestas a la población como las más adecuadas en un determinado ámbito.
Para mí, es el reflejo de un comportamiento social de unos actores políticos desactualizados, de mentalidades atrasadas, analfabetas funcionales, que están atrapados en épocas pasadas y no son capaces de evolucionar su intelecto para interpretar los reales deseos de un pueblo cansado de ver lo mismo, que exige con insistencia mejorías en la calidad de vida, derecho a vivir sin zozobra, presenciar cambios sin violencia verbal o física que contribuya a que nuestra sociedad no sea manipulada, como en efecto la estamos asumiendo.
Lamentablemente, ese guión se diseña con cautela para sacar provecho al descontento que pudiera influir en la gente a través de las estrategias maliciosas que promueven utilizando como señuelo la malinterpretada democracia que hoy disfrutamos. Con razón se dice que la política es sucia y es lamentable admitir que es una realidad que actualmente perdura en cualquier escenario mundial.
manuel25f@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).
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