He tenido un sueño, no precisamente mientras dormía. Tampoco ha sido el tipo de sueño que obsesiona a la persona y la lleva a la toma de acciones en pro de alcanzarlo, lo cual se convierte en un propósito. He alimentado la ilusión de que una universidad católica, en la región Este llevara el nombre del papa Juan XXIII.
Este santo varón (Angelo Giuseppe Roncalli) inició su papado el 28 de octubre de 1958. A los seis meses (1 abril de 1959) instituyó la diócesis Nuestra Señora de la Altagracia, con sede en Higüey, cuyo primer obispo lo fue monseñor Juan Félix Pepén y Solimán. El apreciado prelado creó un centro educativo que lleva el nombre Juan XXIII. Ahí terminé mi bachillerato.
Cuando se abrió una extensión universitaria católica en esa ciudad, instalada en el local de la escuela Juan XXII, concebí la idea de que la institución que estaba germinando llevaría el nombre del bondadoso pontífice que inició el Concilio Vaticano II y realizó una revolución de amplio efecto en la Iglesia.
El sucesor de Pío XII es autor de la histórica encíclica “Madre y maestra”, que tuvo gran repercusión eclesial y notoria incidencia en las instituciones sociales. La cuestión social -advierte- tiene una dimensión mundial y así como se puede hablar de personas pobres, también se ha de hablar de sectores y naciones pobres.
La “Mater et magistra”, su título en latín, fue proclamada el 14 de mayo de 1961 ante miles de personas con un discurso dirigido «a todos los trabajadores del mundo». El año siguiente (9 de septiembre de 1962) el episcopado dominicano anunció la creación de la Universidad Católica Madre y Maestra.
Llamarla así significaba un homenaje a la gran encíclica del entonces papa, a la vez que representaba -y representa- uno de los nombres más adecuados para una institución de esa naturaleza.
El breve pontificado de Juan XXII (1958-1963) significó cambios de gran significación para la Iglesia, en todos los órdenes: teológico, litúrgico, en lo social, la valoración del ser humano y el involucramiento de los sacerdotes en la realidad en que vive la feligresía. No faltaron mentes atrasadas que lo tildaran hasta de comunista.
En Higüey, una importante vía lleva su nombre, al igual que la escuela creada por monseñor Pepén. Allí funciona la Universidad Católica del Este (UCADE), bajo la competente regencia del presbítero Abelino Reyes. La capilla del recinto académico se llama Juan XXII. La Universidad Juan XXIII, es obvio, se creó y quedó en mi mente. Fue una ilusión.
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(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).