Estoy ansioso por ver el momento en que las gentes nuestras actúen con madurez, usen el sentido común, la prudencia, el razonamiento, al hablar y escribir o participar como actores políticos y sociales.
Son detalles que deben asimilar los francotiradores de la palabra, aquellos que utilizan las redes sociales y otros medios de comunicación sin ningún control para difamar de manera alegre e irrespetuosa, tal vez por mandato, decisión propia e ignorancia, a terceras personas.
Las redes sociales están invadidas por muchos individuos de bajo nivel educativo, que eructan palabras ofensivas y hablan todo lo que les llega a la mente, sin medir las consecuencias de esos actos.
Incluso buscan ganarse “like o me gusta” grabando basuras mediáticas que, para suerte suya, son aceptadas por una generación de individuos imbéciles (jóvenes y adultos), portadores de cerebros desamueblados.
También las usan personas con rangos académicos que, por igual, incurren en esas indelicadas acciones. Son los denominados “analfabetas funcionales”, que hablan de todos los temas, en ocasiones sin conocimientos de causas, utilizando diversos escenarios públicos. Es que “el hábito no hace al monje”, dice un antaño texto.
Cada vez que observo ese comportamiento, recuerdo la famosa frase de latina “cogito ergo sum” (Pienso, luego existo), del filósofo francés René Descartes, quien se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental.
Pero resulta que los invasores de esas herramientas informáticas hacen lo contrario del razonamiento inducido por ese famoso pensador europeo.
Es decir, lo que Descartes quiso enseñarle a la sociedad de su tiempo y la futura es que antes de actuar, hay que razonar, reflexionar, pensar. Si se pensara antes de hablar, no se cometieran tantas ofensas, acusaciones sin pruebas ni pronunciamientos difamatorios.
Lo que sale de la boca (las ofensas), nunca tiene retorno, se queda en el medio ambiente y en la mente de los ofendidos.
Muchos homicidios y asesinatos surgen bajo los efectos de la irracionalidad, la ira, los celos y no pensar antes de proceder. Esta última fase solo se adquiere con la madurez y con los años, dependiendo del grado de educación y cautela del individuo.
Después, cuando todo haya pasado, entonces vendrá el arrepentimiento y la desesperación del autor de estar encarcelado. Muchos recurren al suicidio para eludir las sentencias judiciales o ser eliminados por los familiares de las víctimas.
Pedir perdón es la excusa más común cuando se cometen delitos repudiables o se ofende con las palabras. Todo dependerá de la gravedad del hecho y la postura conciliatoria del ciudadano ofendido.
Algunos de los afectados, especialmente los que son cristianos, conceden la disculpa; pero otros, los más radicales, con el transcurrir de los años, buscarán resarcir los daños ocasionados o recuperar el honor ultrajado con métodos violentos.
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(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana).