Al instante de escribir este artículo he leído en los medios de comunicación que a causa del coronavirus fallecieron un presidente provincial del Partido de la Liberación Dominicana, una diputada electa del Partido Revolucionario Moderno y el cantautor Víctor Víctor. Además, que resultaron infectados el alcalde de Santiago, Abel Martínez, y el senador electo de la Fuerza del Pueblo en San Cristóbal, Franklin Gutiérrez.
Esos son algunos de los miles de afectados. Son apenas reflejos de los escarceos que la letal enfermedad mundial está dejando en la República Dominicana donde los contagios podrían alcanzar el saldo de 100,000, con 7 mil muertos, si se mantiene como ahora la proyección de la peste en el escenario nacional al llegar al mes de octubre, según pronosticó el neurocirujano José Joaquín Puello que cita un estudio realizado por la Universidad Johns Hopkins, un reputado centro privado situado en Baltimore, Maryland, Estados Unidos.
El rebrote del virus, como era de esperarse, surge a partir de la reactivación gradual de nuestra economía en cuatro fase (que a penas se aplicaron dos), iniciativa tomada por las autoridades dominicanas por presiones del empresariado y de los sectores que manejan los micro, pegueños y grandes negocios, sobre todo los de la economía informal.
A partir de esa decisión, asumida en medio de una declaratoria de emergencia que incluyó un toque de queda en horas nocturnas desacatado por muchos ciudadanos, salimos a las calles a granel, como salen despavoridos los caballos de carreras cuando les abren las compuertas en los hipódromos para entrar a la pista.
Fue tal vez el momento más crucial para el país, pues aumentaron las caóticas aglomeraciones en los supermercados, bancos comerciales, colmados, mercados públicos, avenidas y calles, usando mascarillas, pero sin mantener el distanciamiento físico de 1.5 metros como recomendó en su momento el Ministerio de Salud Pública.
No criticamos la reapertura de la economía. Había que hacerlo porque resultaría peor mantener cerradas, y sin producir, las instituciones de bienes y servicios con miles de empleados en nómina. Un país no puede avanzar con una economía paralizada y la industria turística colapsada.
Se reiniciaron los vuelos comerciales internacionales, activaron las plataformas de los puertos y abrieron al mundo los grandes hoteles turísticos cuando la pandemia aún circula en forma avasalladora.
Quizás el mayor obstáculo que tendrán las autoridades gubernamentales entrantes, a partir del 16 de agosto, es la conducta irracional de una gama de los dominicanos que han tomado de relajo las advertencias de los médicos locales y organismos internacionales del sector salud para evitar contagios por la letal pandemia.
La indisciplina y el caos son dos factores que han contribuido al aumento de la cadena de contaminación y muertes provocadas por la peste. El desorden es una cultura genética que preocupa e irrita.
Personas desaprensivas circulan las calles y visitan los centros comerciales sin tomar en cuenta los protocolos. ¿Es que nunca vamos a dejar esa actitud? Parece que no.
No creo que lo estén haciendo a propósito; más bien, pienso, es un grave problema congénito de educación.
El Ministerio de Salud Pública emite boletines diciendo que al menos mil casos nuevos de contagios positivos diarios se registran en la República Dominicana y más de diez fallecen.
Esas estadísticas se obtienen de las pruebas de laboratorios, que hasta el momento de escribir esta entrega se han procesado un total de 213,085. Es muy grave la situación.
Motivado al rebrote del virus, las camas en los hospitales están ocupadas en más de un 75 %, situación que más se evidencia en los centros de salud del Gran Santo Domingo, Santiago y en la provincia Duarte.
Obvio, aunque las autoridades pregonen lo contrario, si no frenamos la peste entonces habrá un colapso hospitalario y del sistema de salud por la cantidad de pacientes contaminados.
Y lo más deprimente y doloroso es que los fallecidos por el coronavirus son incinerados o sepultados sin despedidas de los familiares. De modo que lo que procede es que los que tengan más conciencia deben cuidarse y dejar que los desaprensivos sellen su propia suerte. Suena cruel decirlo así, pero no hay otra forma de expresarlo.
¿Por qué perder el tiempo diciéndole lo mismo a gente adulta? Creo que el mensaje prosperaría mejor si las autoridades dijeran: “sálvese quien pueda”. Tal vez los irracionales se asusten y se recojan en sus hogares.
Lamentablemente, aquí cabe recitar la frase latina de una sociedad secreta de viajeros del tiempo que se estableció en Winden, Alemania, en 1921, “Sic mundus creatus est” (así está creado el mundo). El nombre hace referencia a una cita de la Tabla de Esmeralda, un antiguo texto que busca revelar el verdadero origen del universo y del mundo.
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