La luz del sol penetró, como cada mañana, por la ventana de mi habitación. La tupida vegetación que se ha apoderado de ella da la sensación que mi casa, es parte de ese mundo vagabundo que se trepa y crece por todas partes.
El olor del café se coló a mis narices despertando ese rayo que vibra en vida y gozo por este momento mágico de la mañana.
Salí a la calle, saludé a los vecinos que igual recibían al nuevo día.
Las flores silvestres dan toques gualdos que contrastan con el manto verde de la yerba. El cielo, gris o azul o blanco o naranja, siempre será el entorno que cubrirá ese más allá, infinito, al que llamamos Universo.
Las calles se llenan de carros y los aviones irrumpen opacando cualquier sonido cotidiano. Las aceras, colmadas de peatones habilidosos que se cruzan rosándose unos a otros, indiferentes. El mundo despierta en su diletante movimiento.
Nada nuevo anuncia este día, solo la sorpresa de la incertidumbre que nos cae, una a una. Los dramas que nos arropan, las tristezas o alegrías. Todo es un remolino de emociones que enfrentamos resignados y hasta…con cierta empatía.
Me desmonto del auto y me zambullo entre la multitud presurosa. Mis pasos se confunden en melodías de pisadas que recuerdan antaños guerreros en batallas. Así es, todos nos enfrascamos en diversas guerras que cómicamente tendrán un final parecido, sino idéntico.
Me siento en el banco del parque y desde allí, observo el fervor de la ciudad que se levanta. Enciendo un cigarrillo aspirando el tabaco que evoca a tierra negra y roja.
Ancianos pasean a sus fieles amigos, perros de variadas razas y tamaños. La soledad los ha forzado a traspasar la especie.
De los arbustos cercanos se levantan unas sombras que, como zombis, arrastran pesadillas cargadas con la esperanza del matinal momento. Son almas olvidadas en el gris de la vida. Sin embargo, hoy, hasta el gris es una buena noticia.
El viento recorre de un lado al otro todo el entorno, escala los altos edificios dejándose caer en brutal zigzagueo. Roza mi rostro, el de los ancianos, las almas en pena y el batallón de transeúntes que siguen indiferentes. Lleva invisible los polen de todos, las esporas de la calle, el patio, la habitación. Es un torbellino de esencias mezcladas en donde vamos disolviéndonos sin que nos duela el pellejo.
Somos creados de la tierra, a imagen y semejanza de un Dios imaginario. No tenemos control de lo que ella produzca y así, no me sorprendería que un día, desde los arbustos nombrados, salga un espécimen nuevo de dinosaurio.
Mientras el atardecer se anuncia, dirijo mis pasos de regreso a mi hogar. Palabra cimera que mueve a encantos. Templo en el que suelo ser lo que “verdaderamente soy”.
Me acurruco en un rincón “asombreado” del patio y desde allí, vuelvo a encender el tabaco que se escapa en un baile “tangal” con la brisa desnuda.
Medito, que buena noticia tuvo la libertad de este día. Cuantas alegrías he recorrido en tantos años. Cuantas ansiedades se han diluido con el viento, cuantos pensamientos recibidos y enviados.
La noche se enmascara una vez más en mi mundo, posiblemente amanece en otra parte, en otro parque, otras calles.
He dejado abierta la ventana, quiero que las cimientes de los vientos se aposen en mi cama. Para luego sacudir mis sábanas esparciendo a los primeros rayos el polvo de estrellas que la noche gentil colocó. Me deleitaré en su baile sabiendo que algún día estaré en ellas, mientras el café intruso me apacienta en la tierra, aquí, donde siempre … a pesar de todo, hay una buena noticia. Salud!. Mínimo Caminero.
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