Todavía ayer jueves estuve indeciso en torno al tema de la columna de hoy. Pensé referirme a la tormenta que significan las amenazas del presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, quien solo necesitó horas en la Casa Blanca para alborotar el ánimo hasta a quienes votaron por él. Pero qué va.
Estuve tentado a comentar la absurda propuesta de seleccionar ¡ahora! como candidato presidencial al líder de Fuerza del Pueblo, faltando 43 meses para las elecciones.
Es cierto que Fernández no hace otra cosa que proselitismo desde mayo de 2024, cuando fue reelegido Luis Abinader. Pero no…
El ensayo “Trujillo y la toponimia dominicana”, divulgado por la revista digital Acento y firmado por Héctor Luis Martínez, me ayudó a escoger el tema.
El profesor Martínez, un historiador que madura sin estridencias, señala los nombres con los que nuestros antepasados, los tainos, nombraban lugares, ríos, montes.
“Con el paso del tiempo, y a pesar de la violencia de los conquistadores, una muestra importante de la toponimia indígena subsistió y alternó con el uso de la impuesta por los españoles, caracterizada por una influencia notable de la fe cristiana”. Esta apreciación de Martínez es una gran verdad. En algunos casos convive el nombre religioso con el indígena: San Pedro y San Francisco de Macorís.
Estamos a tiempo para rescatar la toponimia original de la isla, y por igual los nombres de los caciques, e incorporarlos a localidades: provincias, municipios, distritos municipales y secciones. Entre estas demarcaciones aparecen nombres humillantes para sus naturales (Sal si puedes, Vengan a ver, Matahambre, Lavapiés, Quitacoraza…).
En cuanto a las provincias, es oportuno utilizar topónimos y antropónimos indígenas para rectificar la denominación de las 18 provincias que llevan el mismo nombre de su municipio cabecera, lo cual genera confusiones. Los propios habitantes creen que la provincia es el lugar (municipio) que le es homónimo.
Se puede variar el nombre de la provincia preservando el del municipio principal.
Eso conviene que suceda con las provincias siguientes: Montecristi, Dajabón, Puerto Plata, Santiago, La Vega, Samaná, Pedernales, San Juan, Azua, Barahona, Monte Plata, San Pedro de Macorís, La Romana, Hato Mayor, El Seibo, San José de Ocoa, San Cristóbal y Santo Domingo.
Alguna se llamaría Marién, Magua, Maguana (sin San Juan), Jaragua y el municipio Higüey permanecería como tal. Pero La Romana podría llamarse Cayacoa, mientras su cabecera sigue llamándose La Romana. También Caonabo, Anacaona, Guarionex, Guacanarí y Hatuey merecen nombrar una provincia de las 18 que llevan igual nombre que su capital.
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(El autor es periodista y escritor residente en Santo Domingo, República Dominicana).