Según las declaraciones emitidas por una «ex-difunta», cuando arribó al «cielo» o lo que ella entendía era todo aquello, notó que los rostros, de todos los allí presente, eran hermosos. De la misma manera, ella «intenta» describir, que desprendían una luz que no molestaba a sus ojos y que le transmitía una paz y serenidad nunca antes experimentada…
Continúa diciendo la convincente señora, que ella, se sentía parte de todos y que «todos», de alguna manera, estaban en ella. Por lo que no era necesario conversar, ya que todo «se sabía» o sea, es decir, la comunicación «salía» por algún lugar o simplemente estaba ya colocada en su mente… algo inexplicable para explicar…
Digamos que los «estímulos» o lo que se quería transmitir se expresaba de «otra» manera y no como la que conocemos aquí, en la que tenemos que abrir la boca y mover la lengua, entre otras cosas. La comunicación, allá, es más visual. Los ojos «transmiten» las palabras, que tampoco lo son, pero digamos, algo como eso…
Las ondas se bambolean penetrando nuestro interior y allí nos informan un lenguaje mudo que escuchamos como solemos escuchar las cosas aquí en la tierra. Un lugar nada apropiado para los chismosos…
La recién difunta, se da cuenta de que «aquel lugar», tan impecablemente limpio y puro, le era tan familiar que llega a reconocerlo como su casa, o sea, su verdadera casa. Se siente tan a gusto, tan segura y cómoda que alcanza a sentirse plena y dichosa, algo que nunca fue en este antiguo y destartalado mundo.
Reconoce a algunos de los presentes como su madre, su tío, sus abuelos y otros que no le son familiares, pero que a la vez sí lo son, porque allí todos se llevan de perlas, además de «entender» que son lo mismo… es decir, no están separados, pero lo están. Se pueden ver individuales, pero «hay algo» que los mantiene atados, o, mejor dicho, «conectados» por alguna parte…
Lo raro de todo aquello es, que no era nada raro para ella. Era parte de su naturaleza a la que había retornado después de pasar unas «desgraciadas vacaciones» en un lugar al que había que hacer de todo con tal de mantenerse viva. Respirar, abrir los ojos, la boca para comer, mover las piernas para moverse, agarrar las cosas y todas esas cosas «obvias» que ya todos conocemos.
Emitir «gritos» para entenderse lo cual, ahora pensaba, era algo «indigno» y propio de seres no evolucionados…
¿Cómo pudo soportar aquella gritería? Que terrible había padecido ante aquello que se llamaba «vida» y que, ahora reconocía, era en verdad un calvario de sudores y olores pesados… En cambio, en «su hogar» «la vida» era tan distinta, tan ligera y «hermosa», que todo ahora tenía sentido…
La belleza, por así decirlo, ocupaba todo lo que «ese mundo mágico» le ofrecía. No solo lo visual que podía ella ver, sino lo que sentía interiormente en «ese cuerpo» hermoso que no sabía describir, y es que «la belleza» en ese estado «cielal» no va con las reglas terrenales. No existe una nariz, una boca, unos ojos para apreciar, sino lo que emana tu esencia es lo que te describe la «hermosidad»…
Notó, ¡la susodicha difunta, que no había ni un solito problema de que quejarse! ¡Absolutamente nada! Aquello era el paraíso en «muerto y directo». Ni una lágrima, ni un dolor, ¡nada de nada! Digamos que es como flotar con almohadas suaves y cómodas, ya que como bien nos dejó saber, su llegada fue a través de nubes blancas…
Ni un solo arrepentimiento por lo malo que pudo haber hecho, o los «familiares» que dejaba llorando al pie de su cama. No le importaba nadie porque su «nueva» consciencia le decía, que aquí e’ la cosa y que «eso» que dejó allá abajo, era el puro infierno del que no había tiempo para pensar ni siquiera en los «pobres» que se quedaron atrás.
No tenía remordimientos porque, de alguna manera sabía, que «esos» también vendrían en su momento y se integrarían de nuevo a su casa, «la original». Entendía la dinámica del asunto y que todo lo «vivido» no fue más que un «ratito», un sueño pesado, que «había que soñar»…
Lo duro le llegó luego, cuando esas «ondas vibratorias» se ralentizaron y «percibió» que, «aquellos hermosos seres» la miraban con una compasión «inhóspita». Sintió que por detrás «algo» la halaba con fuerza y las nubes blancas se tornaban nubarrones de tornados.
Regresó por el mismo camino que había llegado y se vio de nuevo en su cuerpo adolorido. No podía emitir palabras, ya que no sabía qué hacer con «esa boca», se había olvidado de hablar. Apenas podía ver y vio a todos los que rodeaban su cama intentando revivirla, mientras ella, impotente, les gritaba desde su mente que la dejaran volver a donde había estado hace unos segundos…
Sintió que le inyectaban, de alguna parte, su nombre, sus memorias y toda su vida terrenal a la carrera. Recobró «el sentido» y se reconoció como lo que era, pero que ella sabía que no era y se resignó de nuevo a los besos y los abrazos. A sentir sed de nuevo y hambre, a los gritos y afanes de la gente y sus dilemas, y a esperar pacientemente «ese otro día» en el que seremos «todos hermosos» más dentro que por fuera… finalmente. ¡Salud!. Mínimo Hermosero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach, EEUU).
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