Sigo haciendo caso a los pensadores y maestros sumamente duchos, que la vida me ha permitido escuchar impartir sus cátedras en nuestras academias. En esta ocasión un renombrado historiador repetía: «la riqueza de una nación no está en el oro, la plata, ni la fortuna de su suelo, sino en el trabajo de sus seres humanos».
Una frase certera y lapidaria de varios filósofos de la antigüedad, rescatada en los siglos XVIII-XIX por otros homólogos, como Adam Smith, que, en su obra de 1776, La Riqueza de las Naciones, asentó las bases de la economía política.
Bien aseguró el polímata, Leonardo da Vinci: «el trabajo es la única forma de alcanzar la excelencia y la perfección». Pero, ¿Por qué la población capacitada, necesitada de empleo, le es tan difícil insertarse en él? Los Estado fallan a la sentencia de educador Paulo Freire, «el trabajo es la única forma de transformar el mundo y hacerlo un lugar mejor».
Como es sabido, con la falta de oportunidades para el empleo, se profundiza la inestabilidad financiera, que desencadena graves efectos psicológicos a la población en edad productiva, con deseos, aspiraciones, necesidades, competencias, y que no logra alcanzar un trabajo decente para cubrir sus necesidades. Patologías como estrés, ansiedad y baja autoestima, también le acompañan.
Empleo para todas las personas, sin importar credo, etnia, situación socioeconómica…, sólo capacidades, competencias para los puestos, debe ser una estrategia de Estado no de gobiernos. Quienes ascienden al empleo vía bandería política; dependen de esta, al finalizar cada periodo gubernamental viven presos de la inseguridad. Al mismo tiempo personas con deseos y destrezas permanecen en el círculo de espera, por oportunidad para autorrealizarse y hacer aportes a su sociedad.
Los estrategas de Estado, más allá de la presunción, en la praxis, deben procurar que se recuerde que: «el trabajo es la mejor manera de demostrar nuestro amor por la humanidad», como bien aseguró el defensor de los derechos civiles, Martin Luther King Jr. El amor es bienestar. Por eso, este, no está en el oro ni la plata; ni en nuestro bendecido suelo dominicano: fértil y verde esmeralda, sino, en el trabajo realizado por cada persona apta, productiva para su comunidad.
Hay desolación en gran segmento de la población dominicana, por el bloqueo que encuentra cuando acude a insertarse en empleo en el sector gubernamental, como forma de saciar necesidades primarias perentorias.
Gran parte del capital social y humano, capacitado, con deseos de servir, está sentado en sus hogares, sumido en la desesperanza. Ante el golpeo a este derecho fundamental; el trabajo, sin el cual, en la sociedad no hay progreso, como apuntó, el economista John Stuart Mill.
La Agenda 2030 que contiene los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en su meta 8, promueve el crecimiento económico inclusivo y sostenible; empleo y trabajo decente para todos. Es enfática al afirmar que las difíciles condiciones económicas empujan a más personas al empleo informal. En esta parte, la República Dominicana la entiende y vive perfectamente. Un alto segmento de su población ha escogido la informalidad laboral, como forma de sobrevivir ante la falta de empleo formal.
Sin embargo, siendo el Estado el principal empleador formal en República Dominicana; el llamado generador de empleo decente, digno, para todas y todos, tiene aún este desafío pendiente. Gran cantidad de la juventud al llegar a la mayoría de edad, concluir estudios secundarios y universitarios, no logra acceder al primer empleo. Por otro lado, profesionales con vasta experiencia, en la adultez, viven en la inopia laboral, castrados de autodeterminación. A sabiendas de que, «el trabajo es la única forma de alcanzar la libertad y la independencia», como decretó el pacifista, Mahatma Gandhi.
Por eso, la administración pública debe innovar en la creación de estrategias que abran el mercado laboral, diversifiquen los horarios, y permitan mayor inserción de personas en edad productiva. PorEstar inactivo es el camino corto hacia la muerte, decía el maestro espiritual Buda.
La crisis en el empleo juvenil es rampante, la inactividad o de desocupación por sexo y edades; personas que no están laborando, se ha incrementado. Siendo más perjudicadas las mujeres, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Ante esto el Banco Mundial conseja a los países, crear políticas que involucren al sector privado en la generación de más empleos. Invertir en infraestructura, como transporte y tecnologías de la información y las comunicaciones, y mejorar los vínculos que conectan a las personas con las oportunidades de empleo y los mercados.
No es necesario hacerlo complicado. Necesitamos que se ejecuten implementar políticas inclusivas de contratación, que se promueva, además, ambiente de trabajo inclusivo, para acoger a personas que viven con una condición de salud y capacidades diferenciadas.
Si es tan complejo, podemos dividirlo en partes simples, como bien nos exhortó Descartes, uno de los protagonistas de la revolución científica. Parece que olvidamos, que el trabajo además de un medio para alcanzar bienestar, también, es una forma de vida. Con razón gran parte de la población desempleada vive enferma, con toda seguridad, le hace falta la mejor medicina para su cuerpo y mente.
Hasta pronto.
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(La autora es educadora, periodista, abogada y locutora residente en Santo Domingo, República Dominicana).