Roberto Valenzuela
Tiene el mérito no solo de pelear en la Guerra de Independencia, de 1844, sino que mientras muchos de sus compañeros jefes militares firmaban el acta de adhesión a España, Francisco del Rosario Sánchez fue previsor: advertía que era un error porque todo lo que España prometía a los dominicanos para salir de la calamidad económica no lo iba a cumplir.
Y así fue, palabras proféticas: lo que se hizo de manera voluntaria, porque, según el historiador Emilio Cordero Michel (en su libro Ensayos II), la mayoría de los líderes militares estaban con la anexión, después hubo que hacer una guerra para deshacer el acuerdo con España.
Su buena estrella brilla en el firmamento, ya que cuando se veía que todo estaba perdido en el frente de batalla, un combatiente le llevó a Sánchez un caballo para que escapara del lugar. Él, aunque mal herido, se negó a huir del lugar y pidió que el caballo fuese dado a Juan Pablo Pina, según narra, en una charla en la Academia de la Historia, mi profesor, el historiador Roque Zabala.
No quiso abandonar a sus compañeros presos, heridos, pues estaban ahí, luchando para restaurar la Independencia porque él los convocó con su liderazgo sin igual.
Zabala narra que el fusilamiento de los revolucionarios fue una verdadera carnicería: parece que se acabaron las balas del pelotón y entonces los mataban a machetazos y palos. Un soldado español, pasmado con la bestialidad de los soldados santanistas, gritó: «¡en España no fusilamos así!…», relata Zabala.
De Moca al Cercado
Al igual que José Contreras en Moca, Sánchez en el Cercado fue precursor del movimiento restaurador: el 1 de junio de 1861 (tres meses y medio después de consumada la anexión a España) entró a territorio dominicano procedente de Haití, tratando de preservar la República. Su incursión militar fracasó, pero su heroísmo conquistó para la causa a Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Pepillo Salcedo, Santiago (Chago) Rodríguez, Benito Monción, Pedro Antonio Pimentel y a los demás combatientes.
Fue herido, apresado y fusilado por orden del general Pedro Santana el 4 de julio siguiente, junto a los revolucionarios que la historia bautizó como «Los Mártires del Cercado».
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