Cada vez que te ves en el espejo, te distraes. A mí me pasa igual. Día a día la silueta se me escabulle, y ese que está ahí… Ya no soy yo…
En verdad. ¿Quién soy yo? Fui niño, joven, adulto, mayor y anciano. Muchos rostros para recordarlos, muchos rostros para «reconocerme»… En cada uno fui una personalidad distinta, como si el tiempo madurase a la par de una cara con la otra.
Me he ido consumiendo y la masa se va añejando, como si fuera a desaparecer hacia dentro. Un ensimismamiento que intenta regresarse por el mismo camino que afloro.
El destino es deshilacharse, un irse desapegando de la carne hasta que ya no pueda comprimirse más. Buscamos desesperadamente sostenerlo, nos inyectamos de «malabriscos» que regeneren lo perdido. Estiramos afanosamente la cara en busca de los tiempos perdidos… En vano.
La tristeza se lleva en los ojos y la dulzura también. La mirada delata al ego y lo desnuda, lo que no ha podido quitar el rostro es lo aprendido, lo que permanece oculto y a buen resguardo en la cabeza, la experiencia y la virtud de crecer internamente.
Si yo soy lo que veo y no lo que llevo en la consciencia, entonces estoy atado a un imposible. No es lo que ves, sino lo que escuchas, lo que realmente alimenta. No es un rostro bello lo que prevalece, sino los detalles de tus gestos. No es una cara bonita lo que iluminara tu alma, sino lo que crezca tu experiencia.
Tu rostro es una máscara, una sombra, una identidad que te señala para que sepan «donde estás» más no es la certeza de lo que eres. ¿Si lograras salirte de tu cuerpo, podrías verte desde afuera, como te ves en el espejo? ¿Tu consciencia te diría; «ahí estás»? ¿Quién le dice a quién, y quien es verdad, y quien es mentira?
¿Cómo trascenderás a esas otras dimensiones? ¿con tu rostro? ¿O serás «desrostrado» en el más allá? Aquí, en esta selva de ambivalencias, hemos desarrollado los prejuicios. Solemos Juzgar por el rostro a las personas y ni siquiera las hemos oído hablar tan siquiera.
Parecería que «el aspecto terrenal» es algo divino y una ventaja «oportuna» para esta dimensión absurda y hueca. Las momias tendrían que cantar «muy bonito» para poder competir con las sirenas que por ahí andan desparramando, no solo el rostro, sino las tetas y el culo como instrumentos de supervivencia y ventaja que suelen «alivianar» los momentos de ansiedad que viviremos.
Cleopatra fue la culpable del envenenamiento de millones de hombres al crear las pinturas y demás cremas «afanativas» para mantener bello el rostro de las mujeres. Los besos y lamidos fueron las primeras víctimas de esos «menjurjes» elaborados hasta con mierda de cocodrilos.
Gracias a eso se inventaron los perfumes…
La permanencia e inmortalidad humana alcanzó un verdadero éxtasis cuando los emperadores y demás jefes y brujos de tribus, se empecinaron en tallar sus rostros en estatuas y pinturas en un afán de «paralizar» el momento del momento de sus rostros. ¡El culto al «este soy yo!», se insertó en las mentes de todos y así llegamos al presente, cargando con identidades inexistentes…
¡Se recordarán de mí! Pensaron y, aunque ya nadie se acuerda de nadie, por ahí andan sus rostros decorando calles y palacios y una placa al pie de cada uno, en donde sé «específica» «quien es quien»… buena pregunta.
Los nuevos tiempos, sin ninguna duda, son los campeones en «enarbolar» los rostros de todos en busca de «aprobaciones» llamadas «likes» que parecería que al «levantar el ego» también «embellecieran» el rostro, que es una forma de «rejuvenecerse también»… Seguimos colocando los tres puntos suspensivos.
Pocos están buscando el rostro interior, ese, al parecer, no tiene rostro, es «inseguro» y, además, «muy complicado».
La transparencia humana no es un asunto apreciado por la mayoría, sin embargo, al final es lo que obtendremos y a lo que nos enfrentaremos cuando nos veamos solos frente al espejo final. Allí, los sentidos se distorsionan y por más que busques tu rostro no lo hallaras, porque ya has dejado de ser lo que pensabas que eras para darte cuenta de lo que «realmente» eres, un ser sin rostro, pero de un gran corazón. ¡Salud! Mínimo Caminero.
massmaximo@hotmail.com
(El autor es artista plástico dominicano residente en West Palm Beach).
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