Por Emiliano Reyes
-¿Quién diablo está ahí, quién está ahí?… ¡carajo!
Había permanecido tal vez unos 15 días escondido en la «casita de tierra y techo de palma» de «Tía Orbita».
La situación se tornó cada día más tensa y eso preocupó a mis padres que sufrían temerosos el asedio y la constante vigilancia policial, especialmente de «Antonio», el cual había jurado que me apresaría.
Esa insoslayable realidad me forzó a salir subrepticiamente para esconderme donde Tía Orbita, una frágil mujer que vivía en una humilde pero acogedora casucha ubicada en la plantación de guineos de don Humberto Michel, un ex síndico del municipio y reconocido exportador de bananos de la zona.
La casa estaba ubicada en las cercanías, casi debajo de una copiosa mata de mangos «Jáquez» en la finca de Michel, con quien ésta tuvo dos hijos: Plutarco y Lidio, los cuales tuvieron que compartir conmigo en aquella estadía involuntaria, los estrechos camastros donde dormían.
Permanecí unas dos semanas en aquel lugar, en razón de que persistía la vigilancia policial en la casa de mis padres. Por precaución traté de nunca salir del «aposento» o precario dormitorio de mi escondite, donde tenía que bañarme y hacer las necesidades básicas.
La casita de Tía Orbita quedaba cerca del cuartel de la Policía y los agentes acudían a veces a bañarse en las proximidades, en la «regola de Humberto Michel».
Ahora, ¿por qué tuve que esconderme? La persecución comenzó a raíz de que días atrás un pequeño grupo de jóvenes «desbaratamos» una manifestación del Partido Reformista durante la visita que realizara a nuestra comunidad su líder Joaquín Balaguer, presidente de la República y principal promotor de su propia reelección.
La protesta de este grupo de mozalbetes molestó a sectores enquistados en el gobierno reformista pese a que el incidente no produjo daño a ninguna persona. Pero al parecer la claque en el poder decidió «dar un escarmiento» por esta acción de repudio realizada por los jóvenes de Tamayo.
Los aprestos para la medida represiva llegó a conocimiento, vía confidencias suministradas por disidentes de organismos de seguridad del Estado al líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) doctor José Francisco Peña Gómez, quien, para prevenir un posible embate represivo, envió a nuestra comunidad, a casi 200 kilómetros del lejano Sur, al dirigente perredeísta y activo hombre de su confianza, Rafael -Fafa-Gamundi Cordero.
La misión de Gamundi Cordero era advertirnos de la situación y lograr trasladarnos a la capital como forma de protegernos de posibles agresiones.
En su mensaje a través de Gamundi Cordero, el entonces guía del otrora poderoso «partido blanco» nos proponía evitar que se repita lo ocurrido en Hato Mayor, donde fuerzas desaprensivas secuestraron, torturaron y asesinaron a tres jóvenes militantes de la Unión de Estudiantes Revolucionario (UER): los hermanos Malé y Serafín Santana Vilorio, y su amigo Juan Zorrilla.
Permanecer dos semanas encerrado, sin ver la luz del sol y solo escuchar la voz de familiares y personas cercanas, atravesando las rendijas de las endebles paredes de la casucha donde estuve oculto, resultó desesperante. Éstos, que iban de visita a este hogar, nunca supieron que yo estaba allí. Pero la impaciencia y desesperación rebosó y un día decidí, bordeando las siete de la noche, salir a bañarme en la «regola» o canal de regadío que atravesaba parte del poblado y pasaba cerca de la casa. Acudí a aquel lugar, una especie de «bañadero» inserto entre platanares, a donde acudían a asearse inclusive los propios agentes policiales, aunque eso sí, casi siempre durante el día, nunca de noche.
Disfrutaba al máximo y como nunca este baño de agua fresca y corriente de la regola. Zambullía y zambullía. Subía y me sumergía dentro del agua haciendo continuas maromas, mientras tarareaba aquella inmortal canción de la época «El arca de Noé» (Elio Roca-intérprete):
«Un vuelo de gaviotas dirigidas hacia un mundo de silencio
En la noche una estrella de acero
confunde al marinero
Rayas blancas, el cielo azul
ponen a Cantabria en el soñar de los niños
La luna llena de banderas sin tiempo
¿Qué ha pasado con el hombre?
Partirá, la nave partirá
dónde llegará
eso no lo sé
será como el arca de Noé
el perro, el gato, tú y yo»
¿Qué ha pasado con el hombre?
….».
En uno de esas inolvidables zambullidas, me quedé un rato sumergido en la fría agua del canal. Cuando emergí vi en la espesa oscuridad de la noche, a la orilla de la regola, la silueta de aquel hombre erguido y con rígida pose militar que me apuntaba con su arma, iluminado solo por tenues luces de luna.
Pensé haber sido encontrado por la policía en aquel oscuro y solitario lugar. Esta vez creí que estaba atrapado y no tendría escapatoria. Fugaces pensamientos surcaron mi mente en aquel momento tráfago doloroso cubierto de espesa oscuridad: -«Caí en manos de la policía», cavilé. ¿Y si me desaparecen…?. ¿Por qué no hice caso a Tía Orbita que me advirtió que no debí bañarme en ese lugar que iban policías?». –»No volvería a ver a mis padres…».
Pero como si despertara de una pesadilla hice una maraña de ruido, grité fuerte:
¡Ay!, ¡ay! ¡No dispare! ¡No dispare…!». También sorprendido por mi inesperada presencia, el desconocido gritó con rudeza y a la vez rastrilló el arma: -¿Quién está ahí, quién diablo está ahí…carajo? Entre espanto y la confusión escuché esa voz que reconocí de inmediato. Era mi primo Chachao, uno de los hijos de Franciscolo Vólquez, tío de mi madre Octavia Espejo:
-«Chachao, Chachao, soy yo no dispare, no dispare….», imploré desesperado.
Chachao, también extrañado y sorprendido por mi presencia preguntó por qué estaba bañándome en ese lugar solitario y a esa hora. Le expliqué la situación, pero él no entendía nada, era un hombre dedicado al rudo trabajo del campo, entregado «con cuerpo y alma» a la producción agrícola, desde muy temprano de la mañana hasta en la noche. No conocía nada de protesta ni de persecución policial.
-«Te salvaste de casualidad. Dale gracias a Dios que no disparé. Había sacado los cartuchos a la escopeta momentos antes de llegar hasta aquí», dijo. –»Estuve a punto de disparar…». Y agregó: -«Creí que tú eras un policía».
Entonces me explicó que había tomado esa ruta para regresar a su casa, «estrechando» entre los platanares, para no tener que pasar por el frente del cuartel de la Policía, en razón de que su escopeta era ilegal, temió que se la quitaran y ser apresado.
-«Mira como son las cosas, los dos andamos agachándonos de la Policía», expresó. Ya estaba algo distendido cuando me dijo eso.
Chachao acudió de una vez donde mis padres y explicó lo sucedido. Esa misma noche y después de aquellas dos semanas de encierro involuntario, en mi casa tomaron la decisión de enviarme para la capital. Hablaron con Carlos (Carlos La Wepia) un transportista del lugar que llevaba pasajeros a Santo Domingo en un carro de su propiedad. Éste organizó entonces un viaje de madrugada para sacarme oculto y así evadir el chequeo a la salida de la localidad.
Era una mañanita fresca cuando salíamos del pueblo. Carlos no se detuvo en el cuartel para chequeo como era lo indicado y avanzó hacia adelante hasta la estación de expendio de gasolina del comerciante Federico Abud que está al lado del cuartel para echar aire a las gomas. El policía de servicio se movilizó hacia el vehículo, pero el conductor bajó rápido del mismo y lo alcanzó antes de que llegara a inspeccionar.
-«Hola Carlos ¿qué raro? ¿Y tú con este viaje a esta hora?», preguntó. Explicó que llevaba una persona enferma, pero sin identificarla, y tenía que estar en Santo Domingo a las ocho de la mañana para cumplir la cita con el médico. -¿Y qué haces en la gasolinera, tú sabes que esas gentes no abren a esta hora?
-Ah sí, verdad que sí, es cierto. Ahora tendré que hacer una entrada en Barahona para echar combustible y aire a las gomas», dijo el chofer. –»Pues date rápido para que puedas llegar a tiempo a la capital», respondió el agente policial.
Presuroso Carlos se montó en el vehículo y arrancó rumbo a Santo Domingo. Logramos evadir este primer chequeo policial y presumimos que llegaríamos ya sin problemas a nuestro destino. Olvidamos, sin embargo, el retén del Cuartel Regional de la Policía en Azua, donde también seríamos sometidos a revisión.
En esta ciudad el chofer quiso hacer lo mismo que en Tamayo, pero no pudo. Le ordenaron detenerse a fuerza de incesantes pitazos, teniendo que detener el vehículo. –»Hasta aquí llegué», pensé. Los otros pasajeros se quedaron tranquilos esperando la observación.
Al bajar del carro Carlos les pidió a los otros ocupantes que medio me taparan mientras él abría el baúl para el chequeo. Pero para «mala o buena suerte» la revisión la hizo el Teniente Terrero, un oficial recto que había sido el comandante del cuartel de Tamayo y conocía mis andanzas en las lides políticas.
El oficial Terrero revisó el baúl y después se desplazó a chequear los pasajeros. Introdujo la cabeza en el interior del carro y allí me vio amodorrado, casi cubierto por las otras personas. Iluminó mi cara con un pequeño foco, me miró fijamente y me dijo con su auténtica voz gruesa, gutural:
-«Anda corriendo, qué hiciste que está escondiéndote…». Me quedé mudo, casi petrificado.
Esperé que dijera: -«Baje del vehículo, está preso». Pero Carlos no dio tiempo y exhibiendo una admirable habilidad, sabiendo que yo era como un encargo sagrado de su respetable amigo Eloy Reyes Gómez, mi padre, saltó rápidamente manifestando:
-«No, no comandante, Emiliano está muy enfermo. Tiene que ver al médico bien temprano en la capital».
-¡Ay Carlos!, yo sé que éste anda corriendo, lo conozco; pero váyanse, está bien». Sentí una alegría inmensa cuando escuché al teniente Terrero decir que nos vayamos. Vi la gloria y entonces retornó a mí la serenidad de mi ser.
Tiempos después coincidí con este oficial cuando yo ya laboraba como reportero del noticiario Radio Mil Informando. Ambos hacíamos filas en el Instituto Nacional de la Vivienda (INVI) para pagar un inicial para adquirir un apartamento. Me dijo entonces que adquirió una vivienda para sus hijos que apenas ingresaron a la universidad.
Un par de años más escuché por la radio la triste noticia de que este oficial había sido abatido a balazos en la galería de su casa.
Relataron que el hecho ocurrió en un momento en que pasaba frente a la casa que había adquirido en el INVI, una caravana de campaña del Partido Revolucionario Dominicano y uno de sus hijos discutió con los manifestantes y que, desde la multitud, un tunante intervino haciendo los disparos mortales que segaron la vida de este oficial de policía que era un hombre probo y correcto.
Son de las cosas que ocurren y que son propias de los insondables vericuetos de la vida, y a las que uno, por más que piense o medite, no le encuentra explicación alguna.
ere.prensa@gmail.com
(El autor es periodista residente en Santo Domingo, República Dominicana)
Comentarios sobre post